No tengo que recordarte de donde nace el término izquierda, cuyo origen de ubicuidad puramente circunstancial, da una idea de la fragilidad del concepto, ya que no puedo considerar que esas izquierdas originales tengan que ver nada con los que luego se apoderaron del término, finales de XIX, principios del XX, ni por asomo con los que ahora se autodenominan como tales.
En la revolución francesa no existían los partidos políticos, ni siquiera la exclusividad de pertenencia a grupos de debate político, pero existían dos tendencias generales sobre la forma de desarrollar el nuevo estado, que se fueron denominando los aristócratas y, por el contrario, los patriotas, estos últimos más radicales, revolucionarios y violentos, y según los debates se sucedían fueron, por comodidad y afinidad, ubicándose, según su inclinación, a un lado y otro del foro. Insisto, eran librepensadores, y su posición física no presuponía su adhesión inquebrantable o su disciplina de voto, hacia ninguna idea a debatir.
Así que resulto que aquellos ciudadanos que se situaban a la izquierda, más partidarios de buscar nuevos caminos, nuevas soluciones, una ruptura más nítida con todo lo anterior, cuyas reivindicaciones estaban más en la línea de las clases bajas y burguesía, se convirtieron en la izquierda, aunque, si intentamos ser puristas, aquella facción era más de montaña que de izquierda, pero eso no nos aporta nada. Quedémonos con la izquierda, que a su vez se dividía en exagerados, terroristas y moderados, y que finalmente es la que desencadena ese periodo de terror con el que pretenden erradicar todo pensamiento discrepante de su idea de la revolución.
Si hubiera que definir aquella izquierda sería complicado, pero podríamos hablar de revolucionaria, republicana, violenta y con ciertos tintes absolutistas, en tanto en cuanto proponen una vía, brutal, hacia un pensamiento homogéneo.
Tampoco voy a extenderme, mucho, nada, sobre los herederos del término izquierda que nacen de la revolución industrial, el nacimiento de las ideologías socialistas, y la división de la sociedad en clases rígidas según su cometido. Ni siquiera en sus reivindicaciones, ni en su forma de intentar alcanzar el paraíso socialista. Está en los libros.
Y en los tiempos actuales, tenemos una izquierda, un movimiento político que se autodenomina izquierda, que se declara heredero de estos últimos izquierdistas de principios, mediados del XX, y que hacen esa reivindicación desde un discurso que sigue hablando de clases, en un mundo donde las clases prácticamente no existen, y siguen pretendiendo reivindicar para sí un pueblo, unas organizaciones y unos métodos que son cada vez más ajenos a su discurso.
Cada vez más sus planteamientos son los contrarios a los de una derecha que es la única referencia social en la que pueden basarse, lo que les lleva, junto con la mediocrización de sus dirigentes, a una decadencia ideológica y política lesiva para los intereses de la sociedad.
Por eso les llamo la anti derecha, porque son oposición incluso cuando están en el gobierno, porque no tienen más discurso que los heredados de tiempos en los que la sociedad era diferente, en los que las inquietudes y reivindicaciones eran distintas. Y lo hacen intentando ser continuistas, ser parte del sistema que, según la parte más pura de su discurso, pretenden desmontar. O sea revolucionarios sin revolución, republicanos con rey, violentos sin derramamiento de sangre. Inconsistentes.
Intentaré ponerte algún ejemplo, aunque ejemplos sobran
- Hablan de la clase trabajadora, pero la clase trabajadora de la que hablan, que reivindican, está en proceso de desaparición por la automatización y la evolución misma del trabajo y no saben cómo defender, ni siquiera cuales son, las necesidades de los trabajadores que se incorporan a trabajos de reciente creación y que nada tienen que ver con los anteriores.
- Basan su acción en sindicatos cuya utilidad, por lo expuesto en el punto anterior, es cada vez más cuestionable. Por no entrar en el cuestionamiento de sus métodos y de sus soluciones.
- Hablan del trabajo desde una ignorancia supina, personal, del mundo laboral actual y sus circunstancias reales.
- Intentan solucionar la brecha económica mediante un manejo lesivo de un instrumento de la derecha, los impuestos, que no saben utilizar, ni aplican nunca en el sentido que ellos declaran. Sus reformas acaban siempre perjudicando a los que dicen favorecer.
- Oponen lo público a lo privado, simplemente porque en la lucha de clases lo privado es sinónimo de capital, en vez de buscar vías en las que la eficacia y la austeridad se enfrenten a lo socialmente inaccesible.
- Reclaman una superioridad moral, ética, desde un fango ético intolerable visto desde una posición de neutralidad intelectual.
- Reclaman el sentido democrático desde una intolerancia democrática de pensamiento único. Tan único que cuestionan y persiguen un instrumento fundamental en su origen, el debate interno.
- Dicen defender a las minorías, y lo hacen sin los planteamientos mínimos de rigor, debate y exigencia de compromiso de esas minorías, identificando minoría y derecho con razón sin cuestionamiento.
Podría seguir, pero esto no pretende ser un análisis riguroso de la falta de base ideológica, de capacidad intelectual y de conocimiento mínimo social, necesarios para que la actual anti derecha fuera la izquierda que la transformación de la sociedad requiere. Hay atisbos, intentos, pero aún tiernos, aún en riesgo de ser malogrados por esta caduca, vocinglera y vacía anti derecha que tanto daño está haciendo.
Y mientras, la derecha, más madura, más cómoda con los mecanismos que el sistema tiene, porque son los suyos, más ágil, más capaz de adaptarse a lo que está viniendo, sigue diseñando un futuro que no me parece nada halagüeño, aunque, tal vez, si tuviera que elegir, sí más halagüeño que el panorama de cesarismos, totalitarismos encubiertos y vacíos progresistas, que me muestra la anti derecha con la que cohabitamos.
Una antiderecha inventada, que ni es así, ni funciona como tal y una derecha o derechona (la española) inexistente “más madura, más cómoda con los mecanismos que el sistema tiene, porque son los suyos, más ágil, más capaz de adaptarse a lo que está viniendo…” La derecha “casadera” nada tiene que ver con esa idealización. Y la “ayusera”, no hay por donde agarrarla (todavía). De la ultra (avant la lettre), ni te hablo…
Muy bien el planteamiento inicial, digamos, la parte documental, la parte relativa a la Revolución Francesa, sus partidos y su ubicación en la Asamblea Republicana, pero la expositiva de argumentos, muy lineal, encorsetada y fiel a los prejuicios existentes. Prejuicios que el relato de la ideología derechista lleva años construyendo y que no ha modificado un ardite. Ni la izquierda es así de cutre, ni la derecha es tan lúcida y consciente (ya nos gustaría).
Tal vez sirva de consuelo a los que pretenden ganar legitimidad tratando de ganar el gobierno de la nación de manera ilegítima, conspirando y haciendo irrespirable la vida politica de España (la parelamentaria y la extraparlamentaria), pero no se sostiene por ningún lado. Le falta veracidad y consistencia. Y desasirse del franquismo antidemocrático que la atenaza… algo que ni se cita.
Por qué no pruebas a sustituir esta lateralización; izquierda-derecha, por otra más al estilo de Epi y Blas; arriba y abajo (los de).
Siento, Rafael, no coincidir en los términos de tu propuesta, pero defenderé siempre el derecho a que tú lo hagas. Noblesse oublige.
La discrepancia es el camino más inmediato de la formación, y por tal motivo agradezco tu discrepancia. Yo sueño una izquierda no estatalista, no cercenadora de los derechos individuales buscando una colectivización que siempre ha fracasado. Una izquierda capaz de establecer mecanismos valientes, nuevos, capaces de recomponer una brecha social que está convirtiéndose en un abismo irreparable, pero eso no se va lograr nunca con los impuestos, y menos si además son los impuestos sobre los bienes de consumo que siempre perjudican a los que menos tienen. he propuesto muchas veces que se defina un límite de pobreza y un límite de enriquecimiento proporcional, y ese sería un mecanismo que tendería a una equidad, no igualdad, que ahora ni se pretende. Tal vez tenga un sentido idealizado, utópico, de la sociedad que quiero, a la que llevo aspirando desde que tengo uso de conciencia, una sociedad con una ética ácrata, con una libertad económica semi liberal, y con un compromiso social semi socialista, pero ninguno de esos elementos se da en ninguna de las “fuerzas políticas” que presentan papeleta. Ni siquiera pueden presumir de un compromiso auténticamente democrático, como es evidente. Y en este despropósito, la derecha triunfa, y el futuro se vuelve oscuro, distópico, amenazante. Es lo que hay.