CARTAS SIN FRANQUEO (XLI)- EL CARTELITO

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Me comentabas sobre el tema del cartel que han prohibido, no sé si prohibido o retirado, en Toledo. Un cartel de la cantante Zahara que parecía querer figurar la imagen de una virgen católica. Ya no es la primera vez, y supongo que no será la última, en la que se utiliza este tipo de estética para hacer creaciones que encuentran una respuesta airada por parte de las posiciones más tradicionalistas del catolicismo.

Y yo, a fuer de ser sincero, no tengo claro, en este tema, donde está la razón. Ni lo tengo claro, ni creo que nunca lo llegue a tener, por propia experiencia vital. Dejé el catolicismo, como ya te comenté alguna vez, cuando tenía catorce años por un tema de acoso por parte de un profesor, sacerdote y tutor de mi curso, pero precisamente por eso intento que mis sentimientos personales no dicten mis actos y eso me condiciona a la hora de evaluar estas situaciones. Sí tengo claro que cuando alguien se mete con algo que para mí es querido me molesta, pero hasta ahí llego. El tema es muy complejo, y afecta demasiado a demasiada gente. Y yo, repito, me considero incapaz de otra cosa que no sea una llamada de atención sobre mi propia contradicción, no por su valor como vivencia personal, si no como llamada al respeto mutuo, que parece ser la última preocupación de las partes en litigio.

Se supone que el ejercicio de la libertad, esa que emana de los derechos ajenos y no de los auto-otorgados, comporta anteponer la libertad ajena a la propia a la hora de encontrar los límites de la convivencia, no de la reclamación en su nombre de la posibilidad de ofender a otros.  Si alguna cosa sí tengo clara es que cada vez que alguien reclama para sí un derecho, lo hace en detrimento de otro ajeno, y esa práctica es contraria al sentido ético de libertad. Eso y que mientras se invoquen libertades propias contrapuestas no podrá existir la libertad,

Yo no sé, no tengo argumentos ni convicciones que me posicionen, si la libertad religiosa debe de estar antes o después de la libertad de expresión, eso lo debería de decidir alguien con una ética impecable, y yo no conozco a nadie así. Por lo mismo considero que se tome la postura que se tome en este tema nadie tiene la razón, y si la razón parte de la utilización de la imaginería ajena con ánimo revanchista, no parece que tenga un buen discurso. Los que estáis cargados de razones, y de razón, en un sentido u otro, sabréis lo que os dicta en lo más íntimo vuestra conciencia, yo sé lo que me dice la mía, y la mía me dice que yo nunca utilizaría el ataque a convicciones ajenas para reforzar las propias. Tiquismiquis que es uno.

Pero no nos quedemos en esta mera mención. Partamos de que la ofensa es algo tan subjetivo como quiera el ofendido. Sigamos porque hay un claro sentimiento anti-católico en un parte de la sociedad, enmascarado en un planteamiento laico, que acaba adivinándose laicista. No olvidemos que una imagen es una representación idealizada, concebida por un autor, sobre un personaje o un tema, y que no es, en ningún momento, el personaje mismo, ni necesariamente lo simboliza o representa más allá de lo que ciertos sentimientos populares le confieran. Convengamos en que esos sentimientos populares son tan respetables, en el sentido estricto del término, como cualquier otro sentimiento de cualquier índole que pueda producirse. Acordemos que quién crea este tipo de carteles, representaciones, actos, sabe desde el primer momento cual va a ser la reacción de ciertos estamentos, y por tanto la busca. Por el mismo motivo podemos acordar que esos mismos estamentos saben que se les está provocando y entran al conflicto, luego son parte activa del entramado. Resumiendo, en toda esta historia no hay ni un solo inocente, ni uno, en ninguno de los dos bandos. Unos porque buscan imponer su criterio sobre personas cuyas creencias y convicciones no son negociables, y los otros porque en su intransigencia intentan apropiarse de unos símbolos que al cabo del tiempo son más culturales que religiosos. Los unos soberbios e intolerantes, los otros cerriles e intransigentes.

Hace mucho tiempo que comprendí, en mi propia experiencia, que no puedo identificar a una institución con sus miembros, que no puedo juzgar a un colectivo por el peor de sus integrantes, que, a nada que se libere uno de pulsiones, hay buenos y malos en todos los grupos sociales, tengan el fin que tengan, y que una historia larga permite una mayor enumeración de errores, pero eso no significa una mayor maldad intrínseca. Hasta los malos tienen sus ratos buenos, hasta los buenos tienen sus ratos malos.

Por eso, porque me negué a identificar a toda la iglesia católica con un acosador, porque me negué a considerar que la actuación de unos cuantos, por mucho daño que hubieran hecho, invalidaba la trayectoria de una institución secular que había amparado y promovido el arte, que había generado las virtudes, y los defectos, sociales en las que se basa nuestra civilización, porque me negué a asumir que el comportamiento y mensaje de los poderosos de la iglesia fueran su mensaje, y sí lo era el de los miles de hombres y mujeres de a pie que, con mayor o menor fortuna, con más o menos acierto, ayudaban, daban amparo y confortaban a todo el que estuviera en necesidad, más numerosos, pero más desconocidos, ha sido por lo que nunca me he consentido ser anticatólico, y, por ende, anti nada.

Sigue habiendo quién considera que los mensajes de prelados y príncipes eclesiales, son el verdadero fondo de la iglesia, la creencia rígida de varios millones de personas que practican esa fe. Lo dudo. Simplemente son personajes que intentan marcar un rumbo temporal de una institución secular en cuya historia difícilmente acabarán figurando. Pero tampoco se crean los laicistas que en su pretendida erradicación social de la tradición, mucha, inevitablemente,  de origen religioso van a tener más éxito. Al menos por la vía de la imposición y la provocación.  Y mientras tanto solo queda soportar, con cierto estoicismo, los enfrentamientos, los sistemáticos enfrentamientos, buscados con ahínco por ambos lados.

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