CARTAS SIN FRANQUEO (XIC)- LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

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Por supuesto que la libertad de expresión es uno de los derechos fundamentales de las personas, tan por supuesto como que es uno de los derechos peor tratados por todos aquellos que creen que la libertad, la madre de la libertad de expresión, debe de tener los límites que ellos consideren, y usan, abusan, para ello de esa libertad para coartarla, mancillarla, hacerla rea de sus propia falta de libertad.

Tal vez el problema, sobre todo para aquellos que por su edad aún no han tenido tiempo de darle un par de vueltas a las cosas, esa extraña manía que tienen los mayores (mayores de veintinueve años, seguramente) de reflexionar, es que, para ellos, la libertad de los demás debe de tener directrices, debe de atenerse a unos códigos éticos que ellos conocen, perfectamente, y por tanto se consideran con derecho a imponer a cualquiera, debe de estar sometida a unas reglas rígidas que impone su corpus de convicciones, que habitualmente coincide con una ideología determinada, o, lo que es lo mismo, con una comprensión retorcida de lo que es la libertad, y que por tanto están en posesión de la capacidad de explicarles a todos qué es la libertad, cercenándola desde ese mismo instante.

El ejercicio de la libertad no es la capacidad de hacer, o decir, en cada momento lo que nos dé la gana, es, más bien, la potestad de discernir en cada momento lo que uno no debe de hacer, o debe de callarse, en aras de la libertad ajena.

Me preguntabas que me había parecido el discurso de la estudiante ante Ayuso, el otro día en la Complutense; ya te lo dije, un ejercicio desafortunado de libertad de expresión en un ámbito que merece un mejor trato de los derechos. La universidad, los profesores y alumnos que componen su cuerpo vivo, deben de ser el último bastión de los hombres libres en pos de la verdad que les otorgará esa prerrogativa, ese derecho, la libertad. Pero precisamente por ello cualquier sectarismo, cualquier ideología, cualquier acto que conculque la libertad, aunque sea la ajena, o precisamente si es la ajena, atenta directamente contra el corpus idealista de la institución.

¿Es que la estudiante no tenía razón? ¿Es que debería de haberse callado? ¿Es que debería de haber elegido otro ámbito para sus reivindicaciones? No, definitivamente no. Eran el lugar y el momento idóneo para expresar la oposición al poder, que debe de ser la posición incuestionable de toda persona que busque el progreso y la libertad. Al poder ni agua. Lo que fue incorrecto, lo que fue no asumible, es que sus palabras solo hablaron de la oposición a otra persona por sus ideas, no un razonamiento constructivo de lo que realmente sería deseable. Su discurso no fue el de una estudiante denunciado un ejercicio equivocado de poder, fue un discurso de oposición ideológica contra una persona de una ideología diferente, fue un discurso político. Fueron las palabras de una sinrazón denunciando un error, o varios. Fue el discurso del odio y la destrucción de lo ajeno en el templo de la concordia, la construcción y el pensamiento positivo.

No sabemos ejercer nuestra libertad, sobre todo desde las ideologías, para reclamar la libertad, si no para reclamar la falta de libertad para otros, y en el momento en que uno, basta solamente uno, no tenga libertad para ser quién es, o para dejar de serlo y ser otro, la libertad no existe; ni la libertad del denunciado, del acosado del insultado, ni la libertad del que denuncia.

Claro que la libertad es una entelequia, un afán, un ideal, pero precisamente aquellos que se preocupan más de cercenar la libertad ajena, que de entender, perfeccionar y compartir la propia, tienen un nombre de triste recuerdo: censores. Habitualmente personajes, personas, que se dedican a perseguir la libertad ajena porque, su concepto de libertad es tan endeble que consideran que los demás pueden poner en peligro la suya.

La estudiante hizo lo correcto queriendo denunciar lo que ella consideraba que estaba mal, hizo lo correcto cuando decidió utilizar su oportunidad para reivindicar sus percepciones, pero se equivocó lamentablemente cuando decidió convertir sus reivindicaciones en un mitin político, en una exposición ideológica, y por tanto parcial, de los males que la universidad padece, porque en ese momento perdió la oportunidad de representar a todos, y eligió representar a los suyos y dejar fuera a los que opinan de otra manera.

Para tener razón no necesito basarme en la falta de razón ajena. Para recabar mejoras y erradicar errores, no necesito hablar de responsables, no necesito personalizar, si no enumerarlos y  proponer las soluciones que me parezcan pertinentes.

Todos, cuando tenemos que tomar decisiones, cuando tenemos responsabilidades, cometemos errores, todos, pero ver la paja en el ojo ajeno e intentar quitársela a puñetazos, mientras vamos agrediendo con la viga en el ojo propio, no suele ser más que el error que retroalimenta al error que denunciamos, y ese es el funcionamiento habitual de las ideologías.

No, yo no soy muy partidario de la señora Ayuso, ni de su ideología, ni de sus formas, pero la señora Ayuso no está donde está por su méritos, que también los tiene, si no porque los exaltados, los errores ajenos y el afán por insultar a la persona de sus opositores, más preocupados de desacreditar que de dar alternativas, le han allanado el camino, le han puesto la alfombra roja a su mandato, y, si siguen así, a futuros mandatos.

El sentimiento castizo, madrileño, dice que:”si no quieres caldo, toma dos tazas”, y la señora Ayuso es el caldo que los españoles le dan a otra posición política que ha decidido instalarse en la mentira, en el autoritarismo, en el “relato” y en el populismo. Claro que populista también es la señora Ayuso, pero de un populismo que la lleva a ser La Chata de los tiempos actuales. Y cuanta más inquina le arrojen, sea desde un atril, desde un escaño, a voces, en plena calle, más fuerte la harán, y más débiles seremos todos.

La libertad necesita inteligencia, necesita generosidad, necesita compromiso, no militancia, ni descalificaciones. Lo primero, la inteligencia y la generosidad, anda escaso, lo segundo a paladas, a todas horas, vesánicamente abundante.

La libertad necesita mejores paladines. La verdad necesita mejores pensadores. La palabra necesita un uso constructivo. La sociedad necesita deshacerse de un lastre ignominioso, las ideologías, llenas de salvapatrias y gurús que mancillan todo lo que tocan.

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