A mí, con la eternidad, me pasa como a los griegos con el átomo, que entiendo el concepto límite, o el límite del concepto, como se prefiera, pero el mismo hecho de entender el concepto me hace sospechar que existe otro que no soy ni capaz de nombrar. Ya lo dice Buzz Lightyear, el personaje de Toy Story: “Hasta el infinito, y más allá”
La eternidad, el vacío, la partícula más pequeña del universo, son conceptos, son definiciones de entelequias inconcebibles pero nombrables. Entelequias sobre las que podemos fabular, a las que nos podemos referir, y que acaban, con esa posibilidad de referirlas, por hacerse cercanas, y por ello mismo superables.
Uno de los logros asombrosos de la numeración decimal es que fue capaz de acercarnos al infinito, a su representación, a su medida. Bastaba disponer de un uno, infinitos ceros, y un tiempo infinito para escribirlo, para que el infinito quedara plasmado en cifras. Pero, dado que nadie dispone de infinito tiempo para representarlo, pero sí de la imaginación suficiente para utilizarlo, inventamos un símbolo que lo representara de forma instantánea. La contradicción de los números, el infinito instantáneo. Aun así, dado que el infinito no tiene fin, pero si principio, también representamos ese origen de la secuencia, mediante el número cero. Por tanto ya teníamos el origen, y el sinfín, pero ¿cómo podíamos explicar la imposible facilidad de pasar del 1 al cero, o del 1 al 2? Llegados a ese punto, en nuestra brillante imperfección, conseguimos meter una infinitud entre cada guarismo mediante los números fraccionarios, que nos aseguraban la imposibilidad de abarcar lo que sucedía entre dos instantes, entre dos cifras. Y puestos a representar de forma instantánea los infinitos, y percibiendo el infinito decimal entre dos enteros, nos hicimos con el concepto de los periódicos puros, números que arrastraban un guarismo, o una serie, a través de la infinitud decimal que separa a dos enteros.
Pero tampoco eso nos llegaba. Si había tantos infinitos en nuestro cotidiano vivir, en nuestro cotidiano concepto del reparto y la medida, no podíamos olvidar que existían otras realidades no naturales, ni siquiera reales, que no por no serlo dejaban de ser imaginables. Solo había que aprender a usarlas, a nombrarlas, así que nos sumergimos en el irreal mundo de los números negativos, en el multiplicador mundo exponencial y logarítmico, y empezamos a explorar lo puramente conceptual, en los cálculos pluridimensionales que intentaran asomarse a esa inaprensibilidad.
Como ya te comenté, una eternidad contiene, como mínimo, una infinitud de infinitos, incluidos sus límites, pero antes de ser, y en el imposible después de haber sido, aún caben una buena ristra de infinitudes. Justo, sabemos que estamos en la eternidad porque nada es, ni deja de ser, ni podría haber sido, ni siquiera tiene significado, ni tiempos, ni ningún verbo.
Pero en todo caso estamos hablando de la existencia, de la probabilidad que acepta el concepto de ser, de una entre infinitas probabilidades que no han llegado a ser, de una entre las infinitas probabilidades que nunca llegarán a ser, de una entre las infinitas probabilidades que nunca han podido ser ni siquiera probabilidad. La amalgama de todo ello, más sus distintos estados, periodos y universos, todos ellos conceptos infinitos, pueden resumirse en la entelequia dual del ser/ no ser, del existir/ no existir, en lo que conceptualmente llamamos eternidad. Lo que no tiene principio ni fin, pero puede ser nombrado, luego, podemos sospechar, no tiene principio, ni fin, tal como nosotros entendemos ese principio y ese fin.
Pero, si algo vamos empezando a comprender en esta lenta pero implacable incomprensión de nosotros mismos, de nuestro lugar y nuestros mecanismos, es que siempre, siempre, siempre, cuando establecemos un límite es inevitable que vaya acompañado de un más allá, de otra entelequia, no ya inconcebible, en este caso innombrable, que supera a la mencionada, ¿infinitamente?, ni mucho menos, el infinito es una insignificancia intelectual de un concepto finito, mucho más allá, pero mucho más, inconmesurablemente más allá.
Produce un claro bálsamo en el alma leer y texto filosóficamente tan elaborado como el tuyo. Muchas gracias.
Magistral lección de infinito y eternidad. Me quito el sombrero.
Y, sí, sólo las matemáticas, que son una impronta divina en nosotros, nos pueden “acercar” a esos dos conceptos.
Muchas gracias.