CARTAS SIN FRANQUEO (XCV)- LA INVOLUCIÓN Y LA CENSURA

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Como ya te comentaba el otro día, la ventaja, seguramente no la única, de ir cumpliendo años, y ser capaz de observarlos, retenerlos y estudiarlos, es ver la evolución del mundo que te acompaña, una evolución que, lamentablemente, no siempre es positiva.

Es muy interesante comprobar cómo evolucionan, e interactúan, conceptos como la censura, el sistema político y la libertad individual, y, por mucho que esa relación parezca evidente en su desarrollo, llegamos a comprobar que la realidad se evade de cualquier presunción de evidencia y nos pone ante nosotros la perversión de ciertos actores cuyo papel es pretendidamente evolucionador, revolucionador, pero que acaba resultando involucionador.

Yo nací en época franquista, en una época llena de recortes a la libertad, y en la que la censura era oficial, la política, la religiosa, la social, y actuaba a plena luz del día, sin recato, sin cortapisas y sin otra limitación que la propia escasez intelectual de los censores, que llegaban a provocar las públicas rechiflas de publicaciones que arriesgaban su dinero y libertad, haciéndose eco de muchas de esas burlas enmascaradas, apenas, para conseguir sortear las escasas luces, en la mayor parte de los casos, de los censores del régimen, capaces de prohibir una canción que hablaba de una caimán que se iba para Barranquilla, pero permitir películas como “El Verdugo”, “Plácido” o  novelas como los “Santos Inocentes”, por poner algún ejemplo entresacado. “La Codorniz” , “Hermano Lobo”, “Por favor”, la maravillosa “Celtiberia Show” de Carandell en “Triunfo”, jugaban, al límite de lo permitido, a sortear esa institucional censura previa que toda manifestación pública tenía que pasar. La película “La Corte del Faraón”, hace un excelso y divertido relato de unos usos, abusos, y picarescas, de la lucha por la libertad que la tal institución suponía.

Película “El Verdugo” de Luis García Berlanga

La dictadura intervenía en todos los aspectos de la vida, todo estaba regulado, todo estaba filtrado, todo… ¿Todo? No, todo no, la sensación de libertad individual, la sensación de ser dueño de tus ideas y de tu propio enfoque de la rebeldía, era prácticamente ilimitada, siempre y cuando esa libertad no saliera de tu propio ámbito, siempre y cuando no pretendieras proyectarla sobre un espacio lo suficientemente amplio para llegar al alcance del régimen.

Y esa libertad individual, seguramente recoleta, íntima, apenas compartida en susurros y complicidades con los más cercanos, alimentaba las ansias de una libertad plena, compartida, institucional, que muchos, sospecho que por una vez podemos usar el término mayoría en toda su amplitud, anhelábamos.

Y en estas, corría el año 1975, se murió el dictador; se murió dejando todo tan atado, y bien atado, que en apenas un año después los españoles empezamos a elegir entre dos salidas posibles a aquellas ansias de libertad que la dictadura había embalsado en nuestros corazones, y que desbordaban en la calle con entusiasmo ante la perspectiva de poder ponerla en práctica: la evolución, o la revolución.

Rebosábamos libertad colectiva, porque, por primera vez en mucho tiempo, nuestra libertad individual se voceaba, se cantaba con Jarcha, con Labordeta, Paco Ibáñez, Serrat, Raimón, Ana Belén o Vino Tinto, con cantantes y cantores nacionales a los que voces venidas desde fuera de nuestras fronteras, Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Joan Baez, Moustaki, Brassens, Cabral, Silvio Rodriguez, añadían sintonías y músicas foráneas para cantar nuestras ansias de gritarle a todo el mundo que el dique se había roto, que la censura estaba muerta y el nuevo régimen, que el antiguo régimen había pretendido tutelar y dirigir con metodología censora para preservar su esencia más allá de su decadencia y de la muerte del dictador, de la figura que desde su atalaya de poder, servía de coartada y sustento a todas las carencias de libertad en las que pervivíamos, había perdido su poder y colectivamente habíamos elegido otro camino. Habíamos elegido una evolución contenida, medida, pausada, que permitiera una libertad sin ira, una evolución con ciertas renuncias que hubieran supuesto una revolución, posiblemente una época sangrienta, que en parte se insinuó con la matanza de Atocha, con ciertas actuaciones de pistoleros y matones del antiguo régimen, frente a pistoleros y matones de opciones tan nocivas y totalitarias como las abandonadas, encarnadas por bandas terroristas entre las que destacó, por crueldad y sangre derramada, la inclemente ETA.

La libertad individual triunfó sobre la censura, salvo en ciertos territorios en los que el terror impuso una persecución feroz de la libertad individual, mucho más feroz y sangrienta que lo que había sido la del régimen en sus tiempos postreros, señalando con muerte y ostracismo social a cualquiera que alzara la voz en contra de sus disparatadas y totalitarias actitudes políticas.

En esa época, en esa esperanzada, pero terrible época, en la que las ejecuciones selectivas, a tiros, en medio de la calle, y las bombas que mataban indiscriminadamente, invadían las noticias y convivían con la esperanza democrática de un periodo constituyente, o de unas primeras elecciones que intentaban respaldar el ansia de libertad de una sociedad tozuda en sus objetivos, convivieron la nueva censura por medio de las armas, de la amenaza a la vida, y una autocensura que intentaba limitar las ansias de objetivos de libertad y convivencia. Todos los españoles no implicados en las ferocidades y totalitarismos de las bandas de asesinos contendientes, todo el verdadero pueblo que poblaba el territorio español, nos levantamos el 25 de febrero del año 1981 con la íntima convicción de que había que medir los pasos, las ansias, los logros, en aras de desactivar a las bestias totalitarias que nos amenazaban, que amenazaban la convivencia que deseábamos, desde todos los frentes absolutistas, dictatoriales. Así que armados de determinación, de resistencia, de ansias de no volver a caer en el hambre de poder y mesianismo de ningún enemigo de la libertad, ni siquiera de aquellos que presumían de hablar en nombre de una libertad que solo ellos reconocían, decidimos medir nuestros pasos, y pactar nuestras aspiraciones. Y nos impusimos casi todos, en espera de derrotar a los que vivían del miedo ajeno, una autocensura que no renunciaba a la esperanza de nada, pero evitaba hablar de esa esperanza, de las cotas de libertad y convivencia que la mayoría ansiabamos.

Hay quién dice que ya hemos derrotado a las bestias que amenazaban nuestra libertad, que los enemigos de la libertad han sido superados por la firmeza de las convicciones populares, y que ahora caminamos hacia esa libertad plena que entonces soñamos. Hay quién lo dice, pero, dime una cosa, si eso es cierto, ¿Por qué siento que mi libertad individual está en mayor riesgo que durante el franquismo? ¿Por qué una censura que llega al lenguaje, al pensamiento, a la vida cotidiana, ha entrado en vigor? ¿Por qué, de nuevo, unos supuestos guardianes de la moral y la ética, nos vigilan y nos intentan imponer su mesiánica, y limitadísima, visión de la libertad y de la convivencia? ¿Por qué se usan los avances sociales para lastrar a la sociedad y facilitar un intento de control absolutista, indecente, involucionista?

Si, al final, por mucho que queramos mirar hacia otro lado, por mucho que le llamemos con nombres que disimulen su esencia, la percepción de los que ya lo hemos vivido, y lo recordamos, es que hemos involucionado, que volvemos a aquellos tiempos en los que una persona se sentía con capacidad y derecho para decirle a los demás lo que debían de pensar, como, cuando y para qué, y, si no iban por el camino deseado, condenarlos al escarnio público, sentenciarlos socialmente, y, llegado el momento, judicialmente. Y eso se llama involución, y eso conlleva una censura que, si entonces solo alcanzaba a la vida pública, hoy, mediante las redes sociales, llega hasta la intimidad de tu casa, y se convierte en acoso.

Podría decir con fechas y razones, cuando esa evolución con vocación cuasi revolucionaria, se convirtió en involución con el consentimiento de todos, pero el miedo está volviendo, y ver a los herederos de los pistoleros de todo signo sentados en el congreso, convirtiéndose en valedores de la libertad y la democracia, me impone una auto censura que, al contrario de la de la transición, es absolutamente desesperanzada.

Nací creyendo en la libertad, crecí peleando por ella, hoy me conformo con esperar que algún día, en un futuro ajeno a mí, la humanidad se deshaga de esos lastres convivenciales que se llaman partidos, que se deshaga de esos enemigos de la libertad que se llaman populismos, nacionalismos y extremismos, y encuentre el camino hacia una libertad que sane todas las mentiras que hoy compramos.

fotomontaje plazabierta.com

Tengo que escuchar, de esos salvapatrias mediocres y carentes de memoria y de cultura, que nuestra transición fue un fiasco, mientras observo con auténtico dolor, con auténtica pena, el fiasco al que nos están llevando a todos, a una sociedad enfrentada, atomizada, que no dividida, cargada de rencores, agravios y  consignas vacías y militantes, que es la que ellos necesitan para medrar. Tengo que soportar sus prédicas mesiánicas emitidas desde una inexperiencia vital patética y culpable. Tengo que convivir con su intolerancia, con su soberbia, con su incultura y con su absoluta carencia de conocimiento sobre lo que pretenden evangelizarme, con su mentirosa interpretación de la historia, pasada y presente, contemplando el daño que la sociedad va acusando, defendiéndose de esa prédica mentirosa, ignorante, fanática, con un alejamiento institucional que nos condena a todos.

Y ya que solo me queda la palabra, ya que todos me miran mal, menos los ciegos, es natural, ya que mis palabras no pueden ser sin pecado un adorno, y me parece que estamos tocando fondo, me niego a callar; por un mundo en libertad, en paz y con justicia. Deseos que me consta, amigo mío, que compartes, como muchos otros, pero ellos no.

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