Lo juro, todos los días que me siento a escribir, a escribirte, una de estas cartas en las que comento contigo, y complemento, esas conversaciones que hemos mantenido durante la semana, lo hago con el firme convencimiento de que esta vez solo voy a tener en cuenta esa parte filosófico especulativa en la que nos movemos con harta complacencia, pero, al final, la cruda realidad de lo que acabo plasmando en mi electrónico papel, desmiente cualquier fidelidad a mis intenciones.
No sé si es la rabia por la desfachatez con la que nos mienten, no sé si es la frustración de no ver una alternativa adecuada al desastre que tenemos, no sé si es la tristeza de atisbar un futuro lamentable para los míos, no sé si es contemplar, atónito, impactado, la ignorancia, la soberbia, la frustrante estupidez de los populismos de izquierda, no sé si es el miedo a lo conocido de las sociedades diezmadas y sometidas de los extremismos de ambos signos, no sé si son las aberrantes propuestas de los populismos de derecha, pero lo que sí sé, de lo que tengo absoluta certeza, es de que la rabia se me sube a los dedos, al órgano que genera las palabras, se me tuercen los reglones previstos, y acabo escribiéndote sobre los últimos disparates de un gobierno instalado en el disparate como norma, en la mentira, en un absurdo que firmarían, sin recato, seguramente con la incredulidad de ver una obra suya representada por unos actores salidos de unas urnas no menos disparatadas que los personajes que generan, Tono, Jardiel o Mihura.
Me decías, haciendo un repaso de las posibilidades de voto en las próximas elecciones, que, por supuesto, como ácrata, y de izquierdas, aunque comprendías las mentiras, los errores y las inconsistencias del gobierno, volverías a votar a un partido de tu tendencia, de izquierdas, solo por evitar que pudiera ganar alguno de derechas.
He de confesártelo, aún no me he recuperado del todo ¿Nos hemos vuelto locos? Aún no he conseguido digerir intelectualmente dos afirmaciones que, por contradictorias, siguen atormentando mi estrecho camino hacia la comprensión de una sociedad en la que, me consta, tus argumentos, compartidos por muchos, atenazan la racionalidad, la inteligencia y la esencia misma de lo que debería de ser una democracia.
Para mí, quiero remarcarlo, para mí, ser ácrata, libertario, anarquista, y además de izquierdas, es ser esquizofrénico, bipolar, es como ser un jardín sin flores, como ir a por lana y salir trasquilado, como pedir pan a quién me llama tonto, como ser judío y nazi. Por más que me esfuerzo no puedo percibir ningún punto de encuentro entre una filosofía basada en la preponderancia del individuo y otra en la que el valor principal es el predominio de las instituciones colectivas sobre el hecho diferencial, que es el ciudadano individual y soberano, y que intenta, por todos los medios y a todos los niveles, una sociedad homogénea, monocorde, de pensamiento y moral únicas.
La izquierda, no menos la derecha, pero en otro sentido, quiere servir a una idea de pueblo, de colectividad, de sociedad, que previamente ha creado a su imagen y conveniencia; un pueblo adoctrinado y sometido, nivelado y anulado políticamente, perfectamente alineado y alienado. Y, como sé que me lo vas a preguntar, a la derecha el individuo, el ciudadano, le importa un pito, le importa tan poco que su ideal es que el concepto acabe diluyéndose en medio de poderes macro económicos y supra nacionales.
La izquierda propugna la conversión del ciudadano en un engranaje del estado, en contribuyente sin capacidad de decisión sobre su vida dentro del gobierno de una élite ideológica. Y la derecha, por adelantarme a tus preguntas, aspira a convertir al ciudadano en consumidor, en un mundo regido por las élites económicas. Ninguna de las dos opciones tiene ningún proyecto para el individuo, ninguna de las dos opciones lo contempla en su futuro, salvo como una masa amorfa, indeterminada, moldeable y prescindible en cuanto a consideración, pero imprescindible en cuanto a que tiene que existir para que exista la élite que ellos sueñan, a la que aspiran.
Pero, y teniendo en cuenta tu intención de repetir voto por una simple cuestión contra ideológica, ya que tu intención es votar contra la derecha, no a favor de la izquierda, que curiosamente no me parece lo mismo, significa que prefieres ignorar la cruda realidad, una realidad populista, mentirosa, impredecible, y perpetuar una cruda irrealidad, una cruda demagogia, con el único argumento de que los otros son “los otros”. Triste y peregrino argumento, amigo mío, porque significa que estás dispuesto a perpetuar cualquier cosa que provenga de unos, sin que importe su gravedad, sin que importe su idoneidad, sin que importe el daño que pueda causar; y eso, querido amigo, se llama entreguismo, forofismo, inmovilismo y, sobre todo, falta de criterio. La democracia sirve para apartar a los incompetentes y dar oportunidad a otros incompetentes de demostrar que lo son (visión cínica personal), no para perpetuarlos en el poder por cuestiones ajenas al interés general; votar es provocar con el cambio la posibilidad de encontrar a alguien competente en el ejercicio de la función pública, que permita una evolución social de la sociedad, aunque sistemáticamente se fracase en el empeño.
Pero si ser ácrata y profesar, que es el verbo adecuado al acto, ideas de izquierda, es un acto de flagrante contradicción, de contradicción destructiva, votar un error por una cuestión de pertenencia, de tolerancia identitaria, de oposición ideológica, es convertirse en traidor a la democracia, en cómplice y corresponsable de los errores que se homologan con el voto, en vaciar de contenido y futuro el hecho fundamental de la democracia, que, en contra de la idea generalizada, no es votar, si no ejercer la censura, contraponer al poder otorgado la capacidad popular, que no populista, que no ideológica, que no cómplice, de fiscalizar las derivas inadecuadas, anti éticas, inmorales, ineficaces o irresponsables, de quienes fueron elegidos como los mejores entre los iguales para ayudar, para construir, para mejorar, y no para servirse. Porque lo que tú propones, lo que dices con una candidez que se vuelve perversa, porque el resultado final es perverso, es que con tu voto vas a intentar prolongar el populismo que en este momento está lastrando nuestro futuro, y destruyendo nuestro presente.
Si, populismo, porque cuando uno defiende cuestiones ideológicas, leyes y normas de corte ideológico, que, enfrentadas a la cruda realidad, provocan un daño social mayor que el que pretenden paliar, cuando esas leyes y normas, enfrentadas a la cruda realidad y su ineficacia, se siguen defendiendo en un empecinamiento, en una actitud de soberbia en la que se llega a plantear que la equivocada es la sociedad, y no quién las promueve, habremos caído en el populismo, en la cruda demagogia, en la incapacidad de servir ante la tentación de servirse por cuestiones no menores como el electoralismo, como el frentismo, como la demagógica tentación de hacer una sociedad a mi criterio y medida, medida casi siempre tan mediocre como el líder que la propugna. Por si me pides ejemplos:
- Sostener una ley –hablo de la del sí es sí, por si alguien no lo pilla- que favorece a los delincuentes en aras de un beneficio conceptual que ya ha desmentido la cruda realidad, es cruda demagogia
- Sostener propuestas conceptuales, ideológicas, aunque pudieran parecer justas y deseables, que enfrentadas a la cruda realidad crean conflictos no resueltos por la norma, o por su aplicación práctica –hablo de la ley trans, o de la ley de bienestar animal- y perjudican a colectivos más amplios que aquellos a los que benefician, es caer en la cruda demagogia.
- Promover el frentismo, valerse permanentemente del insulto y la descalificación de la mayoría de la sociedad, valiéndose para ello de los medios y recursos que esa misma sociedad ha otorgado con otros fines, es cruda demagogia.
- Practicar el sectarismo, justificar en uno mismo lo que ataca en los demás, incurrir en nepotismo sistemáticamente, mientras se acusa a los demás de hacerlo, es cruda demagogia
- Practicar un lenguaje rebuscadamente inaprensible, inconcreto, voluntariamente mentiroso, para hacer de la realidad algo manipulable, adaptable a las necesidades de cada momento, es cruda demagogia
- Exhibir como triunfos políticas que están dañando, lastrando, condenando a la miseria y al desempleo a los más desfavorecidos de la sociedad, mientras se invocan unos avances que la cruda realidad, las colas de los comedores, las listas independientes de desempleo, las estadísticas de autónomos que cesan en sus actividades, desmienten, es cruda demagogia.
- Aplicar, como admisible, la ética comparativa, justificando la propias conductas inaceptables, con conductas ajenas igual de reprobables, es cruda demagogia.
- Buscar siempre, sistemáticamente, el chivo expiatorio, encontrando siempre el error en el exterior, justificando el error propio, mientras se dice, por supuesto inconcretamente, que se asumen los errores; aferrarse al cargo, al poder, como si nadie más pudiera ejercer esas funciones correctamente, es cruda demagogia.
- Poner etiquetas de descrédito, señalar como apestados sociales, promover la persecución de todos aquellos que no compartan la visión mesiánica de la sociedad, es cruda demagogia, populismo y totalitarismo.
Hay más, tú lo sabes, hay muchas más. No, las declaraciones de la ministra Calviño sobre los empresarios que le escriben deseando el triunfo de los socialistas, no son cruda demagogia, son pura estupidez, infantilismo, o cretinez, en grado de desesperación pero no cruda demagogia. Porque seguro que los hay, aquellos pocos favorecidos directamente por las políticas practicadas por el gobierno, los que han encontrado pan y riqueza a su sombra, los estómagos agradecidos.
En fin, amigo mío, que una vez más ha sucedido. Yo me senté a escribir sobre economía, y mis renglones se han torcido. ¿Qué que puedes votar si no hay más opciones? Yo llevo años votando en blanco, desde Felipe González, más o menos.