Me hablabas el otro día, a propósito de mi carta sobre el ruido, de la libertad, o, para ser más exactos, de la falta de libertad que tú sientes, de la falta de libertad que aprecias en los demás, de la falta de libertad que aprecias, en general, en una sociedad a la que el concepto no se le cae de la boca.
Es cierto. Parece inevitable que cuanta más libertad se invoca menos libertad se convoca, cuanta más libertad se reclama, menos libertad se permite. No sé a ciencia cierta si esto obedece a algún tipo de ley universal o es simplemente una consecuencia de un periodo reptiliano de una sociedad dirigida desde instancias poco claras. Y cuando hablo de periodo reptiliano no hablo de ancestros, si no de tácticas perfectamente estudiadas para la reacción inconsciente de nuestro cerebro homónimo.
La libertad es un concepto global que solo se puede administrar y evaluar individualmente, lo cual ya la hace complicada, improbable en su sentido más generoso. La Libertad, así, con mayúsculas, equiparable a las demás virtudes y potencias, es un anhelo inalcanzable del hombre en su lucha vital, y por tanto es un estado de lucha por el perfeccionamiento de la sociedad que no obliga al logro, pero si a la búsqueda permanente de su consecución.
Hay ciertas actitudes que, libertariamente hablando, me producen, a la par, pasmo y preocupación, actitudes que hablan y reclaman la libertad desde posturas sectarias, desde posiciones ideológicas cuyos logros suponen un cercenamiento radical de la libertad.
Son esas que reclaman su libertad en nombre de otros. ¿Reclaman la libertad, o reclaman la capacidad de decidir ellos la libertad de los demás? Yo apuesto por lo segundo. Y lo segundo no es la libertad que yo reclamo. En realidad no es libertad, es el disfrute de la permisividad del poder, que se regula en función de sus circunstancias, sus necesidades, sus apetencias. Claro que no son mejores los que esperan a que la libertad se la concedan los demás como si de una pócima o un elixir se tratara, como si pudiera dispensarse en caja y con lazo de regalo.
La libertad es un logro individual, como cualquier concepto ético, y por tanto nadie puede concederle la libertad a otro. La libertad es una actitud ante la vida que no permite de rebaños ni pastoreos ya que solo cada uno en su interior es capaz de saber qué grado de libertad está dispuesto a permitirse y a qué cantidad de libertad está dispuesto a renunciar. Porque la libertad está directamente ligada a la renuncia, al respeto exquisito a la libertad ajena, a la capacidad de hacer convivir las libertades individuales de cada uno sin que eso suponga el cercenamiento obligatorio de ninguna libertad ajena. Al menos en el plano del pensamiento, en el plano conceptual.
Me asombra el cinismo, la falta de voluntad libertaria, de quienes reclaman su libertad, la de su idea de libertad, mientras exigen la falta de libertad ajena. Me asombra la desfachatez de quienes reclaman libertad de expresión, de ideas, de acción, al tiempo que niegan la misma posibilidad para los que piensan distinto de ellos. Me asombra la confusión de quienes pretenden administrar la libertad ajena desde unas premisas que ellos mismos marcan. No, esos no hablan de libertad. En realidad sospecho que ignoran de forma patética lo que es la libertad.
Solo yo puedo concederme la libertad, solo yo puedo coartar esa libertad, solo los demás pueden privarme, parcialmente, de ella mediante la coerción. Y eso es lo que sistemáticamente hacen los gobiernos, todos los gobiernos: coaccionar nuestra libertad con leyes que además nos invitan a sancionar, a votar.
Mencionaba antes el concepto reptiliano, y lo hacía porque esa parte más primitiva de nuestro cerebro solo entiende de premios y castigos, y es ese cerebro el que aparentemente está funcionando en nuestra sociedad perfectamente manejado desde los poderes visibles, esos que intentan distinguir entre libertad colectiva y libertad individual, intentando ocultar que la libertad colectiva es de ganga, es una falacia que nada tiene en común con la Libertad.
La respuesta a las actitudes militaristas, de bloques, a la guerra fría, iniciada en la década de los sesenta del pasado siglo, supuso la proliferación de movimientos cívicos, de movimientos libertarios, de movimientos no alineados ideológicamente, que buscaban, con tanta ilusión como desesperación, superar un mundo dividido y enfrentado, con una evidente falta de libertad. Las artes, la moda, la filosofía, la economía bullente, llevaron a la sociedad, a sus miembros, a cotas de libertad inimaginables hoy en día. Y entonces el poder, el difuso, el que manda, puso en marcha el mecanismo reptiliano cuya consecuencia última ha sido el recorte de la libertad individual en aras de una protección paternalista del estado: en el área económica, en el ámbito de la seguridad antiterrorista, en el plano médico. Y nuestro cerebro reaccionó a los castigos abrazando el premio de la renuncia.
No, la libertad no es el permiso para poder ir de un lugar a otro sin cortapisas, que también. La libertad no es la capacidad de votar una cantidad limitada de posibilidades, que también. La libertad no es que otro te diga que puedes o no puedes hacer mediante leyes coercitivas, nunca. La libertad es tu capacidad de determinar por ti mismo lo que quieres y a qué, de todo lo que quieres, estás dispuesto a renunciar para respetar la libertad de otro. La libertad, al final, es el logro de decidir que es la libertad sin docentes, sin tutores.
Por eso cuando me hablas de tu libertad, de tus ansias de libertad, solo puedo decirte que la libertad que reclamas está en tus manos, y que esas normas que dices que te agobian, que te coartan, que te condicionan en tus decisiones, son normalmente convenciones sociales, leyes, costumbres, que la sociedad ha ido tejiendo para limitarla, que están apuntaladas en tu propia percepción de la libertad y en la predicción del daño que tu libertad puede causar a los que te rodean, en el daño que la libertad puede causarte a ti misma. Esa es la trampa, ahí está el precio, pero solo cada uno de nosotros puede buscar el equilibrio de la balanza.
No busques la libertad, tómala, ofrécela, moldeala y espera a sentirla en tu interior. Ese será el momento para disfrutar de ella y compartirla, porque solo la libertad de los demás te puede hacer verdaderamente libre.