CARTAS SIN FRANQUEO (VI)- EL DESEO

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Me hablabas de deseo y hablar del deseo siempre concita controversia. Tal vez sea porque el deseo es un gran incomprendido, tal vez porque hablar de desear es para una gran parte de población, lastrada por un sentido religioso profundo, hablar de algo sucio, indebido, “pecaminoso”.

“No desearás a la mujer de tu prójimo”, reza una de las leyes básicas del cristianismo, que llevada al judaísmo o al islamismo alcanza cotas de superior rechazo. Curiosamente nadie habla de desear al marido de tu prójima, ni de la forma más despreciable de deseo, que puede ser la envidia. Y ya empezamos a criminalizar el deseo.

El deseo, despojado de su sentido carnal más inmediato, debe de considerarse como el gran motor del progreso humano. Todo ser humano desea alcanzar lo inalcanzable, y pone en ello su mayor empeño. Es más, si nos paramos a reflexionar un poco, casi todas las actitudes del hombre se pueden analizar en función del deseo:

El vago puede ser aquel que no tiene deseo de conseguir nada

El envidioso es el que desea lo ajeno sin tener que realizar el esfuerzo por conseguirlo

El acaparador, o avaricioso,  es el que desea que todo sea suyo sin importarle la carencia ajena

El avaro es el acaparador que además no disfruta de lo que va consiguiendo

El triunfador es el que consigue casi todo lo que desea

El perdedor es el que no consigue casi nada de lo que desea

El delincuente es el que consigue lo que desea sin respetar las leyes

Y así podríamos ir definiendo estereotipos de personas en función de su relación con el deseo. Por el momento con el deseo material.

Porque si hay un verbo que llega a todas las esferas, es el verbo desear. Existen el deseo material, el deseo intelectual y el deseo carnal, y en los tres el verbo en cuestión se apropia de infinidad de matices que lo llevan a ser sublime, o indeseable.

¿Acaso podemos criticar a un ser humano que desee alcanzar la belleza, la perfección, la inteligencia, la sabiduría? No, es más, así explicado el tal ser humano nos inducirá a sentir admiración, a estimular un sentimiento de emulación que puede resultarnos positivo. Claro que esto será así, en tanto en cuento esa búsqueda no caiga en la soberbia, en el narcisismo o en un elitismo que denuncie una clara desviación de los objetivos.

¿Y el deseo carnal? ¿Es tan dañino, tan sucio, tan pecaminosos, como algunos pensamientos parecen creer?

Pues tal vez nos pasa como con el resto de los deseos. Es inevitable que exista una atracción entre las personas, una atracción que acaba convirtiéndose en deseo si se le da la oportunidad de pasar de esa primera fase, e incluso en algo más profundo. Es un mecanismo, inicialmente, aunque no solo, que lleva a la raza a reproducirse para sobrevivir. Un mecanismo que, a posteriori, sigue funcionando incluso sin el incentivo de la reproducción buscando la recompensa del placer.

Y aquí empieza la controversia, en el bendito y maldecido placer, en esa satisfacción nerviosa que, a pasar de lo efímera, es algo que casi todos los seres humanos desean. Es el desencadenante del galanteo, de la sexualidad, del amor y de la familia. Sin deseo, sin deseo carnal, tal vez ya nos habríamos extinguido, y a pesar de todo seguimos considerando el deseo como algo sospechoso. ¿Lo es?

Es difícil decir que no si a quién se lo dices es una pareja abandonada, a una familia rota, a alguien educado en un sentido de la posesión de su pareja. Es difícil decírselo a quién ha caído en una relación corrosiva, en una pasión desenfrenada, destructiva, en un sentido frustrante de una relación. Es difícil decírselo a cualquiera que sufra por el deseo ajeno, o por la frustración del deseo propio. Pero, como en los deseos anteriores, la cuestión está en la intensidad, en saber el punto en el que lo positivo se sobrepasa y empieza a hacer daño, y ese punto, en temas galantes, es el difícil de mantener.

Yo, por si acaso, y en aplicación estricta de una norma inexistente, cuando me asomo al deseo intento hacerlo mirando un poco más allá de mí mismo, pero sin descuidar el entorno propio. Algo así como vigilar la sombra por ver si puede quitarle el sol a alguien, sin dejar de pasear al sol que me es tan necesario. Y no, por más que mis palabras tal vez se antojen confusas, no se trata de arrimarse al sol que más caliente, se trata de no pasear siempre con la sombrilla abierta, ni de ir pisando sombras ajenas sin reparo.

Todos deseamos la libertad tanto como la tememos, y en encontrar el punto dela libertad en que esta se llama felicidad debería de ser nuestro principal deseo. Debería de ser.

 

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