CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXVII)-LA POLÍTICA CUÁNTICA

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No estoy muy seguro de si se puede hablar de política cuántica, una política en la que la realidad depende de que exista un observador empeñado en su formación, es más, que varíe según el observador al que se somete, pero esta sería la única explicación para poder darle algún sentido a lo que estamos viviendo. La realidad que percibo a mi alrededor, una realidad desmotivada, desmoralizada, resignada y resabiada, que cada día está más lejos de esa otra realidad, que se vive en un parlamento ensimismado,  y que se demuestra insensible al clamor mayoritario, y a su obligación de darle voz y representarlo.

fotocomposición plazabierta.com

Un gobierno que vive en el disparate diario, en una huida hacia ningún sitio concreto que no sea su propia supervivencia, sostenido, en sus peores momentos, por una oposición empeñada en un disparate que hace desconfiar de su utilidad como alternativa, y por unas minorías que van, clara y declaradamente, en contra del sentir mayoritario de la sociedad.

Un disparatado dictadorzuelo decimonónico empeñado en el genocidio de todo un país, que ambiciona, por no plegarse  a sus deseos de expansión y gloria, ante la mirada, cómplice como solo pueden ser las miradas, de la escena internacional, más preocupada de su estrategia geopolítica, de  disponer de un campo práctico de pruebas para su industria armamentística y de amagar pero no dar, que de evitar una inaceptable avalancha de muertes y sufrimiento de personas que han tenido la desgracia de vivir en un campo de prácticas y ambiciones.

Una situación económica agravada por políticas fiscales populistas a las que nada les importa el daño que causan, o la indefensión que provocan.

Una sociedad desquiciada por leyes que transgreden y erizan la convivencia.

Una deriva social que avoca a un futuro tenebroso, a una distopía de tal calibre que se agradece la propia caducidad por no llegar a conocerlo.

Yo entiendo, ética aparte, conciencia a un lado, que todos vivimos en entornos que tienen una carga emocional determinada, y que la visión que de esa realidad cuántica, esa que antes dependía del color del cristal, y ahora se conforma según el observador, en la que vivimos obedece en parte a nuestras propias convicciones, pero ni entendiendo esto me parece tolerable que la política y la calle vivan en realidades diferentes.

Cuando a un problema social se le da una carga ideológica, no se soluciona el problema, se agrava, tal como demuestra el repunte machista que ponen de manifiesto las encuestas y que se da principalmente entre los jóvenes, porque pasa de ser un problema de conciencia a ser un motivo de enfrentamiento, porque el problema queda soslayado por el posicionamiento político contrario, porque el argumento pasa de ser racional a ser emocional. Si además se intentan poner en marcha iniciativas populistas, encima mal desarrolladas, las consecuencias son intolerables: retroceso de lo conseguido hasta el momento, delincuentes en la calle, y mentiras. Siempre mentiras, siempre la exhibición del chivo expiatorio como una explicación de un fracaso.

La ley del “si es si” es el mayor escándalo legislativo de este país desde la ley de vagos y maleantes del franquismo, y su única consecuencia percibible, de momento, es la rebaja de penas, cuando no la excarcelación irreversible, para delincuentes  socialmente intolerables, peligrosos, alarmantes. Ni siquiera el disparate argumentativo de cierta oposición puede enmascarar que la única salida de los responsables, si tuvieran un mínimo de ética, un mínimo de decencia democrática, sería la dimisión, pero en la realidad cuántica de los políticos, la responsabilidad es de otros, y loi importante es lo que se proclama, y no las consecuencias evidentes de su aplicación. El clamor popular está equivocado, es fascista, y solo la pureza argumentativa de una minoría iluminada puede salvar el futuro de las mujeres, de las mujeres que sobrevivan a los violadores en la calle, que sobrevivan a una violencia de género alimentada por el populismo de quienes dicen combatirla.

No voy a entrar en la rabia que percibo a mi alrededor cuando se habla del delito de sedición, no por la reforma, si no por la forma, por los impulsores, por el entreguismo que supone, agravada, la rabia, la desmoralización, por ver a Bildu imponer condiciones a un gobierno que debería representar a ciudadanos cuya realidad cuántica en nada se parece a la que se va formando medida tras medida, ley tras ley, agravio tras agravio.

Tampoco voy a entrar en la desidia popular que produce la verdad alternativa permanente, la incapacidad de dar veracidad a nada de lo que se oye, el hastío por un “relato” permanente de una visión cuántica divergente de la percibida en la calle, en el hartazgo desmoralizado de quienes se sienten impotentes ante una deriva que se escapa a su entendimiento, a sus esperanzas, a su ansia de convivencia y progreso.

Ni siquiera, hoy, voy a tocar los estragos que entre la pequeña y muy pequeña empresa está produciendo una política fiscal feroz, inmisericorde, cuyo afán recaudatorio es más propio de una bolera, que de un estado pretendidamente democrático, y a la que la sonrisa del presidente del gobierno, y sus ministros, en sus comparecencias públicas, no le parece muy diferente a la del “Joker”.

Ni mucho menos, ¿para qué?, voy a intentar entender la realidad cuántica de una oposición que oscila entre el “dontancredismo” de una parte y los exabruptos de otra.

La brillante, y exacta, frase definitoria de lo que es democracia, pronunciada por Felipe González recientemente –“En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad”- contrasta frontalmente con la práctica cotidiana de un parlamento, nada representativo, que considera que la verdad es lo que ellos consigan hacer creer, aún en contra de lo que creen los ciudadanos, es decir, la verdad que la política cuántica les presente, a los representados, como hechos consumados.

Empezando porque la mayoría real, matemáticamente constatable, no es la representada en el parlamento, mayoría que las leyes sabotean en beneficio de las ideologías y los territorios, y siguiendo porque una mayoría, minoritaria a efectos de cuentas contantes y sonantes, conformada por la suma de las pretensiones de minorías contrarias al sentir mayoritario, nunca pueden producir una política asumible por esa mayoría, que no se siente representada, escuchada, a veces, ni siquiera, concernida por una realidad cuántica que emana de un discurso mentiroso, la democracia cuántica en la que vivimos, se parece poco a una democracia real, ni formal.

En este diálogo entre dos personajes de la obra “Palabras Radiantes” de Brandon Sanderson, se aprecia algo de lo expuesto:

  • “¿Qué es una pata? Depende de tu definición. Sin un punto de vista, no existe una pata, ni una mesa. Solo es madera”
  • “Me dijiste que la mesa se percibe a sí misma”
  • “Porque la gente la ha considerado, durante mucho tiempo, como una mesa. Para la mesa se vuelve la verdad, porque es la verdad que la gente creó para ella”.

Necesitamos, y con urgencia, una regeneración democrática, con políticos que estén más preocupados por la percepción popular que por su cuota de poder, con un parlamento que sea representativo de los ciudadanos, y no de ideologías que la mayor parte de ellos no profesa, ni comparte. Con unas leyes que permitan las mayoría reales, y no que nos condenen a minorías y populismos que favorecen los sentimientos antidemocráticos más profundos. Con una convivencia que favorezca el progreso, la libertad y la igualdad imprescindible, no el medraje de unos cuantos, la libertad que algunos consideren conceder, ni la desigual igualdad de enfervorizados activismos.

Sin duda, la teoría cuántica en la física es un hito del conocimiento, que ha revolucionado nuestra percepción de lo que nos rodea. Pero aplicada a la política es un fracaso de tal calibre, que puede emponzoñar irremediablemente nuestro futuro más inmediato, el de los nuestros.

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