Tal como comentábamos el otro día, hay frases, algunas, que parecen intrascendentes, ocurrentes, y que reflexionadas, acaban dando la clave de pensamientos más trabajados. Lo comentábamos a propósito de la frase que citaba de Blas Piñar en mi último artículo, y en algún otro, y de frase en frase, y tiro porque me toca, llegué a otra que contiene toda la enjundia de una cuestión que llevamos discutiendo hace años: los falsos debates.
Esos debates que nos plantean el tener que elegir entre dos opciones, teóricamente irreconciliables, excluyentes, planteadas de una forma quimérica, de un lado todos los defectos, del otro todas las virtudes, y que no consiguen otra cuestión que el enfrentamiento entre los defensores de una y otra opción, que al final es la excusa y refugio de los mediocres incapaces de una reflexión serena.
Me dijo alguien, que no recuerdo, hace ya años, que elegir es morir un poco. La frase me pareció idónea para charlas intrascendentes, homologable por mi espíritu, franquicia, gallego, pero a lo largo de los años ha ido adquiriendo en mi ideario una importancia capital. Elegir, efectivamente, es morir un poco. Elegir, descartando absolutamente alguna de las opciones, quemando los posibles caminos intelectuales de retorno a la opción descartada, es renunciar a la posibilidad de equivocarse, a la posibilidad de los caminos intermedios, a una vida que queda cercenada desde ese momento en el que se la encamina a una vía única. Elegir con sentimientos negativos, odio, intransigencia, rencor, incomprensión, rabia, frentismo, fundamentalismo, es morir mucho, es cercenar una parte positiva de nuestro pensamiento, y, lo que es peor, es matar, intelectual o físicamente, dependerá de las oportunidades, al prójimo que no está alineado con nuestra elección.
Estos falsos debates, debates que nos hacen elegir entre dos opciones del mismo sistema, planteadas para aparentar una falsa libertad, para evitar que nos planteemos sistemas alternativos al actual, para que vivamos en una falsa percepción de las posibilidades, se nos plantean a diario, en todos los ámbitos, y no tienen otra finalidad que evitar que se llegue a imaginar un debate en profundidad que ponga en peligro la consolidada jerarquía mundial, que pretende seguir guiando nuestros destinos.
No, amigo mío, podemos pasarnos, de hecho nos pasamos, la vida eligiendo, muriendo de poco en poco, y con cada elección lo único que conseguiremos es estar cada vez más lejos de una solución real, de un mundo en el que poder vivir en paz, y con el que poder convivir en armonía.
Nacimos a la consciencia como individuos sociales, evolucionamos hacia sociedades de individuos, y nos hemos plantado en supracolectividades que ignoran al individuo, con conciencia propia, colectiva, libertad propia, colectiva, ética propia, colectiva, y objetivos propios, colectivos; y, a nada que el individuo sobreviva en medio de la vorágine exterminadora de lo individual que nos rodea, nos daremos cuenta de que ningún individuo libre puede abrazar la integridad de los planteamientos colectivos, por lo que acabará siendo señalado, perseguido, y, si su importancia lo requiere, purgado.
No hay día que no me den a elegir entre izquierda, que mande una élite ideológica, o derecha, que mande una élite económica. Entre lo público, dominio de un estado omnipotente sobre los recursos, o lo privado, dominio de las grandes corporaciones sobre los recursos. Entre una uniformidad que cercena la libertad, y una falsa libertad que nos condena a una desigualdad éticamente intolerable. Entre un absolutismo intervencionista, y una plutocracia que ignora a los más desfavorecidos. Entre un comunismo castrante, y un liberalismo criminal. Con todos los matices intermedios que la historia va aconsejando crear para mantener un debate que parece prometer lo que no está dispuesto a dar, y que preserva el sistema.
Y no son dos opciones, solo son dos caras de un mismo sistema, un sistema cuya única finalidad es elegir quién maneja los recursos en su propio beneficio, ignorando las necesidades reales de la masa comprendida en su círculo de poder, masa que debe de renunciar, en bien de la élite, a la justicia, a la libertad, y, en definitiva, a la individualidad.
Curiosamente, en esos debates, en esos falsos debates, nadie se plantea la eficacia, la oportunidad, la idoneidad, la función por encima de la denominación. ¿Público o privado? En qué circunstancias, con qué regulaciones, con qué costo. Creo que es imprescindible la iniciativa privada para dar un salto de calidad. Creo que es imprescindible lo público para preservar la igualdad de oportunidades. Creo que en sectores estratégicos son imprescindibles las iniciativas mixtas.
Si, definitivamente, elegir, tal como está planteado en la actualidad, es morir parcialmente; elegir es, siempre, equivocarse; elegir, en un falso debate, es otorgar un poder que siempre es usado en contra de alguien; elegir, en estas circunstancias, es renunciar a aprender, a entender, a buscar una verdadera salida. Elegir, en definitiva, con estas opciones, es constituirse como cómplice de la muerte de un futuro aceptable.
Seguramente estos debates serían válidos en una colmena, en un rebaño, en una jauría, en una colonia, o en una manada, pero no en una sociedad que nunca debe de olvidar que está constituida por individuos que deben de ser libres, libres individualmente, tener los mismos derechos, que garanticen la justicia, y estén unidos por su propia decisión, y no por fronteras, banderas o pertenencias impuestas en aras del beneficio de élites difusas.
Yo, ahí, querido amigo, si que elijo; y sin dudarlo.