CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXI)- LA LAICA INQUISICIÓN

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Cuando te escribí las cartas anteriores, una sobre el falso racismo, y otro sobre un comportamiento inadecuado, tildado de machista por sus aspavientos y por conveniencia militante, que no por su fondo o intención, sabía que era inevitable que, las mismas personas que esas cartas pretendían señalar, harían una exhibición de su fundamentalismo. Y no me equivoqué.

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He tardado menos de lo que tardé en escribir las cartas, menos de lo que cualquiera tarda en leerlas, en convertirme en machista y en racista.

Lo primero que te pide el cuerpo, es devolver el golpe, devolver insulto por insulto, etiqueta por etiqueta, estupidez por estupidez, pero a nada que reflexiones, y ahí se acaba la equivalencia, te das cuenta de que caer en el comportamiento de aquellos a los que pretendes denunciar, de aquellos que quieren convertir a esta sociedad en un monobloque sin capacidad de pensamientos individuales, de matices reflexivos, de ideas más allá de las consignas, es otorgarles un triunfo al que no estás dispuesto.

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La segunda opción que se te pasa por la cabeza, es, de cara a los que te leen, defenderte alegando lo que has hecho en tu vida, en tu entorno, en tu intimidad, para desmentir un ataque que consideras injusto, infundado, malicioso; hasta que te das cuenta de la trampa que supone tal actitud. Ponerte a la defensiva es justamente su mejor baza. Para insultar, para atacar, para etiquetar, no necesitan otro argumento que hacerlo, nada les importa la verdad o la razón, cuanto menos el razonamiento, y si tu pretensión es desmentirlo, descubres una parte de tu intimidad, una debilidad, que solo puede servir para ser usada en tu contra. No, no son tus amigos, no son tus allegados, no son tu familia, no son tus colaboradores, no pertenecen a ningún círculo que tú frecuentes, no te conocen de nada, y la falta de criterio reflexivo de sus opiniones, su fundamentalismo, su puritanismo ideológico, que en el fondo, y de cara a tu vida, te importan un ardite, no justifican, bajo ningún criterio, que hagas un intento de comprensión, un ejercicio de comunicación, para que tengan una idea individual, cuando lo único  que demuestran es que piensan en rebaño, en cabeza ajena.

Entiendo a todos aquellos que se sienten señalados por las palabras de otros que, sin conocerlos, los tildan de esto o de aquello, de fascistas, de comunistas, de machistas, de feminazis, de racistas, o de cualquiera de esas dagas dialécticas con las que, los populistas que pululan por las redes, etiquetan a cualquiera que no comparta la totalidad de su ideario, al que no aportan otra cosa que una pertenencia ciega, sorda, plana. Entiendo esa necesidad compulsiva que todos tenemos de ser aceptados, entendidos, de gustar y que nos lo digan, pero, aunque lo entienda, asumí desde mi primera letra escrita que ese era uno de mis objetivos inalcanzables, y ni la gente que me halaga con sus reconocimientos hace que mi ego se conmueva, más allá de la satisfacción del reconocimiento, ni aquellos que me tildan de esto o aquello, sin conocerme, sin haber intercambiado conmigo ni una sola palabra, afectan de ninguna manera a mis convicciones, siempre puestas en cuestión por mí mismo, atendiendo a razones ajenas, jamás por consignas, insultos, ni soflamas, que dejan a la vista un inmovilismo digno de Blas Piñar y su famosa frase(*).

Si, ya se, querido amigo, algunos de los que leen esto no saben ni quién fue Blas Piñar, ni tendrían en cuenta nada que rozara su nombre. Seguro que saben usar la “wikipedia”, y que si pudieran borrarían su nombre de ella. Esa es la diferencia, ellos solo escuchan a los que dicen lo mismo que quieren oír, yo aprendo más de los que dicen cosas que no comparto.

Estos personajes, faltones, incluso aquellos que escriben sus insultos con formas suaves y educadas, los menos, de pensamiento único, se reclaman además, ya tiene pelendengues la cosa, como defensores de la libertad, de la democracia, de la ética social, pero, a nada que escarbas, queda claro que no defienden otra cosa que la libertad de pensar como ellos, la democracia de los que siguen sus reglas, y que hay que imponer a los que tengan otras, sean los que sean, y la ética social vista a través de un prisma de una sola cara. En realidad solo resultan ser censores, absolutistas, puritanos, inmovilistas, incapaces de imaginar una sociedad plural. Incapaces de captar un matiz, de llegar a una idea propia, de tener un atisbo de tolerancia.

Habrá quien piense que intentan defender una causa noble, porque la causa lo es, pero cuando el grado de integrismo llega a los niveles que exhiben, cuando la intolerancia y el cerrilismo son las únicas herramientas aplicadas, cuando su uso de los problemas es tan estúpidamente fundamentalista que provoca en una parte considerable de la sociedad rechazo, en otra no menos importante hartazgo, y dañan a toda en general con la falta de libertad inherente al miedo a ser señalado, considero que su uso de las lacras sociales no solo es inadecuado, es dañino para aquello que dicen defender. Es más, no descarto que su “justa ira”, esa que exhiben de cara a los demás, no esconda otra cosa que su falta de compromiso interior con esas causas.

Son la Laica Inquisición, “torquemadas” del teclado y el linchamiento en masa, inquisidores generales de cualquiera que pase por su lado y se permita un pensamiento libre, aunque sea incorrecto, o no, portadores de un odio irracional y dañino en nombre de un dios no divino, casi siempre mal interpretado, oscurantistas, totalitarios, gregarios, populistas, violentos hasta la afrenta, y más allá, hasta el linchamiento sin redención, censores y puritanos.

Si Torquemada levantara la cabeza, los contrataba a todos. Si ellos hubieran esta do en Salem, no se habrían librado de la hoguera, ni siquiera, el reverendo Parris, ni su hija. En su ideario solo cabe la condena, porque una vez efectuada la acusación, si está dentro de su ideario, la culpabilidad está probada, y un juicio solo puede servir para que el acusado difunda su error, para que cree dudas, o alegue razones, entre los que están fuera de su círculo, pero jamás en ellos, que tienen ya predeterminada la culpabilidad del reo.

Mientras las lacras sociales se combatan con leyes, y el fundamentalismo, el puritanismo, el populismo, las use como argumento, esas lacras seguirán existiendo, y estarán más hondamente ocultas en las almas de las personas que se sientan reprimidas. Mientras el machismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la intolerancia, sean objeto de leyes, y no se subsanen con educación y una conciencia social de su insania, una conciencia social libre, asumida, convencida, esas lacras nos lacerarán a todos sistemáticamente. Mientras la represión, la persecución, la victimización y el silencio impuesto y castrante, sean las armas para erradicar a nuestros demonios colectivos, estos camparán, a lo peor de forma oculta y ladina, por sus respetos entre los miembros de una sociedad mal formada.

Reprimir no es convencer. Acallar no es silenciar. Victimizar no es construir. Legislar no es educar. Condenar no es redimir. Censurar no es erradicar. Y, sobre todo, no busquemos tres pies al gato, según sostenía Cervantes, ni cinco, tal como ponderaba Covarrubias, solo tiene cuatro por más que quieras incluir el rabo. Y si lo mareas mucho, al final araña.

Hay que erradicar el racismo, hay que erradicar el machismo, hay que erradicar el populismo, y la intolerancia, y el insulto, y el frentismo, y el totalitarismo, y el pensamiento único, y la mala educación, y el forofismo y todas esas lacras que hacen de nuestra sociedad una sociedad incómoda, injusta, dividida, inclemente, inhabitable, infeliz.

La laica Inquisición nunca logrará estos objetivos, tampoco, en el fondo, los busca o le importan más allá de usarlos para encender su “justa ira”, la de los suyos. Su único objetivo es lograr una sociedad uniforme, sometida, en la que ejercer su dominio. Pero lo más preocupante es que el uso trivial de esas lacras para señalar cualquier conducta aprovechable para sus fines, aunque en esa conducta no existan la intención, ni la persistencia, imprescindibles para considerarlas parte de esas lacras, no solo no nos llevan a solucionarlas, seguramente su único logro constatable es agravarlas. Agravarlas y generar una sociedad permanentemente cabreada, dividida, al acecho. La que les conviene.

 

(*) Blas Piñar, notario y político. Una frase suya presidía la biblioteca del campamento militar radicado en el Ferral del Bernesga, León, en el año 1976: “Como no vamos a ser inmovilistas, si ya hemos llegado”.

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