CARTAS SIN FRANQUEO (LXVI)- EL PACIFISMO

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Como te he dicho muchas veces, de Podemos me separan los métodos, el afán evangelizador y la rigidez dogmática, pero no muchas de sus reivindicaciones, que considero que, como en todo partido populista, beben directamente de lo que la gente quiere, de lo que cada uno queremos para lograr una sociedad mejor.

 

Siempre me he considerado un pacifista, seguramente radical cuando rondaba los veinte años, hasta estar dispuesto a ser objetor de conciencia en tiempos en lo que eso suponía la cárcel o el exilio. Finalmente, para mi tristeza y la desgracia de una convivencia difícil con los mandos durante mi servicio militar, las circunstancias de la vida me llevaron a aceptar la incorporación, traumática, rebelde, a filas. De esa rebeldía hay varios episodios, unos más chuscos y otros más graves, que hablan de mi posición y mi compromiso con el pacifismo, incluso mis poemas más desesperadamente contrarios a la violencia fueron escritos en la Capitanía General de Valladolid. Participé en una pequeña conjura para rebelarnos si nos sacaban a la calle para reprimir manifestaciones, cuando el secuestro de Villaescusa;  y mi capitán de destino, de nombre Jaime Milans del Bosch, me prohibió presentarme al examen para cabo, por “falta de espíritu militar”. Tal cual, y no puedo negar que tenía bastante razón, y un mucho de antipatía mutua. Pero si entonces llegué siendo radical, lo vivido en ese periodo,  y la reflexión serena y pausada sobre la vida, y lo que acontece, que la vida misma me ha proporcionado, han hecho que ahora deba de considerarme un pacifista pragmático.

No, no te preocupes, no intento contarte mis batallitas de la mili, hoy no toca, pero sí responder a tu pregunta sobre lo que opino de la OTAN, la cumbre, y esa guerra sobre la que me sigo negando a hablar.

En un mundo ideal, ese que no existe, el planteamiento inevitable es que las armas solo sirven para matar, por muchas frases “aseaditas”, monas, que hagamos con el sustantivo; y en un mundo en el que haya armas antes, o después, estas serán usadas con una razón, o con otra, o incluso sin ella. Lo dice la historia, lo dice la actualidad y lo corroboran las leyes de los Estados Unidos de Norteamérica, las matanzas que periódicamente se perpetran en su territorio. En un mundo ideal, que desde luego no es este, todo debería de arreglarse con la razón, eso que, entre países del mundo, se llama diplomacia. Claro que, en un mundo ideal, ese que no tenemos, ni siquiera existirían los países, al menos no con fronteras, con ejércitos y nacionalismos. Pero ese mundo ideal, ese que cada vez parece más inasequible, es una utopía, que, en contra de lo que interesadamente se piensa, no es una imposibilidad, si no que debiera de ser un objetivo, pero que en ningún caso puede considerarse una realidad.

Y, no sé si me has entendido, como este mundo no es el ideal, el día a día exige de medidas, de acciones pragmáticas, en defensa de la mejor vía que se nos ocurra para tener alguna posibilidad de lograr que algún día lo sea.

A mí, personalmente, la OTAN me parece una organización nefasta, que encarna métodos y valores que rechazo, pero, echando una mirada a nuestro alrededor, me parece el menor de los males, o, dicho cínicamente, nuestro error propio para evitar que otros nos impongan el suyo.

Claro que a mí me apetecería vivir en un mundo ideal, y que creo que un mundo mejor que este es posible. Claro que sigo pensando que la paz debería de ser un anhelo irrenunciable, porque solo en paz se puede alcanzar la libertad, solo en paz se puede acceder a la justicia, solo en paz se puede garantizar la vida, cuya pérdida es la única irreversible y que supone la pérdida de todo lo demás. Claro, pero ese deseo irrenunciable no me puede llevar a que mis deseos de paz sean utilizados por otros, que no los comparten, para imponerme sus valores, sus sistemas, sus visiones de un mundo aún menos ideal que este en el que vivo.

No, no me gusta la OTAN, no me gusta lo que encarna, no me gustan sus métodos y sus objetivos, pero es lo único que se interpone entre nuestro sistema, ese que pretendemos que sea democrático aunque nuestro día a día, nuestras leyes y nuestros gobernantes se empeñen en que no lo sea, frente al cesarismo de la Federación Rusa, o el neo-comunismo chino, que son aún menos democráticos, más totalitarios, que nuestro mundo no ideal.

Así que, pragmatismo mediante, aunque no me guste la OTAN, a pesar de mi rechazo, mi ser pensante me obliga a recapacitar y darme cuenta de que, en el mundo que tenemos, aquel que no se defiende acaba absorbido, ninguneado, si no masacrado y desaparecido étnicamente, y, lo queramos o no, nuestra principal excusa para existir, nuestro principal objetivo como parte del reino animal de este planeta, es transmitir los genes que nos fueron transmitidos y evitar la extinción como individuo y como linaje.

Así que mi yo animal, que no bestia, me hace considerar la defensa de mi vida, de mi forma de vida, como un objetivo irrenunciable, porque solo estando vivo puedo alcanzar mi objetivo como ser humano: mejorar mi vida y la de mis semejantes, lograr un mundo que roce lo ideal. Solo desde la vida, y desde un sistema que me permita tener una esperanza de evolución hacia el mundo que anhelo, puedo trabajar por ese mundo en paz, en libertad, en armonía. Ese mundo, esa forma de vida, esa sociedad, que estando tan lejos de la nuestra- nuestros valores, nuestros derechos son más nominales que reales-, la tenemos mucho más cerca que otras zonas menos afortunadas del mundo, sometidas a criterios de ideologías, o de personas, o de religiones, sin posibilidad de elegir, aunque sea limitadamente, un cambio en ese criterio, en su imposición.

“OTAN no, bases fuera” gritábamos hace treinta años cuando el famoso referéndum, pero la pertenencia a la OTAN hizo que el ejército español, que venía de ser protagonista en una dictadura, algunos de cuyos mandos aún profesaban la fe franquista, se modernizara y olvidara veleidades políticas. Y a la larga, que la sociedad española pudiera evolucionar, mejor o peor, en una dirección que se parecía a la que entonces deseábamos. “OTAN no, bases fuera” sigo gritando hoy, pero eso cuando el mundo, el mío, y, sobre todo, el que considero peor que el mío, me ofrezcan una garantía de que no necesito a la OTAN, ni las bases militares, para hacer realidad un mundo que acoja los valores en los que creo, la libertad a la que tengo derecho. “OTAN no, bases fuera” a ser posible mañana mismo, en un mundo en paz y sin fronteras.

La Muerte y El Olvido (Valladolid, 25 de enero de 1977, Capitanía General de la VII Región Militar)

Decae el fuego en el hogar

Y la sensación opresora del invierno

Invade con paso grave y postrero

A los hombres que se aprietan junto a un fuego,

Y aunque ya no sienten ni se inmutan,

En su mente no cabe más que un ruego:

 

Pasar,

Olvidar que han vivido,

Si a la imagen continua

De la sangre vertida

Y los cuerpos retorcidos

Se le puede llamar vida.

 

Transitar,

Aunque después no haya nada.

No escapar más de las llamas,

No ver más los despojos,

Ni la tierra abierta,

Ni los cuerpos rotos.

 

Y aunque va el alba despuntando

La luz no ilumina ya unas tierras

Donde todos los surcos son trincheras,

Donde todos los hombres son mendigos,

Son de luto todos los vestidos

Por los hijos, por los padres, los amigos.

 

Morir,

Con el ansia de la muerte

Que tiene quien ha vivido

Siendo experto en el peligro,

Siendo un vivo ganador

Sobre otros vivos que murieron.

 

Olvidar,

Dejar atrás la memoria

De este inmenso desatino,

De este horrendo bacanal

Donde es la sangre el vino

Y la muerte el mejor mal.

 

 

 

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