Me llamabas, en un artículo reciente, querido amigo y director, querido Feliciano, equidistante, y a pesar de que me lo decías como una forma de reconocimiento, cosa que dejabas perfectamente clara con tus palabras, he de reconocer que el término me sobresaltó una miaja, una pizca, un chisco, que se dice en mi tierra, porque, en la riqueza idiomática española, hasta lo más insignificante tiene varios nombres. Me sobresaltó porque la demoledora apisonadora idiomática, puesta en vigor por la política dogmática, ha convertido al equidistante en una especie de ser que intenta desesperadamente mantener un equilibrio entre dos posiciones. Y yo, sobre el equilibrio de la equidistancia, y el funambulismo entre posiciones, ya escribí hace tiempo:
“La Media es un concepto estadístico que divide a la raza humana en tres grupos, los que la superan, los que están por debajo y los funambulistas. Este último grupo amenaza constantemente con precipitarse a un lado u otro de la línea, pero como su caída varía la posición de esta, y dada su habilidad circense, en realidad los tres grupos se mantienen inalterables en cuanto a su relación numérica.
Existe, aunque no lo haya mencionado, el grupo de los despreciables, no por su calidad moral, que no es un concepto mensurable y por tanto estadístico, si no por pertenecer a una cantidad de individuos, pocos, de ponderación despreciable, que componen las posiciones decimales no exhaustivas por razones de coherencia oficial. Yo a estos individuos me los imagino como pelotillas en constante movimiento, ávidos de integrarse en alguno de los grupos y casi permanentemente rebotando en los intangibles limites de estos como bolas de un “pinball”.
Gran cosa la media, que facilita enormemente la compresión del mundo.”
Es más, si realmente fuera equidistante, esta debería de ser, sin discusión posible, desesperadamente, la carta número cincuenta de esta serie, o condicionar el número de cartas de la misma a ciento treinta y ocho, y, casi con toda seguridad, no va a ser el caso.
Pero seamos serios, cuestión harto complicada en los tiempos que corren. Aunque, recurriendo a ciertos manuales de sabiduría ancestral, el centro es el punto desde el que ningún hombre prudente puede equivocarse, no es menos cierto que ese centro es una posición de origen de un análisis, de un recorrido intelectual, pero no puede ser un posicionamiento definitivo, porque eso significaría que ante cualquier disyuntiva la equidistancia se convertiría en una especie de bloqueo, de incapacidad de comprometerse, que impediría llegar a ninguna conclusión. “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, que lavándose las manos se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quién no toma partido hasta mancharse” (*)
No, efectivamente, no creo en la equidistancia. No creo en la equidistancia como concepto político corrompido por los etiquetadores oficiales que pululan por las redes, ávidos de lograr etiquetas y conceptos con los que tapar sus vergüenzas ideológicas, sus incapacidades de un pensamiento independiente que se refugia en sustituir las ideas por las consignas correspondientes de sus partidos, provocando debates absolutamente vacíos, intercambios de palabras que son un erial de intelecto, una suerte de frontón idiomático.
Y no soy equidistante porque ser librepensador es, sin duda, partir del centro, pero, sobre todo ser capaz de reconocer una realidad, siempre propia, siempre parcial, se encuentre allá donde se encuentre, sin que su posición pueda resultar excluyente, y reclamarla con argumentos, con convicción, con la esperanza de provocar la reflexión ajena, y la expectativa de un argumento, real, no impostado, también ajeno que varíe tu percepción, y te permita replantearte tu posición por la vía del conocimiento, del reconocimiento. “Quiero daros vida, provocar nuevos actos y calculo por ello, con técnica que puedo, me siento un ingeniero del verso y un obrero” (*)
Tal vez, por una vez, y sin que sirva de precedente, el “cafrismo” ideológico imperante, el puritanismo preponderante, impositivo, de ciertas corrientes ideológicas de todo cariz y signo, nos aconseja evitar el uso de un término, la equivalencia, que contiene un vicio oculto, y nos permite albergar términos más explícitos, más clarificadores, más comprometidos, menos asépticos. “Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno” (*)
Intentan hacer difícil la posibilidad de pensar libremente, seguramente por una incapacidad suya para hacerlo, argumentando que solo existen dos posibilidades, ser de los suyos, o ser de los otros, sin posibilidad de una independencia que ellos ignoran, sin reconocer una posibilidad de los infinitos matices de color, que ellos, en su limitado campo de visión, convierten en una infinidad de matices del gris. “Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.” (*)
Yo me considero neutral intelectualmente, esto es, de partida (incluso de partido), cuando me enfrento al análisis de una cuestión, y nunca busco una solución predeterminada por conceptos ajenos. Tampoco tengo miedo de expresar en qué lugar encuentro un indicio, sin que mi posición en esa cuestión presuponga, como desgraciadamente es habitual, mi posición en otras cuestiones, ni tenga por qué compartir los métodos para resolverlo de otros que hayan identificado la misma sinrazón que yo. Por resumir, lo que siempre se ha llamado un no alineado, y que, en mis tiempos universitarios llamábamos un no alienado, en una “gracieta” idiomática que ha resultado ser descriptiva. “Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.” (*)
No puedo ser equidistante porque no tengo miedo a equivocarme, dispuesto como estoy, permanentemente, a corregir el yerro; cuando una de las bases de mi pensamiento es la convicción de que el error es una de las fuentes más fiables en las que basar el acierto.
No, definitivamente, no soy un equidistante, no soy un funambulista de la razón cruzando un Niágara de razones políticas, ideologías aparte, con el miedo de caerme hacia alguno de los dos lados, y poniendo en tensión al espectador cuando mi percha se inclina peligrosamente. Mi camino es ancho, no preciso de percha para el equilibrio, y cuando percibo un argumento, sea en la cuneta que sea, abandono el camino de la búsqueda sin miedo al barro que pueda encontrarme, a lo que puedan pensar los caminantes exclusivos de la cuneta contraria, o de la elegida, los “cuneteros”, por cuya opinión, lo digo sin ninguna equidistancia, siento un escasísimo aprecio; iba a decir desprecio, pero el desprecio jamás puede caber en el centro intelectual desde el que un hombre prudente jamás puede equivocarse.
Así que parafraseando a la copla, esa de “no me llames Dolores, llámame Lola”, “no me llames equidistante, llámame librepensador”, y que rabien. “Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.” (*)
(*) Versos del poema “la Poesía es un Arma Cargada de Futuro” de Gabriel Celaya.