CARTAS SIN FRANQUEO (LXIII)- LA SENSATEZ

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Ha resultado certera, y no me duelen prendas reconocerlo, tu predicción sobre la intervención en el conflicto abierto con Argelia, en el sentido de que nuestros socios europeos iban a ser decisivos. Ha resultado cierto, aunque no es menos veraz que esta intervención me recuerda mucho a aquellos episodios con mi madre en los que, tras haber hecho alguna trastada, o simplemente haberte salido del guión de niño bueno y obediente, mi madre, con una sonrisa escalofriante, ríase usted de la risa del Joker, decía aquello de:” aprovecha, aprovecha, que luego ya llegaremos a casa”.

Es verdad que, tras la admonición, una madre jamás amenaza, seguías haciendo aquello mismo que había provocado la intervención materna, orgullo obliga, pero en tu íntimo ser, tras tu sonrisa de yo hago lo que me da la gana, el frío del futuro se había adueñado de tus entrañas, y desgranabas, como en una letanía, la posible lista de penas que te aguardaban en el interior, tras la puerta de la celda, aquel mismo lugar que en otras ocasiones habías llamado hogar: “pescozón, zapatilla, bofetada”. Que duro y largo se hacía el camino. Que duro se hacía disimular ante los demás la zozobra, que se incrementaba según menguaba la distancia hasta casa. Cuantas alternativas de orgullosa, e imposible, rebelión se te pasaban por la cabeza. Cuanta suficiencia aparentabas para encubrir el ineludible destino que te aguardaba, cada vez más cerca, más cerca, a la vuelta de la esquina, traspasado el portón del portal, mientras la llave entraba en la cerradura. “Pasa, pasa”, aquel tono. Aquella mueca.

El episodio de Argelia no se ha acabado. Tras el respaldo de la UE, en la sonrisa de suficiencia de nuestro ministro de interioridades socialistas exteriores, mce reconozco en los episodios con mi madre, vendrán las consecuencias: más pateras, el gas más caro, el peor trato posible en los temas bilaterales, pero eso, por supuesto, ya sucederá cuando lleguemos a casa, mientras tanto, sostenella y no enmendalla, aunque se caiga el mundo.

No sé, ni lo voy saber, ni lo vamos a saber en tanto en cuanto sea posible que lo ignoremos, si este episodio chusco, de vodevil o de opereta, de nuestra, mal llamada, inteligencia exterior, está relacionado con el no menos irrisorio de la intervención exterior de teléfonos de nuestros gobernantes, pero, como bien recoge el acervo popular en su sección de dichos y sentencias: “Si non e vero…”; o en esa aún más demoledora e indenfendible: “Cuando el río suena…”; así, inconclusas, que resultan aún más dañinas.

Yo, por no abandonar el hilo de los recuerdos infantiles, ni el de la cultura popular, tengo en la cabeza aquella, me cuesta llamarle juego, me cuesta definirla como trastada, provocación gansa en la que incurríamos cuando algún empleado municipal, en el desempeño de sus funciones, entonces habituales, casi diarias, armado de llave de paso en “T”, y un par de metros de manguera, procedía al riego refrescante de las calles, o al riego imprescindible de parques y jardines; provocación espontanea, sobre todo los días de calor, que se iniciaba con una cantinela, impensable si no era en grupo: “La manga riega, que aquí no llega”, coreábamos mientras, ante la aparente indiferencia del regante, nos íbamos acercando. Muchas veces el regante no estaba para bromas, e ignoraba a los gansos como quién ignora a las moscas, pero otras veces, que tampoco el regante estaba para bromas, te soltaba un manguerazo que te dejaba para tender al sol. Hoy en día, en el que este juego es impensable porque no puede trasladarse a ordenador o consola, el niño acudiría a sus padres para que le montaran una bronca al de la manguera, en aquel entonces, mi entonces infantil, lo sensato era buscar un lugar en el que el clima eliminara las encharcadas pruebas de lo sucedido, así te ahorrabas el pescozón, o el castigo, que era inevitable que te cayera si el episodio llegaba a oídos de tus progenitores. Alguno conozco que prefirió contar que se había caído al estanque, antes que narrar la humillante verdad del manguerazo frontal.

Claro que acabo de mencionar la sensatez, esa cualidad humana por la que, en cada circunstancia, se hace lo más conveniente. No lo mejor, no lo que más apetece, no lo que solicitan los afines, no lo que parece obligado por las circunstancias, simplemente lo que puede crear menos inconvenientes. Pero, convengamos, la sensatez es una cualidad en desuso, una rara avis en la vida cotidiana, y una especie extinta en el panorama político. El populismo imperante, que exige, para mantenerse, imponer una sinrazón, que promueve la necesidad de exaltar a los afines y zaherir a los que no lo son, se complementa con el frentismo, el exabrupto, la salida de pata de banco, la ocurrencia zafia y grosera, el insulto evidente y cómplice, pero con la sensatez no.

Con la sensatez casan la prudencia, la inteligencia, la fraternidad, el afán de servicio, y tantas otras cualidades que ni están, ni se las espera. Me gustaría pensar que, al igual que las golondrinas de Becquer, la sensatez volverá de los escaños sus nidos a colgar, pero estoy más en lo de Rubén Darío, y parafrasearlo diciendo aquello de:”Sensatez, divino tesoro, te vas para no volver”. Ya veremos.

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