Efectivamente, hay momentos en que la actualidad supera la capacidad que tenemos para relatarla, y cuando apenas esbozamos una respuesta al último desafío a nuestra credulidad, apenas levantamos la mirada del papel, que por muy electrónico que sea, en papel se queda, la actualidad ya nos ha sobrepasado con nuevas cuestiones.
Lo dije desde el primer día, y a trancas y barrancas, lo voy cumpliendo, no voy a hablar de la guerra, aunque no pude evitar hablar de los tontos, o del tonto, e intento por todos los medios no hablar de aquellas cuestiones que me parecen más preparadas para que hablemos de ellas y olvidemos otras cuestiones más farragosa, comprometidas, intolerables, pero a veces la voluntad se me tuerce, como se tuerce el camino para sobrepasar un obstáculo en altura.
Planteabas en nuestra última charla, sin que aún hubiera acabado de contestar a tu reflexión sobre el éxito y la felicidad, la cuestión de cómo podemos saber si un gobierno es bueno, o es mejor, o es conveniente. Por definición, no existe un gobierno bueno, ya que si le proporcionas tal consideración, significará que ha hecho un uso correcto del poder que se le ha otorgado, y, no nos llamemos a engaño, pasados más de cinco mil años de historia, aún no se puede hablar de un buen gobierno. Tal vez de gobernantes brillantes, tal vez de logros importantes, pero jamás de un buen gobierno, porque un buen gobierno solo puede serlo, si los que lo califican son siervos, incapaces o fanáticos. Todos, es el primer deber de todo ciudadano libre y librepensador, debemos de ser oposición al gobierno, porque siempre hay motivos para reclamarle por aquella parte que le encomendamos y no ha cumplido. Los gobiernos del mundo y de la historia, se han movido en la horquilla que va de malos a manifiestamente mejorables. Y si lo pones en duda, observa donde estamos.
Un gobierno, por muy bueno que parezca ser, siempre es un acto fallido contra la libertad, contra la igualdad, contra la ciudadanía. El ciudadano, si lo quiere ser, si lo pretende, solo puede ser oposición, porque solo desde la oposición se puede mejorar lo que existe. Claro, relaja el gesto, porque cuando hablo de gobierno, y de oposición, no estoy hablando de esa desgracia democrática que se llaman ideologías, partidos, ubicaciones cardinales, si no de posiciones éticas, compromisos de exigencia. No. Para hacer oposición al PSOE, no hay que ser del PP, ni dejar de serlo. Para horrorizarse ante las posiciones frentistas, castrantes, timoratas y puritanas de VOX o de PODEMOS, no hay que militar en la corriente contraria, ni siquiera disponer de una sensibilidad determinada, porque la militancia, la adscripción, el alineamiento, no son otra cosa que prejuicios que evitan la independencia imprescindible para ser librepensador, la libertad necesaria para ser crítico con el poder si este dice ser próximo a mi pensamiento, la neutralidad irrenunciable para poder ejercer el papel de ciudadano.
Y, como ya sé por dónde vas a intentar llevarme, me anticipo y te advierto que lo que estoy diciendo es aplicable no sólo a la política, si no a las comunidades de vecinos, estructuras empresariales o clubes deportivos de barrio, a cualquier estructura piramidal en la que existe un responsable que tiende a satisfacer sus propias convicciones, antes que a atender las demandas de los que habitan escalones inferiores. Y esto es lo más habitual, incluso entre los que obran de buena fe, así que cuando topamos con estructuras dogmáticas, especialmente diseñadas para burlar el control y perpetuarse en el poder, el disparate está asegurado.
Pero yo no me he sentado hoy a escribirte con la intención de soltar un discurso sobre el gobierno, la oposición y la madre que los parió, que se los podía haber quedado, si no que mi pretensión era hablar sobre las leyes, su falta de credibilidad y la moneda en las que las pagamos, pero, como bien anticipaba en mi primer párrafo, la realidad me ha sobrepasado mientras escribía, y mis manos se han ido con ella y mi mente, en clara oposición a mi voluntad, ha decidido tirar por otros derroteros. Será en la próxima, el que avisa no es traidor (¡Ahuuuuu!)