CARTAS SIN FRANQUEO (LVII)- LOS AMIGOS

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Querido Modesto:

Es verdad que mis cartas sin franqueo son habitualmente escritas sin mencionar a nadie concreto, pero no es menos cierto que la noticia de tu muerte me ha conmovido lo suficiente para que esta vaya dirigida a ti.

 

Solemos tener la idea de que nuestros mejores amigos, en una confusión clara con nuestros más íntimos amigos, son aquellos con los que compartimos más vida, y no siempre es cierto, ni siquiera es aproximadamente cierto.

Es verdad que aquellos con los que compartimos habitualmente vivencias y momentos, son los que más próximos nos parecen en los afectos, los primeros a los que mencionamos si alguien nos pregunta por aquellas personas cuyos afectos tenemos más presentes. Es hasta lógico, pero, si nos paramos a pensar con un poco de reposo, ese que nos es tan difícil de tener en el mundo actual, empezaremos a recordar personas que han sido importantes en nuestra vida y que, por circunstancias diversas, no están en ese círculo inmediato, íntimo, de nuestras amistades.

Es una reflexión que hago con alguna frecuencia, tal vez porque vivir en Madrid, donde es tan problemático mantener el contacto porque las distancias impiden el encuentro continuo, el encuentro casual que se produce cuando compartes zonas comunes de ocio, o de negocio, o de ambas cosas, facilita el poder darse cuenta de cuanta gente se va quedando en las cunetas de este camino que es la vida, de este camino que tú ya has recorrido completamente.

Y entre esos amigos entrañables que el tiempo va descartando, alejando, meciendo en un recuerdo que solo acude en ocasiones, estáis varios de los integrantes de aquella pandilla temporal que nos unió en el Orense de los años que cabalgaban entre la década de los sesenta y la de los setenta. Tiempos de Espolón, de Plazuela de la Magdalena y Montealegre. Tiempo de jugar como niños, de querer ligar como hombres y buscar comportarnos como los adultos que aún no éramos. Tiempos de verano, de Semana Santa, de Navidades, tiempos en los que las ausencias se cubrían con cartas que los carteros llevaban en un sentido y otro con el afán de querer compartir en letras lo que no podíamos compartir en vivencias (cartas que he conservado hasta hace poco y que desaparecieron una malhadada mudanza).

Siempre fuiste alguien especial, el trasto de la pandilla, de una pandilla de trastos, tal como yo la recuerdo. Dapía, Manolo, Jose (Xeixadelo), Tomás, Tolas, tú, yo, y las niñas: Angeles Sampayo, Teresa y Nela Iglesias, María José, la pelirroja, Belén, mi prima, y Anabel, la hermana de Manolo, era el núcleo temporal que yo recuerdo, un núcleo que a veces acogía incorporaciones de gente que no pertenecía al grupo pero que se unían con cierta frecuencia a nosotros (recuerdo a los inseparables Miguel y Lalo, a mi hermana cuando iba, a Maena).

Recuerdo con entrañable cariño cuando nos asomábamos, tú a alguno de los balcones de tu casa que daban a la Plaza Mayor, yo a la galería de mis tíos, la que está encima de la Casa de los Lentes, y pretendíamos tener una conversación que nunca lograba ser inteligible. Me acuerdo de aquellas sesiones de Santana, sobre todo Santana, en el espolón con el tocadiscos portátil, el pick-up, que yo llevaba. Recuerdo los juegos en la plazuela, entre la diversión infantil y el despunte de otras emociones. Recuerdo aquellas excursiones al Montealegre con las botellas que Manolo se procuraba para la ocasión, y las tardes, largas, dulces, pillas y divertidas que allí pasábamos. Recuerdo tanto, con tanto cariño, que hace que todos, pero, tal vez, tú entre los más especiales, los que entonces compartisteis mis tiempos orensanos figuréis entre las personas que ocupan un lugar importante en mi vida.

He ido un par de veces a Orense desde que retomamos el contacto, la última en carnavales, pero nunca encontré el momento de llamarte para vernos, tal como habíamos propuesto. Hoy es tarde. Hoy ya solo puedo escribirte y contar a los demás que te había conocido. Contarles  que tú ausencia me ha conmovido más de lo que , dada nuestra falta de contacto, nuestra no pertenencia a los círculos íntimos respectivos, pueda creerse normal.

Los afectos, querido Modesto, y desde donde estés te será fácil comprobarlo, no siempre se mueven por distancias, diga lo que diga la canción, ni por tiempos compartidos, ni por tiempos transcurridos. Los afectos solo son emociones que se destapan cuando la ocasión lo requiere, cuando menos lo piensas, y es entonces cuando te das cuenta de cuál es la intensidad de sentimiento que tu corazón, y tu memoria, han guardado de una persona.

En esta ocasión, sí puedo, desde la certeza de mis emociones, acompañar en el sentimiento de tu ausencia a aquellos que más cercanos estaban a ti.

Un abrazo Modesto, un fuerte, sentido, cariñoso abrazo.

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