Ya sabes que soy muy de dichos, y hay dos que se me vienen a las mientes a propósito de los tiempo que corren, y que vienen a decir que nunca podemos asegurar que algo es imposible. Nunca se debe de decir “De esta agua no beberé”, ni aseverar “Este cura no es mi padre”, porque la vida, sus vueltas y revueltas, pueden desdecir tu soberbia.
Incluso, en plenos años sesenta y setenta, cuando la piscina del Parque Sindical era lo más parecido a la playa popular de Madrid, y el hacinamiento acuático en tiempos de estío hacía sombra a ciertas fotos de piscinas japonesas, se le dio una vuelta de tuerca al dicho y surgió aquel: “Nunca se puede decir de este cura no beberé y este agua no es mi padre” en clara referencia a que cualquier cosa podía flotar en un agua que contenía más fluidos humanos de cualquier índole, que agua propiamente dicha.
Pues yo no sé muy bien por qué, y si lo sé me callo por respeto a los pocos pensantes que puedan leer mis palabras, el otro día, oyendo la conferencia de prensa del presidente del gobierno, oyendo el encadenamiento de falsas verdades de la ministra de Sanidad, se me vino a mi cabeza el dicho, por no hablar de una rabia sorda, de una incredulidad indignada, de una tristeza infinita por tener que soportar la desfachatez de unos personajes incapaces de hacer otra cosa que hilar palabras sin fondo, ni sentido, que hablar por no callarse y porque necesitan aparentar una capacidad de tomar decisiones que no tienen, pero que cuentan por anticipado con el aplauso de aquellos que les compran todo lo que digan, simplemente porque ellos lo dicen, sin cuestionar mínimamente lo que es un disparate continuo, una inoperancia ya culpable, una impresentable actitud de desprecio a todos aquellos a los que mienten con todo el descaro y chulería del mundo.
No, no existe, a día de hoy, ningún estudio médico riguroso que avale la utilidad de la mascarilla en espacios abiertos y con distancia social. No, no es ni coherente, ni constructivo, obligar a una población harta, cuando no directamente perjudicada por el uso de la mascarilla, incluso allí donde si puede ser práctica, en los interiores, y que es justo donde menos obligación hay de usarla. No, no creo que sea una posición inocentemente estética, si no un destello, leve, aún, pero preocupante, de una vena totalitaria que recorre el gobierno desde una sentida impunidad de sus actos.
Lo dije ya, y lo repito, cada día que pasa más convencido, la única estrategia sanitaria reconocible del gobierno, en esta pandemia, o lo que sea, porque a base de acumular mentiras uno acaba por no saber si hay alguna verdad, es volcar la responsabilidad que le compete, sobre las autonomías en primer término, y sobre los ciudadanos finalmente. Si hay éxito, es gracias al gobierno, y si hay fracaso, los culpables son los incivilizados ciudadanos, y las incapaces autonomías. Y tiro porque me toca.
Si la única medida concreta que toma para atajar los contagios, es el uso obligatorio de las mascarillas en los exteriores, cuando los contagios empiecen a remitir, cosa que sucederá indefectiblemente, eso significará que el gobierno tenía razón y tomó la medida correcta. Y mientras tanto, mientras los contagios sigan subiendo, o cuando vuelvan a subir, cosa que ocurrirá indefectiblemente, la culpa será de los ciudadanos insolidarios que no usan la mascarilla. Y volveremos a tener las imágenes de botellones masivos, de paseos atestados por la perspectiva fotográfica utilizada, de lugares abarrotados por una cantidad menor de personas de lo que la imagen parece mostrar, para demostrarlo.
Recordando otro dicho, y que habla de cómo tener razón sin llegar a pronunciase, se me ocurre aquel: “Si tiene barba San Antón, y si no la purísima concepción”. Y parece que en esas estamos. Y en esas estaremos porque el virus, sus variantes, los virus anteriores, y los que vendrán, siempre, sobre todo estacionalmente, proporcionarán la opción del alarmismo, del miedo, del recorte de libertades por mor de un bien común, que ni es bien, ni es común. Tenemos que aprender a vivir con la realidad de que no solo el virus no va a desaparecer, si no que posiblemente aparezcan nuevos virus que causaran muertes y pandemias, y la única opción será enfrentarse tecnológicamente a ellos y seguir con la vida y sus libertades, y ninguna mascarilla, ninguna “ocurrencia estética” de este gobierno o posteriores, va a evitar que la vida siga su curso.
Mientras tanto ¿Que nadie, salvo los incondicionales y los aterrorizados, cree ya al gobierno? Y al gobierno que más le da. Aún falta más de un año para las elecciones, y de aquí hasta allá ya se les ocurrirá algo que tape el creciente grito de descontento que esta sociedad empieza a articular. Y si no “que les quiten lo “bailao””, seguramente la danza del vientre, me refiero al baile, por aquello de la obligatoriedad de ir todos velados. Esperemos no llegar al burka, aunque camino llevamos y habrá quién lo reclame. Por el bien común.