Me decías que has decidido dejar de cumplir años, en realidad que has decidido dejar de conmemorar, de celebrar, ese extraño rito que nos dice cuantas vueltas al sol hemos recorrido durante nuestra vida y lo remarcamos con regalos y fiestas. Conozco a varias personas que piensan lo mismo que tú, incluso recuerdo a una tía mía que había logrado falsificar su fecha de nacimiento en el DNI, como si eso le garantizara algún tiempo más de vida, o lograra el extraño efecto de rejuvenecerla.
Yo no acabo de entenderlo. A mí no me preocupa lo que he vivido, en todo caso me podría preocupar lo que me queda por vivir, y eso no lo sabemos salvo que alguna sentencia, médica o jurídica, nos anuncie un plazo. Ya hace muchos años que pienso que cada día me queda un día más por vivir, que eso sucede desde que nací y que no importa cuántos años tenga, o haya vivido, ni cuantos años dice la estadística que puedo vivir aún, solo importa si tengo un proyecto vital que me permita que mañana sea tan pleno de logros y expectativas como lo fue ayer, y calidad de vida para poder disfrutar de lo que vivo.
Vivir cada día con la intensidad del último y con las posibilidades del primero, vivir cada día como si no hubiera un mañana y sin que importe el ayer, esa es la única ley que nos permite seguir vivos.
No acabo de entender a la gente que añora tiempos pasados, tiempos que, si pudieron ser buenos, seguro que tuvieron sus cuitas, sus fracasos, sus dolores. ¿Volver a vivir lo ya superado? No, nunca. Nunca cambiaría el futuro, ni el presente, por un pasado que visto en perspectiva puede resultar idílico, que puedo idealizar en la memoria repasando sus mejores momentos, pero que fue duro de superar mientras duró.
Estoy seguro que ese rechazo a las onomásticas, esa necesidad de reseñar negativamente lo que, al fin y a la postre, no es otra cosa que un día más, viene dado por una incomodidad en el presente, por una percepción hipersensible del tiempo como causante del deterioro de nuestro cuerpo y de nuestras expectativas de vida. Si es así somos injustos, somos terriblemente injustos.
Vivir o no vivir, disfrutar de la vida o no disfrutar de la vida, por ser más exactos, no depende del tiempo, ni siquiera del cuerpo, y sería injusto persistir en ese error cuando hay personas sin tiempo, con taras físicas de tremenda incapacitación, que se aferran y disfrutan de la vida sin que les importe un ardite cuanto tiempo acumulan sus padecimientos, solo contando, disfrutando, paladeando, un día más que llevarse a la memoria.
No voy a entrar, digo mientras entro, en las consideraciones más científicas de la inexistencia del tiempo tal como lo percibimos, de la imposibilidad de su existencia en un continuum en el que todo sucede al unísono y no correlativamente, por lo que añorar el pasado no es otra cosa que querer cambiar el punto de consciencia, pero nada tiene que ver con el tiempo, con el improbable tiempo.
¿Por qué entristecerse por el hito de una revolución completa, y no cada media revolución, cada cuarto, cada décima parte de la misma? ¿Por qué añorar el pasado o preocuparse del futuro mientras dejamos pasar un presente tan efímero como irrecuperable?
Diga lo que diga, seguramente, esa creada necesidad de señalar en negro sufrimiento tu percepción de que el planeta lo ha vuelto a hacer, que, sin importarle tu necesidad de sentir dolor por su acto, habrá completado otro giro alrededor de la estrella de referencia, va a persistir, va a seguir haciéndose evidencia dolorosa la misma fecha de cada año.
Y eso me invita a otra reflexión, ¿te imaginas que contáramos el tiempo en revoluciones de la galaxia respecto a su centro? No llegaríamos ni a cumplir ni un año ¿Qué nos entristecería entonces?
Sentirse vivo, sentirse pleno, percibir el futuro, añorar el pasado, solo es un ejercicio de consciencia en un presente efímero, en un presente tan inmediato que no puede concebirse, medirse en tiempo. El presente, la consciencia del momento, tiene menos duración que decir ahora, ni siquiera la primera sílaba.
Te lo recordaré en tu próximo cumpleaños, que, como te iba diciendo, ni es, ni será, ni ha sido, pero exigirá de ti el mismo tributo de dolor irrecuperable, el mismo sacrificio personal al paso de un tiempo que nunca ha pasado.