Me preguntabas, a propósito de mi artículo “Entre dos mentiras”, que como podía estar seguro de que nos mienten. Te referías, naturalmente, a la verdad oficial, a las que nos cocinan y sirven todos los días caliente en el salón de casa, en las noticias, en las peleas políticas, perdón, debates, en las intervenciones de los expertos oficiales. En realidad mi seguridad es puramente deductiva, si la realidad que vivo no se corresponde con la realidad que me cuentan, si los números en los que se apoyan carecen sistemáticamente de un rigor mínimo en los que sostenerse, es que la verdad tiene otros caminos, otros números, y al parecer ni siquiera es importante que podamos darnos cuenta.
Las estadísticas que se han utilizado han sido en todo momento un disparate de tal calibre que nadie, salvo que el miedo lo paralice, puede admitir esos números presentados y sacar alguna conclusión medianamente aceptable.
Empezamos por los muertos absolutos, números de enfermos en las UCI y altas. Y eso se comparaba entre países, como si fuera una carrera, sin dar una idea referente de población que diera sentido a esos números.
Luego han sido los contagiados por cada cien mil habitantes, pero ¿tiene ese número algún significado si no se dice sobre cuantas pruebas realizadas? Basta con que suba el número de pruebas realizadas para que suba el número de casos positivos, luego el número de infectados por sí mismo carece de valor evolutivo ¿Cuántos nuevos infectados? ¿Cuántos reinfectados? ¿Cuántos muertos vacunados? ¿Qué porcentaje de muertos y curados entre los vacunados? ¿Qué porcentaje entre los no vacunados? Estos serían números que nos permitirían hacernos una idea real de cómo funciona el virus, de la eficacia real de las vacunas, de la evolución de las diferentes mutaciones, haciendo comparativas entre ellas, pero ninguna de estas cifras las hemos oído entre el terrorismo informativo de los medios de comunicación, ninguna de estas cifras ha aparecido en las pomposas intervenciones del gobierno o de sus detractores.
Pero, con todo, la principal mentira es considerar que se puede hacer un estudio evolutivo de un virus que apenas lleva entre nosotros escasos dos años. Ni lo sabemos ahora, ni lo sabremos en algún tiempo (tiempo medido en años).
Tal vez, cuando has visto el título de esta carta, te hayas hecho a la idea de que te iba a hablar de física, de metafísica o de cosmología. No, en absoluto es mi pretensión, el título de esta carta se refería a una pregunta fundamental sobre el virus que no veo reflejada en ninguna encuesta, en ninguna intervención, en ninguna noticia, el virus ¿mata mucho (espacio) o mata antes (tiempo)?
¿Qué eso es indiferente? No, de ninguna manera. No es lo mismo que el virus cause muertos por su propio mecanismo a que cause muertes ya predefinidas acelerando el desenlace de dolencias previas. En un caso, en el caso de que cause las muertes por sí mismo , el virus es una agente mortífero por sí mismo, en el otro simplemente será un desencadenante, un acelerador, y las medidas preventivas a tener en cuenta en un caso y otros, incluso los tratamientos a poner en marcha, no las vacunas, para paliar su presencia, su virulencia, son totalmente diferentes.
Claro que esto no puede saberse con certeza hasta que pasen un par de años más. Me explico. Si el virus es realmente mortífero las estadísticas serán puramente crecientes durante estos años, pero si es simplemente un acelerador las muertes por afecciones asociadas al virus descenderán porque el virus ha acelerado su desenlace. Tiempo al tiempo.
Sin duda hay más comportamientos dudosos en todo este tema, casi diría que lo que no hay es comportamientos no dudosos, pero, sin duda, un uso sistemáticamente erróneo de las estadísticas, no invita precisamente a la confianza. A mí, al menos. O eso, o todos los que están en puestos de relevancia han suspendido la asignatura. Que todo es posible viendo la mediocridad imperante.
Quizá el Financial Times tenga información que te interese. https://www.ft.com/content/a2901ce8-5eb7-4633-b89c-cbdf5b386938