Hay frases que, debido a su enjundia, tardan en comprenderse en su exacta dimensión, si es que, en muchos casos no, llegan a comprenderse alguna vez. Y no tiene por qué ser grandes filósofos, no tienen por qué se sesudos pensadores, los que las pronuncien, basta con una persona reflexiva, una persona que no se queda en la superficie acomodaticia de las cuestiones, para que su pensamiento, seguramente, inicialmente circunscrito a un ámbito concreto, se derrame sobre toda la superficie de la tierra, sobre todos los escenarios posibles, y de una vez, los abarca a todos.
Estoy pensando en la célebre frase de Kennedy: “No te preguntes que puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país”. La frase es demoledora, es explosiva, retrata una sociedad cuyo único interés radica en sacar partido de las situaciones sin asumir ningún compromiso, sin aceptar ninguna responsabilidad, sin implicarse en el espíritu real de las situaciones.
Efectivamente, y tal como retrataba Kennedy, afecta a todos los ciudadanos que reclaman del estado prebendas, beneficios, soluciones, derechos, pero que puestos en la tesitura de aportar, se dan media vuelta y consideran que es el estado, ese al que al parecer ellos no pertenecen salvo para pedir, el que tiene la obligación de solucionar sus problemas.
Son esos funcionarios cuyas principales labores son ganarle tiempo al reloj laboral, y el escaqueo, son esos empleados que se preocupan de su sueldo, de sus vacaciones, pero no quieren saber nada de los problemas, de los esfuerzos, de las necesidades de la empresa, son esos amigos que solo están cuando no se les necesita, son esos políticos solo preocupados por el poder, son esos militantes de partidos ganadores.
Sí, porque más allá del enunciado, más allá del entorno al que fue dirigida, más allá de círculos, más allá de contratos, querencias y afiliaciones, la frase es un llamamiento al compromiso, un llamamiento a la integridad de la pertenencia, a la implicación en la pertenencia.
He visto, a lo largo de todos estos años, ya unos cuantos, cuantas personas llegan a un nuevo ámbito, pretendiendo integrarse en él, pero, en realidad, buscando la prebenda, reclamando el estatus, buscando, sin recato y sin importarles importunar, el contacto que les favorezca. Insisto, sin recato. Y pasado un tiempo, cuando lo han conseguido, o se han convencido de que no lo van a conseguir, se marchan, y santas pascuas. No han aportado nada. No han aprendido nada. No se han enterado de nada. Una experiencia fútil, una pérdida de tiempo interesada.
Se les identifica perfectamente porque llegan a la religión, a la política, a las ONG, o a cualquier otra institución, o asociación, buscando logros, valores, atisbos de una sociedad mejor, que ellos por sí mismos, se ven incapaces de alcanzar, incapaces de luchar, y cuando comprueban que cualquier sociedad, dentro de otra sociedad más amplia, es un retrato bastante fidedigno del Todo, se desencantan, y se marchan.
En todo caso, y si los que quedan consiguen algo, ya volverán a participar de ello. Pero que nadie cuente con ellos para mejorar la sociedad, el entorno, su entorno. Desencantados dirán, a quién quiera oírlos, que allí no hay lo que ellos buscan, pero esto no será más que una verdad a medias, una mentira para sus adentros, porque la realidad es que en ese allí al que se refieren, quedará gente luchando por conseguir una mejora, gente comprometida dispuesta a invertir tiempo, humor, paciencia y vida, por conseguir los objetivos que otros pretenden que les sean regalados.
Yo lo veo así:
Humanos sobre los andamios, bajo las minas, limpiando cloacas, recogiendo basura, labrando los campos, trabajando en las fábricas, conduciendo camiones o maquinaria pesada…
Quienes viven a costa de ese esfuerzo como parásitos, simplemente no son humanos, son tenías, sanguijuelas o garrapatas.
El único problema, Catalina, es que identificas el esfuerzo con el trabajo, pero es una percepción limitada, según mi criterio. También hay esfuerzo en la investigación, en el pensamiento, en el emprendimiento, en la búsqueda en general. Los parásitos, los que yo identifico como parásitos, son los que presumen de esfuerzo sin hacerlo, los que reclaman compartir el esfuerzo ajeno para compensar la flojera propia, los que pretenden compartir lo ajeno sin aportar nada propio, más que sus “derechos” o sus “privilegios” por pertenecer a una sociedad que otros construyen. Parásito es ese subvencionado del campo andaluz que se quejaba de hacer las peonadas en los meses que los demás estaban de vacaciones (caso real). Parásito es ese individuo al que le ofreces un trabajo, con un salario digno y legal, y te dice que es que le compensa más lo que cobra de paro o subvenciones (caso real). Parásito es el que envidia desde la inoperancia lo que tienen otros que se han esforzado por tenerlo. Parásito es, y tampoco lo olvidemos, el que vive de lo que recibe por cuna, considerándose con derecho a no contribuir al bienestar general. En realidad, a poco que lo pienses, en esta sociedad de confort que nos hemos fabricado, todos tenemos un punto de parásitos, dispuestos a pagar nuestro parasitismo con (falta de) libertad, con (falta de) justicia, con (falta de) equidad. es lo que hay.
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