Tal como algunas veces hemos comentado, sigo sin entender por qué se llama inteligencia a ningún proceso que no suponga una auténtica inteligencia, y eso es lo que creo que está pasando con la inteligencia artificial, que entiendo por qué se le llama artificial, pero no logro entender en que se basa el concepto inteligencia.
Oigo, leo, comentarios, artículos, entrevistas, que hablan, y no paran, sobre el temor que produce, en realidad creo que se induce, sobre las posibilidades de la IA, usemos el término abreviado que se ha puesto en circulación, y sus consecuencias éticas y sociales, y si hago caso a lo oído, a lo leído, yo también estaría aterrorizado, pero, a mí, lo que me sigue aterrorizando, es la IN, la inteligencia natural, la perversa, retorcida y mal educada inteligencia de los hombres, su incapacidad para el bien, su contrastada vocación de insolidaridad, avaricia y falta de escrúpulos respecto a sus semejantes, que puede encontrar facilidades en el uso de la IA.
¿La memoria presupone inteligencia? ¿La capacidad de asociación de datos implica inteligencia? ¿la velocidad de procesamiento indica inteligencia? No. No. No. Un soporte de memoria de capacidad ilimitada nunca puede ser considerado un ser inteligente, ni natural, ni artificial. La mejor base de datos, perfectamente interrelacionada, indexada, eficazmente programada mediante sofisticados algoritmos, no puede ser catalogada como inteligencia, ni artificial, ni natural. El más veloz y eficaz procesador que la mente humana pueda concebir, programado por el más brillante equipo de programadores del mundo mundial, no permite la posibilidad de considerar que dé como resultado una inteligencia, ni natural, ni artificial, ni medio pensionista.
Ninguno de esos elementos, por separado, o tomados en conjunto, presupone el logro de una auténtica inteligencia, por supuesto artificial. Ni juntos, ni por separado, esos elementos darían lugar a ese robot perverso, a esa inteligencia superior que va a desbancar al ser humano y a esclavizarlo, o a exterminarlo. Esa mente superior que en los relatos de fantaciencia somete a los seres humanos a un imperio de frustración e impotencia, no saldrá nunca de la combinación tecnológica de lo que hasta este momento conocemos, ni siquiera del resultado de la proyección fantástica de su evolución futura.
Seamos conscientes de la realidad, el monstruo de Frankestein nunca estuvo en condiciones de ser el Doctor Frankestein, ni, por supuesto de superarlo. La obra creada nunca puede superar al creador, porque está limitada por la propia limitación del creador, que puede perfeccionarla en la superación de sus propias carencias, capacidad, velocidad, complejidad, interconexiones, pero no puede equiparla con las capacidades intelectuales que identifican el salto que presupone la inteligencia, la consciencia, entre otras cosas porque ni siquiera es capaz de identificar esa potencia en sí mismo.
Cuenta, y yo lo he contado en repetidas ocasiones, la “Guía del Autoestopista Galáctico”, novela imprescindible de Douglas Adams, que cuando Arthur Dent, su protagonista, llegó a cierto planeta, todos sus habitantes estaban esperando la respuesta de un gran ordenador que habían construido generaciones antes y cuya única misión era dar respuesta al origen del universo, respuesta que se produce cuando Arthur está presente, y consiste en un número, entero, positivo, en un número natural.
Cuando Arthur Dent abandona ese planeta, sus habitantes han decidido construir otro super ordenador que les diga a que pregunta exacta ha respondido el primero. Y, eso no lo cuenta, pero lo supongo, no están más que en el principio de un camino sin fin que solo puede acabar cuando puedan alcanzar el Conocimiento, o sea nunca.
Efectivamente, la inteligencia, por mucho que sea algo que nadie parece contemplar cuando hablamos de inteligencias, naturales, artificiales, es un proceso iniciador. El ser humano inteligente, realmente inteligente, no es el que es capaz de dar respuestas, si no el que es capaz de hacer preguntas que provoquen respuestas aún no alcanzadas, nuevas. En eso consiste la inteligencia, en eso consiste la evolución.
He oído hablar, he leído, sobre libros, obras de arte visual, de increíble perfección, de supuesta belleza, generadas por los programas de IA de moda, pero, ¿es que la IA se levantó esa mañana y decidió crear esa obra? No, alguien le pidió que la creara, alguien le dio los parámetros, las instrucciones, las características que debería de tener ese relato, esa pintura, ese retrato, esa edificación, para que la IA la plasmara conforme a un programa capaz de procesar información ya contenida, con gran eficacia. La IA no puede hacerse nuevas preguntas, solo contestar a las que se le planteen, y siempre dentro de las respuestas ya conocidas, tal vez mejor manejadas, tal vez más rápidamente, tal vez más eficazmente manejadas, pero nunca nuevas. La IA no es capaz de generar la imperfección que permite la belleza única de un creador. La IA no duda, no corrige, no cuestiona, por lo que su único logro puede ser una aparente perfección técnica.
Hace ya años que yo escribí, sobre este tema, un pequeño cuento que se llama “Arte Digital” y que anticipaba el declive creativo de un arte entregado a un proceso semejante a la actual IA, y hoy me reafirmo en el contenido de ese cuento.
No, la IA, por mucho que el nombre pueda llamarnos a engaño, no es una inteligencia, es una eficacia, y así será hasta que sea capaz de formular su primera pregunta inteligente, hasta que sea capaz de hacer su primer acto auto consciente, y, de momento, nada apunta a que eso esté cerca. Lo que sí está sobradamente demostrado, es la capacidad del ser humano, la terrible y lamentable capacidad del ser humano, para encontrar y perfeccionar la más nociva posibilidad de cualquier herramienta que caiga en sus manos, y sin duda la potencialidad de la IA como arma, como instrumento para los fines de dominio, engaño, destrucción y sometimiento, son casi ilimitadas, casi tan ilimitadas como mi certeza de que, antes o después, no sé en qué términos, será usada para esos fines.
Siempre he defendido esa tesis: si no hay preguntas no hay inteligencia.
El archivo y procesamiento de datos así como su transferencia a programas que desarrollan herramientas, o en sí lo sean, no es inteligencia.
Más aún, la consciencia de ser es la verdadera inteligencia a lo “Descartico”, sometida a la duda; y a lo “Unamuniano”, sometida al sentir.
Y lo más importante LA VOLUNTAD…que nace de la libertad.
Jamás una máquina se hará libre a través de sus dudas ni de sus deseos…
Muchas gracias. Un gran artículo. Me siento acompañada en la opinión.