Y ahora, para evitar un colapso neuronal indeseado, vamos a pensar un poco; tampoco una cosa excepcional, todos sabemos lo doloroso que debe de resultar un esguince de neurona, así que primer objetivo, no hacerse daño. “Primum is not nocere”, dicen los médicos, “lo primero es no hacer daño”, y si lo dicen los médicos, que no la O.M.S., tal vez deberíamos de hacerles caso.
Me parece curioso el posicionamiento de la sociedad ante un conflicto que empezó antes de que la historia fuera historia, antes de los escritos y las naciones, un conflicto tribal que ha ido enconándose a lo largo de miles de años, sin que nadie, ni los protagonistas, ni los observadores, ni los dueños del sistema, tengan ningún interés en solucionarlo. Un conflicto que se ha ido adaptando a los tiempos, a su terminología, para presentar como nuevo lo que no ha dejado de suceder desde que existe la memoria colectiva.
Me llama la atención como, con la excusa de ser justos, equitativos, bien pensantes, enterados o expertos, todo el mundo tiene una posición sobre el tema, y, en este caso, tener una posición sobre el tema, posicionarse, es ser parte del conflicto, es ser parte beligerante, es poner otro palito más a la rueda. Nuestra historia lo explica maravillosamente en palabras de Bertrand Du Guesclin: “Ni quito, ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Ni quito, ni doy razones, pero mi argumentación tiene dueño.
¿Y cuál es la solución? Es que no hay solución, no al menos dentro de este sistema, no al menos mientras nuestros valores estén condicionados por una escala que favorece los conflictos. No mientras el sistema tribal, ahora nacionalismo, marque una división permanente que busca la preponderancia de lo propio, en detrimento de lo anexo, o diferente. No mientras las fronteras sean un hecho diferencial utilizado para exacerbar lo ajeno como peligro, y ese uso sirva como recurso facilón para tapar vergüenzas propias. Que necesito exaltar a los propios, un chute de nacionalismo xenófobo, y el estúpido velo ya está corrido. Claro que hay quién a esto, siempre en favor propio, llega a llamarle progresismo.
Hay una serie de libros que son reveladores a este respecto. Son de un autor maldito de los años sesenta y setenta, perseguido por la censura americana y por todos los puritanos del mundo por su libro “Los Amantes”. Hablo de Philip José Farmer, y hablo de la serie de novelas sobre “El Mundo del Río”, que hacen una maravillosa aproximación a como se genera el sistema tribal, y sus consecuencias.
En este mundo, lugar, hábitat, surcado todo él por un río abundante, renacen todos los seres humanos que han vivido a lo largo de la historia. Unos junto a otros, mezclados, sin respetar raza, nacionalidad, o momento histórico, en una mezcolanza que busca romper cualquier tipo de adscripción previa condicionada por vivencias anteriores. Y nacen sin nada; solo un recipiente para recoger la comida, que unos dispensadores abundantes, más que suficientes, proporcionan varias veces al día. Todos renacen junto al río, todo el mundo habitable está junto al río. No hay, inicialmente, ni materias primas, ni formas de generar riqueza. Inicialmente. No voy a hacer espoiler, léanlo, merece la pena, y, además de apasionante, es entretenido.
Claro que los seres humanos tenemos un poso violento, imprescindible para ser una especie que ha sobrevivido, que ha dominado el planeta, y a eso no se llega sin cierta violencia, la que garantiza la vida, la supervivencia, alimenticia y territorial, pero, desde que una tribu ataco a otra y ganó, y la otra perdió y se sintió humillada y generó los deseos de revancha, y eso, seguramente, sucedió cuando aún éramos homínidos, la violencia tribal resulta gratificante, tentadoramente justificable. Pero una cosa es que tengamos ese poso violento, y otra es que hemos escogido un sistema que fomenta ese poso, que alimenta odios, que fracciona y enfrenta en su propio beneficio, en aras de su propia supervivencia, como sistema, no como especie, no como objetivo colectivo, si no como preponderancia de territorios e individuos.
Claro que los seres humanos somos una especie social, y esa tendencia social nos impulsa a agruparnos para la consecución de objetivos colectivos, importantes para el predominio de la especie sobre su entorno, pero no hay nada que justifique que esa vocación social, de colectividad, tenga que pasar obligatoriamente por una competencia supremacista, que se dedique a aniquilar a otras colectividades; antes bien, ese mismo impulso social, aplicado constructivamente, debería de llevar a un colaboracionismo que descarte barreras, territorialidades o banderas. Debería, pero eso depende del sistema elegido, y el sistema elegido es perverso.
Mientras existan palestinos, que se consideran palestinos y diferentes, agraviados, maltratados por la actualidad y la historia. Mientras existan israelíes, que se consideran con derecho a ejercer su necesidad territorial, que se sientan superiores y lo plasmen políticamente, y militarmente, con derecho a establecer fronteras y mantenerlas impermeables, mientras se consideren agraviados por la historia y utilicen ese agravio, y la diáspora étnica, como argumento y ventaja para imponer su fuerza. Mientras existan rusos y ucranianos. Chinos y taiwaneses, coreanos del norte y del sur, indios y pakistaníes, islámicos y cristianos, chiitas y suníes, tirios y troyanos, socialistas y liberales, el sistema usará esa diferencia para generar aquellos conflictos que le favorezcan, y garantizar su supervivencia.
Cualquier frontera, cualquier xenofobia, cualquier consideración étnica, religiosa, cualquier hecho diferencial que implique preponderancia, supremacismo, tribalismo (que ahora se llama nacionalismo, y algunos consideran progresista), racismo, fanatismo, ideología, o estatus de superioridad, favorece a un sistema que los alimenta en su favor. Aquello de “divide y vencerás” que inventaron los griegos y parafrasearon el divino Julio, primero, y Napoleón, más tarde.
Basta con ver las herramientas que usa el sistema, es igual en cualquier lugar del mundo independientemente del régimen que aparente: Leyes restrictivas que buscan la preponderancia de unas posiciones sobre otras, el recorte de derechos en nombre de los derechos, sistemas políticos que buscan el ejercicio del poder sobre la evolución real de la sociedad, sistemas económicos destinados a crear élites, ideológicas, familiares y/o religiosas, que defiendan ese sistema, leyes educativas que favorezcan la mediocridad sobre el mérito, el conformismo frente al análisis de la realidad, el eslogan frente al pensamiento libre. Este es el sistema, y lo que vivimos es la consecuencia lógica de su aplicación, de su dominio.
Y, tal como proponía al principio, pensemos un poco. Lo primero que ante estos argumentos suele argüirse, es que el mundo ha evolucionado. Bueno, tenemos máquinas, podríamos tener más y mejor utilizadas, que facilitan nuestra vida cotidiana, tenemos hogares confortables que cualquier rey medieval envidiaría, tenemos una supuesta libertad tutelada (como si pudiera existir la libertad tutelada) por leyes que dicen: esto te doy, pero por aquí te lo quito; ahora lo ves, ahora no lo ves), que es puramente formal, sin recorrido real, individual, vivimos una fantasía puramente conceptual que solo se sostiene mientras respetes el sistema, pero que no tiene mayor realidad que un escenario de cartón piedra de las viejas películas hollywoodienses.
Yo solo pondría un ejemplo, un ejemplo sensible, el del dinero. Busque la historia de Santa María de Iquique, vea lo que sucedía en aquella mina, y compárelo con lo que sucede hoy. Claro, el sistema se ha perfeccionado, el sistema juega con las concesiones y las restricciones, con los peligros y sus erradicaciones, con las crisis y sus soluciones, para dar o quitar según convenga en el momento, para ir creando ficciones que contenten, o castiguen, a aquellos que intentan desmarcarse, simplemente a los que más fácilmente se conforman. Pero, el trasfondo, la realidad comparada nos presenta una Santa María de Iquique global; la tecnología lo permite. Compramos con su dinero, en sus tiendas, lo depositamos en sus bancos y se lo devolvemos en sus impuestos, que pagamos por hacer sus trabajos. Ellos, los mineros de Santa María de Iquique, dieron sus vidas por reclamar su libertad; nosotros estamos contentos entregando la nuestra a cambio de una ficción.
Y ahora, tras leer, y haber hecho un esfuerzo por pensar un poco, estimado lector ¿Quién crees que tiene la razón?
- Los israelitas (vale la OTAN, vale Ucrania, vale Corea del Sur, vale Taiwan, vale el sistema)
- Los palestinos (vale Rusia, vale Irán, vale Corea del Norte, vale China, vale el sistema)
- Ambas son incorrectas (vale el sistema no vale)
No, sin descartar la violencia contenida en el hombre, esta violencia, la tribal, la supremacista, la utilizable por el sistema, no es intrínseca al hombre, es intrínseca al sistema que hemos elegido y validamos con nuestro silencio, cuando no con nuestra aquiescencia y nuestro aplauso. ¿Quién se puede resistir a una venganza perfectamente planificada, escenificada?