CARTAS SIN FRANQUEO (CXXV)- QUÉ, CÓMO, CUÁNDO

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1842

Me preguntabas por mi opinión sobre toda esta historia de las lenguas cooficiales en el congreso, y tengo que reconocer que mis sentimientos, al respecto, son encontrados. Como siempre, y excluyendo a los radicales de costumbre, hay razones y razones, las suficientes, y del suficiente calado y trascendencia, como para que la cuestión merezca un debate más amplio, más honrado, que permita llegar a una resolución de mayor respaldo.

Como siempre, como tantas veces, como cada vez que el populismo asoma la patita por algún ámbito político, el problema no está en el qué, el problema está en el cómo, en el cuándo y en el por qué.

Como ya sabes, yo me considero nacionalista, profundamente nacionalista, pero al contrario de los nacionalismos políticos, rancios, cerriles y populistas, mi nacionalismo es incluyente; es decir, yo amo, valoro, ensalzo, lo que considero mío, sin recato, sin medida, tal vez, pero jamás lo hago de forma comparativa respecto a otras cosas, sean territorios, platos de cocina o historia, ni denigro a los demás para ensalzar lo mío. Por eso, siempre me he declarado nacionalista orensano, gallego, español, europeo, de La Tierra, terrícola que se diría en películas de la serie B de los años cincuenta y sesenta, del Sistema Solar, de la Vía Láctea y de este universo en particular, y de cualquier estructura supra universal que lo contenga. Faltaría más.

Así que, siendo orensano, gallego, me confieso enamorado de mi tierra, a la que siempre pongo, emocionalmente, un escalón por encima de las demás, cuando hablo, cuando pienso, cuando escribo, pero eso no significa, jamás, que no aprecie todas las demás tierras de España, o del mundo.

Sí, me encanta el idioma gallego, aunque no lo hable con la fluidez que el respeto por él me permitiría usarlo con más asiduidad, pero eso no me invalida  ni como gallegohablante, ni como persona apegada a su tierra, a sus costumbres, a su historia, a su presente. Desde luego prefiero defender correctamente en castellano la belleza del gallego, que, como hacen muchos radicales de nuevo cuño, balbucear ese engendro político que se llama gallego normativo. Y por supuesto, abomino de esas personas que, estoy convencido, por ignorancia, o por simple cerrilismo ideológico, niegan la categoría de idioma a idiomas que son más antiguos que el suyo. Puedo hablar del gallego, padre de idiomas como el portugués o el castellano, del vasco, o del catalán.

Pero me desvío, me centro en el qué, la existencia y reconocimiento de los idiomas que conviven en España de forma oficial, y sus uso en los órganos de representación, y dejo de la lado la inoportunidad del cómo, del cuándo y del por qué el congreso ha decidido respaldar una iniciativa de uso indiscriminado de los idiomas cooficiales en el congreso, por motivos impopulares, y de espaldas a una mayoría a la que deberían de representar.

Es impopular ahora porque el país sigue sumido en una brecha social que arrastra a los menos favorecidos a una vida llena de carencias, sembrada de dificultades y de abismos de exclusión que bordean a pesar de la absoluta indiferencia política, que solo repara en ellos para invocar medidas que, al fin y a la postre, resultan ineficaces, cuando no dañinas. Un momento en el que destinar recursos al lucimiento y ambición política de unos cuantos, cuando esos mismos recursos son detraídos de una sociedad necesitada en cuestiones básicas, vitales, es no solo impopular, es éticamente inaceptable. Y esto es también un por qué.

Es impopular ahora porque, sea verdad o mentira, no importa nada, esta iniciativa parece obedecer a una necesidad personal de un candidato al poder, nunca a la representación, que paga este tributo por la imposición de unos delincuentes convictos y de reincidencia confesa, según las leyes en vigor en el momento del delito, que imponen esta iniciativa por apropiarse políticamente de un sentimiento popular que nada tiene que ver con sus delirios y ambiciones ideológicas. Y esto, también en este caso, no solo en cuándo, es también por qué.

Es impopular ahora porque, sea cual sea el sentimiento de la mayoría, sea favorable a la medida, o contrario a ella, se utiliza como herramienta de enfrentamiento, de división, como síntoma de claudicación, y se agravia al idioma, a los idiomas, y a todos aquellos que defendemos la necesidad de preservarlos y el amor por su uso. Porque, y esto afecta evidentemente al por qué, porque permite apropiarse de un bien común, de un bien que es de todos, y me refiero a gallegos, a catalanes, a vascos, y al resto de españoles, incluso de aquellos que reniegan de ellos, a una serie de señores, a una serie de opciones políticas minoritarias, que en ningún caso pueden representar a aquellos a los que intentan enfrentar, denigrar, o ignorar, según su interés del momento.

Seguramente, a la cabeza se me vienen varios, hay muchos más argumentos, pero tampoco es cuestión hacer una tesis, de lo que simplemente es una opinión.

Pero si los argumentos que parecen indicar por qué ha sido inconveniente la decisión en el momento en el que se ha producido, son abundantes,  tampoco debemos de ignorar el cómo, porque ese cómo eleva el nivel de rechazo y fomenta el frentismo respecto a algo que debería de ser objeto de acuerdos amplios y orgullo general.

Es lamentable comprobar cómo unos idiomas que deberían de ser objeto de culto, objeto de deseo, objeto de erudición, y garantía de riqueza cultural de las poblaciones que los usan como herramienta de comunicación, como vínculo cultural, se exhiben como trofeos de una victoria que pervierte todas sus virtudes, y los hace reos de odios y rechazos.

La única forma de preservar, y hablo no solo de los idiomas, hablo de género, hablo de economía, hablo de democracia, hablo de libertad, cualquier bien, valor, convivencia, es que el ejercicio de la representatividad sea realmente representativo de la sociedad que lo ha elegido, y que esa sociedad tenga una formación adecuada al respecto, sea sensible al tema y no considere una imposición contraria a sus inquietudes y convicciones, las medidas que se adoptan, y más si estas, como es el caso, se adoptan como un desafío, como una necesidad personal aceptada por motivos perversos.

Y no hablo solo de idiomas, hablo de amnistías, hablo de separatismos, hablo de afrentar a la sociedad por una ambición, personal, política, histórica, según los casos, según las personas, que en nada es mayoritaria.

 

1 COMENTARIO

  1. En lo individual, la independencia; sinónimo de libertad. En lo político-social, la unión; sinónimo de paz, progreso y fortaleza.

    Una «Torre de Babel» debilita lo individual y lo colectivo.

    Gran artículo del que extraer buenas ideas.

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