CARTAS SIN FRANQUEO (CXXIX)- LA MUERTE INCONVENIENTE

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Vivir tiene sus complicaciones, cosa que a casi nadie que haya vivido con un cierto grado de consciencia se le puede escapar, y una de las mayores complicaciones, según voy observando, es la de morirse adecuadamente, en tiempo y forma, que diría aquel, sin entrar en quién puede ser el tal aquel.

No sé los demás, no puedo saberlo salvo por lo que comentan, pero yo me he pasado la vida intentando por todos los medios que me dure lo más posible, en contra de la opinión de déspotas, fanáticos e iluminados, que consideran que la suya, y por ende la mía, es un tránsito indeseable hacia un paraíso prometido, pero nunca confirmado; paraíso que además se vuelve sublime, en algunos casos, si te haces acompañar de un número indeterminado, cuantos más mejor, de congéneres que pasaban por allí.

No me lo creo, que quieren que les diga, no me lo puedo creer. Es más, ya en plan absolutamente beligerante con esos supuestos hombres religiosos que adoctrinan para la muerte a gente más débil, e incapaz de resistirse a su manipulación, me niego a creer que ningún principio religioso, generador de vida y de moral, inste a la muerte de los semejantes; para todos estos no hay infierno lo suficientemente cruel, ni eternidad suficientemente larga para purgar una maldad que desdice su condición humana. Y no lo dice mi emotividad humana, no, tiro de esa parte divina que debería de vivir en cada uno de nosotros, está  claro que de ellos no, para recuperar ese mandato supremo que dice que nadie tiene derecho a destruir lo que no ha creado, y, hasta donde a mí se me alcanza, ninguno de estos infra seres ha creado nada más que odio y aberraciones.  Y, puestos a hacer preguntas lógicas ¿por qué no se inmolan ellos, rodeados de sus fanáticos, si tanto desean el paraíso? ¡Ah! Claro, no había caído, tonto de mí, porque primero tienen que salvar a otros. ¡Qué considerados!

Pero no me había yo, hoy, propuesto hablar de esa lacra humana compuesta por supuestos religiosos con sed de sangre, por fanáticos de mirada iluminada, por mesías de la salvación ajena por la vía del exterminio, por recolectores de vidas ajenas en aras de sus propias dudas interiores, que necesitan ahogar, acallar, anegar, con las de otros que pasaban por allí, y seguramente no las tenían, ni les importaban; no, yo quería reflexionar sobre lo oportuno de morirse en tiempo y forma, en el momento y lugar adecuado.

¿Adecuado para qué? Se preguntarán ¿Pero, se puede uno morir de forma conveniente? ¿Eligiendo? Bueno, parece ser que sí, tenemos el suicidio, y tenemos la eutanasia, ambas opciones en las que el individuo elige, más o menos, el momento de su muerte, y el más o menos viene dado por la duda que puedo tener sobre el uso del verbo elegir en el caso del suicidio. Pero tampoco sobre esto pretendían versar mis palabras de hoy, tampoco sobre la muerte conveniente, sobre la muerte elegida, más bien lo contrario, sobre la muerte sobrevenida, perpetrada, inferida.

Sobre la muerte de aquellos que son llevados a morir, que son inducidos a ponerse en riesgo de muerte por terceros que visitan los campos de batalla en los que los hombres mueren sin querer, sin poder remediarlo, sin que lleguen a saber por qué, invocando para los demás un valor que ellos mismos no necesitan saber si sentirían, o no, puestos en la misma tesitura que los hombres a los que arengan, a los que requieren, a los que mandan a morir, es sobre esta muerte que yo pretendía hablar.

Sobre la muerte de esos aspirantes a héroes a la fuerza que regímenes, planteamientos geoestratégicos, o grupos de poder, envían a luchar por ellos en guerras que solo permiten morir, matar, o dormir. Sobre esas muertes inconvenientes, innecesarias, por cada una de las cuales hay al menos dos víctimas y dos verdugos: muere el hombre, muere un poco más la supuesta ética del género humano, a manos de otro hombre, inducido por manejos en la sombra que nunca dan la cara, y que son los verdaderos autores de esa aberración. Es sobre la muerte de civiles que mueren en sus casas, en las colas del supermercado, en escuelas por la calle mientras paseaban, o en mitad de un sueño que revierte en eterno, porque otros que se han puesto a buen recaudo, han decidido quién tiene la razón contando los muertos puestos sobre la mesa, los litros de sangre ajena vertida.

Pero, con todo, para un soldado ruso, para un soldado ucraniano, o un civil ucraniano, es mucho más absurdo morirse hoy que hace dos semanas. Para un soldado ruso, ucraniano, para un civil ucraniano, morirse hace dos semanas era una forma de llamar la atención del mundo sobre un conflicto sobre el que estaban puestas todas la miradas, sobre un conflicto en el que se dirimía cual de las equivocaciones a la que estaban adscritas esas víctimas, estaba menos equivocada, bueno, o tenía más armas.

Hoy no, hoy morir en Rusia, por Rusia, morir en Ucrania, por Ucrania, es morir en el anonimato, es morir fuera de foco y razón, es morir sin que se sepa que mueres. Hoy por hoy, tal como establecen los periódicos, los informativos, la moda, lo correcto, es morir en Gaza, o en Israel, es morir bajo el perverso foco de unos informativos más interesados en reclutar al informado, que en exponerle que la muerte nunca llega en el momento correcto. Ni siquiera cuando se elige, ni siquiera cuando te la eligen, ni siquiera cuando te matan.

1 COMENTARIO

  1. Me quito el sombrero ante tu artículo. Sí señor!!!

    “…Aquí me invento una guerra y mi banco es el mejor. Yo, el gran capitalista, el mafioso, el déspota y el ladrón, el que siempre contribuye con su esfuerzo y su tesón a hacer su tripa más gorda y de su mesa un mesón, donde se sientan los buitres a degustar el licor, de la sangre de los hombres, de la carne de cañón…”

    Lo escribí en los años 80, pero pude haberlo escrito hace 2000 años. Nada ha cambiado…

    Muchas gracias, por ayudar a despertar conciencias.

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