CARTAS SIN FRANQUEO (CXVIII)- LA ÉTICA DEMOCRÁTICA

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Me cuestionabas, respecto a mi último artículo, mi nula permisividad con el poder, con quién lo ejerce, seguramente intentando, dadas las circunstancias, hacerme una acusación velada de mi alineamiento ideológico con otras opciones, sin reparar, creo, en que ese alineamiento que tú, y no eres el único, ni siquiera el primero, pretende insinuar para invalidar mis argumentos por el camino fácil de la descalificación simplona, no se sostiene contra mis principios sociales; sin percatarte de que el primer problema para tu postura, la de adalid de la izquierda social, progresista y reivindicativa, que pareces querer reclamar, es que no basta con discursos populistas, con señalarse a uno mismo por lo que cree ser, y que confirman, como no puede ser de otra manera, los que tiene alrededor, y soltar cuatro conceptos manidos, de dominio universal, de uso habitual en la barra del bar, o en el conciliábulo de afines de una asamblea, como garantía de un espíritu libre y liberador.

Pues, por mucho empeño que hayas puesto, por mucha convicción que tengas, por mucho que te jaleen en esas barras o en esos conciliábulos, asambleas, lo único que demuestran esas posturas, esas palabras, esas maneras, es justo lo contrario de lo que supuestamente pretendes demostrar.

La democracia, tal como su idea presenta, y que, política y socialmente, no tiene en común con este sistema pervertido, y perverso que estamos viviendo, más que el hecho de celebrar elecciones periódicas, es un sistema directa e indefectiblemente ligado con una ética impecable. No existe la democracia si la ética de quienes dicen ejercerla no existe, o, simplemente, puede ser puesta en cuestión.

La democracia es un contrato impecable, inmaculado, incuestionable, entre el ciudadano que la ejerce y el ciudadano que recibe el encargo de representar a la totalidad de los electores, lo hayan votado, o no. Cualquier sospecha, cualquier mentira, cualquier apropiación, o intento de apropiación, de esa representatividad, cualquier utilización espúrea de esa representatividad mediante el engaño, o la construcción engañosa de la representatividad, supone, éticamente, aunque no legalmente, aunque no políticamente, la ruptura inmediata del vínculo ético del contrato, que supone, sin necesidad de denuncia, sin necesidad de demostración, una ruptura grave de la democracia como concepto, de la democracia como sistema político viable y deseable, y exige, sin paliativos, sin excusas, sin permisividades, la inmediata y reparadora dimisión del señalado.

Y esta misma cuestión, señala la gravedad de la situación, ya que hay tres puntos fundamentales en los que la ética democrática se ha visto comprometida, y rota definitivamente; tres puntos en los que se pretende persistir, y sobre los que se pretende ahondar en su degradación, una degradación que conlleva la desconfianza de los electores hacia el sistema, y la desmoralización ante la impunidad de las estructuras creadas, cuyo único fin reconocible es la obtención y ejercicio del poder, a espaldas de una representatividad que solo ejercen de palabra. Los puntos son: la mentira sobre los actos, la mentira sobre las personas, y la construcción de mayorías no representativas. Todos ellos, de forma conjunta, o tomados individualmente, suponen una ruptura violenta y culpable del compromiso ético democrático. Un asalto sin disimulo, ni recato, a la representatividad popular.

Veamos, someramente, cada una de las tres quiebras apuntadas, para hacernos una idea de hasta qué punto la apropiación, por parte de las ideologías, del sistema político nos está sumiendo en un camino de difícil retorno.

  • La mentira sobre los actos. En realidad la triple mentira sobre los actos, ya que se miente sobre los compromisos, se miente al saltárselos y se miente al intentar revestirlos de acto necesario, o reflexión sobre las ideas comprometidas. Es, posiblemente, el acto de mayor degradación democrática, ya que no solo supone una quiebra en el compromiso, si no que entroniza esa quiebra como una actitud irrelevante, que permite la ruptura ética sin asumir ningún tipo responsabilidad, o consecuencia. El elector no sabe, al final de este irresponsable camino, cuál de los compromisos es creíble, cuál de las propuestas es necesaria, ni si existe un límite razonable a la quiebra ética de los elegidos, que se sitúan en un estadio de actitud inalcanzable respecto a los representados. Invitar a memorias parciales, revestir la mentira de relato construido para justificar la quiebra ética, crear desde el poder estados de ánimo y opinión que buscan el enfrentamiento con el resto de la ciudadanía, dividiendo el cuerpo elector en fracciones enfrentadas y manejables, es, no solo una quiebra ética, si no de una miseria moral que debería invalidar a cualquiera que lo practicara. O sea, hoy por hoy, la mayoría instalada en el poder, que utiliza estas herramientas para permanecer en él. Comentaba el Presidente del Gobierno en una entrevista, que él no cambiaba de opinión, rectificaba. Compremos este comentario, pero para rectificar sobre un compromiso electoral, no vale con la mera voluntad del elegido, éticamente solo hay dos posibilidades para rectificar un compromiso en firme: proponer una cuestión de confianza, dimisión por medio, o una consulta que permita a los electores ratificar esa rectificación que no habían votado. De primero de Democracia Básica.
  • La mentira sobre las personas. Revestida de información producida desde las posiciones de poder, y usando sus medios, para un ensalzamiento o justificación propias. Esta actitud es simplemente vergonzosa. Insultar, o descalificar, o calificar, a los electores contrarios a la posición del poder, que, democráticamente hablando, deberíamos de ser el 99% del cuerpo electoral, es una actitud tan vergonzantemente inmoral, anti ética, anti democrática, que justificaría por sí misma una revuelta popular, porque revela que quién debería de representar la voluntad del cuerpo elector, desprecia, y por tanto explicita, que no se siente en la obligación de representar a aquellos a los que desprecia. Es decir, en palabras llanas, conculca la esencia democrática y quebranta gravemente la ética comprometida en el sistema, lo que lo invalida de forma fulminante.
  • Construcción de mayorías no representativas. Forzar la opinión mayoritaria mediante intercambio de favores, y concesión de prebendas, al margen de programas y mayorías reales, con el único fin de alcanzar una posición predominante no lograda en las urnas. Claro que se pueden construir mayorías, mayorías con un fondo programático común, mayorías con una cierta cohesión de objetivos, siempre y cuando esos objetivos no sean contrarios al sentir mayoritario del cuerpo elector, no al sentir mayoritario del cuerpo elegido, tal como se está haciendo en este momento, que carece de representatividad suficiente ya que solo representa a tres de diecinueve territorios, y a no más de un veinte por ciento de la totalidad del cuerpo elector, lo que determina una mayoría insuficiente, no representativa para forzar las leyes, o para conceder favores legislativos y económicos que van contra el sentir realmente mayoritario, con el único fin de mantenerse en una posición predominante. El costo ético de esta postura es inasumible, como inasumibles parecen la mayor parte de las concesiones y prebendas que se pueden comprometer en el proceso.

No, definitivamente no puede existir la democracia sin un compromiso ético inquebrantable por parte de todos los actores que conviven a su amparo. No, definitivamente no se puede llamar democracia al engendro ideológico-populista-personalista de quién en este momento está dispuesto a lograr ser el administrador de la representación, a costa de forzar el brazo al deseo expresado de los electores.

La historia acaba poniendo a cada uno en su sitio, en ese aspecto no hay problema, pero cuando se fuerza excesivamente el quebranto de los valores para el beneficio de una élite auto nombrada, las consecuencias suelen ser dolorosas a corto plazo, cuando no dramáticas e intolerables. Están matando la democracia, en nombre de la democracia, y los culpables somos todos aquellos que damos soporte al engaño, que damos cobertura a la ruptura ética que deberíamos exigir.

1 COMENTARIO

  1. Tremendo artículo. Has resumido perfectamente lo que en esencia, según mi opinión, ejemplifica Gómez de Liaño en su obra ,”El Eclipse de la Civilización” , como “Eticocracia” y “Tiranoracia”.

    Por supuesto todo el que no alce la voz, como bien reclamas, será responsable…

    Mis ideas progresistas son férreas y también me tachan de lo contrario por decir “que viene el lobo vestido de cordero”…

    Muchas gracias.

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