Me preguntabas por mi sombrío estado de ánimo, de un tiempo a esta parte, y creo que te lo resumí de la mejor forma posible, con una sola palabra, atrapado.
Así me siento, atrapado, enredado en un sistema viciado, vicioso, perverso, en el que priman las garantías para los que incumplen las leyes, y penalizan a los que las cumplen, en un sistema en el que ciertos políticos de pacotilla, de salón, de una incultura vital rayana en la estupidez, son los que hacen leyes populistas que destrozan la vida de personas y familias, que acaban atrapados en circunstancias que, a ellos, ni se les pasan por la cabeza, víctimas de las leyes que propician; víctimas que además tienen que escuchar impávidos, resignados, inmersos en una vorágine de leyes y contra leyes, en las que peor tratado resultas cuanto más inocente parezcas ser, cómo además se te culpabiliza por pertenecer a alguno de los colectivos objetivo de sus populismos. Puede que seas una posible víctima de violencia; puede que seas un micro empresario, o sea, clase media; puede que pertenezcas a alguna mayoría no representada por algún activismo; puede que tengas una segunda vivienda, por herencia, por inversión, porque sí; puede que no estés alineado, perfecta y uniformemente alineado, con la posición ideológica correspondiente; puede que, simplemente, necesites algo de la administración, o de la justicia. Si estás en alguna de estas circunstancias, ya eres un atrapado.
Podría estar hablando del problema de la Okupación, un problema, al parecer inexistente, del que se quejan, por tanto injustificadamente, personas cuyos derechos son asaltados por mafias y sinvergüenzas disfrazados de necesitados, perdón a los verdaderos necesitados, que los hay, y muy necesitados, y tienen que contemplar cómo sus viviendas son destrozadas impunemente, en lo que una justicia falsamente garantista, se enreda en huelgas, trámites interminables, recovecos legales, iniciativas legislativo-populistas, y declaraciones de imbéciles con halo ideológico que pretenden explicar tal desatino con la existencia de unos monstruos sociales llamados fondos buitre, que, al parecer, justifican cualquier barbaridad de las que suceden. Podría, pero no estoy hablando de este problema. Menos mal.
Podría estar hablando de los miles de personas que malviven a la espera de una sentencia judicial que establezca pensiones por separación que no perciben, sin otros ingresos que puedan aliviar su situación desesperada y que observan cómo se encadenan las huelgas, cómo unos funcionarios, sean judiciales, o de la administración de justicia, utilizan su desesperación como palanca de presión para mejorar su envidiable posición laboral, sin que ni el gobierno, ni los sindicatos correspondientes, ni los mismos participantes en la huelga, reparen en que su jueguecito está llevando a la necesidad a familias enteras. Podría, pero tampoco estoy hablando de este problema. Menos mal.
Podría estar hablando de los miles de ciudadanos que teniendo derecho a una prestación por desempleo ven pasar los días sin que consigan una cita previa para iniciar los trámites, ven pasar los meses, en un estado de angustia y necesidad crecientes, sin que a sus cuentas lleguen los montantes a los que tienen derecho, mientras lo políticos de turno hablan de fascismo, de comunismo, de grandes gestiones, de nuevos impuestos, de una solidaridad teórica, desdeñosa y humillante, que los ignora, o que, al menos, ignora sus plazos y necesidades. Podría, podría, pero no, de esto tampoco estoy hablando. Menos mal.
Podría estar hablando, podría y debería, de los salarios mínimos miserables, del populismo de los que hablar de subirlos sin poner los medios imprescindibles para que sean viables, y subiendo al mismo tiempo los impuestos que los gravan, y que impiden que la subida llegue al asalariado, logrando que el empresario pague más, el estado recaude más, y el trabajador cobre lo mismo, o menos. Claro que podría, pero hoy no toca, no estoy hablando de eso. Menos mal.
Podría estar hablando de los salarios de inserción, de la tramitación de los permisos de trabajo, de las solicitudes de asilo, de cientos de trámites administrativos cuya farragosidad y tiempos dan la espalda, a veces la patada, a aquellos para los que inicialmente fueron concebidos. Una vez pasado el populista momento de anunciar a los cuatro vientos la creación de las ayudas, resulta que ni se han dotado económicamente, ni se han dotado administrativamente, ni se han reflejado legalmente de forma clara y coherente, ni importa una mierda que sean inalcanzables, lo importante es la proclamación, y recogida de aplausos, de la medida. Me voy a permitir un ejemplo práctico: las ayudas por incapacidad, para una residencia, de mi suegro, las cobramos cuatro años después de solicitadas, un año después de que hubiera muerto, y por la vía española, esto es, buscando un contacto. De todo esto podría estar hablando, pero no, pásmate, tampoco de esto estoy hablando. Menos mal.
Podría estar hablando de violencia de género, de violencia intrafamiliar, de violencia machista, o, simplemente, de violencia intolerable, y contemplo cómo los políticos discuten desde posiciones ideológicas dispares, dispares denominaciones y enfoques, enredados en la autocontemplación y el desenfoque real de lo que sucede en la calle, solo preocupados por apropiarse del problema, o negarlo, poniendo el acento en el nombre que darle, y no en crear unas medidas eficaces, un sistema educativo, no ideológico, que lo ataje, y unos tiempos de respuesta que lo palíen. Si alguien mata, que coño le importa a la víctima cómo le llamen, que coño le importa al asesino, que suele suicidarse, la pena que le habría correspondido, que mierda le importan a las familias las concentraciones de repulsa, o las proclamas de quienes no lo han padecido, pero lo utilizan en su propio beneficio. Tampoco, tampoco. Tampoco de esto hablo. Menos mal.
Menos mal que, de momento, y a pesar de la cantidad de miles, de cientos de miles, de millones de afectado por problemas cotidianos, reales, de gente de la calle, que los políticos solo usan para apropiárselos, para darles un giro ideológico, diría idiota, diría culpable, diría despreciable, digo ideológico, que les permita dar cuatro gritos en alguna reunión de fieles, que responderán, con vítores, con aplausos, con palmaditas y satisfacción cabañil, ninguno de los problemas mencionados es el que me atrapa a mí en este momento. ¿Qué si hay más? Hay, claro que hay, apenas he rascado lo más superficial.
Yo estoy atrapado por una disfunción temporal entre la administración fiscal, y la administración judicial, por una incapacidad, ideológicamente intencionada, de gestión ciudadana de la administración fiscal, y una incapacidad de tiempos de la administración de justicia, que hace que, cuando llegan las sentencias, estas ya no sirvan para paliar el daño inferido, en la evolución de la situación. Estoy atrapado en una incapacidad económica, mientras contemplo como otros medran con el dinero que me pertenece, que he reclamado ya hace años, y que posiblemente no me sea devuelto con el tiempo suficiente, si es que me es devuelto, para evitar el agravamiento de mi situación. Atrapado, enredado y angustiado. Sin tiempo, sin organismos que me lo concedan, víctima de mecanismos que me lo niegan, que ni pretenden reparar en la situación que crean.
Pero mejor lo cuento. Compro una empresa, con todos los requisitos legales, ante notario, salvaguardando las posibles responsabilidades anteriores a nuestra toma de posesión, que recaen, firmado está, en el administrador anterior, con compromiso de que, en el momento de la transmisión, está libre de cargas y obligaciones. Pasado un mes, que tarda la administración en tramitar el cambio de administrador, el dueño anterior ha vaciado las cuentas, incluida una de crédito, porque el banco, decía él, le había asegurado que mientras no recibieran el cambio definitivo, eso que se llama bastantear, él tenía poder, de la vergüenza ni se habló, para mover el dinero. Pasados un par de meses, el dinero vuelve, pero los créditos no han sido cancelados, y empiezan los problemas serios. Al cabo de unos meses llega una inspección de hacienda sobre ejercicios anteriores, inspección, inspecciones sucesivas, que van devanando unas deudas, insisto, de ejercicios anteriores, que arrojan, sumadas irregularidades, intereses y sanciones, cerca de los ciento veinte mil euros que, a pesar de los contratos firmados, de la evidencia contractual, se requieren al administrador actual, yo, que me encuentro, ante la imposibilidad de hacer frente a esos pagos, y la negativa a negociar ninguna solución por parte de la administración fiscal, con una situación financiera que me impide hacer frente a los impuestos propios, que me imposibilita para pagar los salarios de los trabajadores, y que me bloque la posibilidad de comprar los materiales necesarios para trabajar. Consecuencia final, tengo que cerrar la empresa, a pesar de estar dando beneficios, y con la amenaza de que las deudas, contraídas por el propietario anterior, se ejecuten contra mi patrimonio.
¿Y el dueño anterior? Tranquilo, feliz, disfrutando de sus bienes y de los míos, a resguardo de la administración y la justicia que lo protegen. La administración negándose a reconocer una situación contractual elevada a pública ante notario, que me lo podía haber ahorrado, visto lo visto, y la justicia mediante el manejo de unos tiempos que impiden una actuación eficaz y reparadora de las leyes, que lleva a pensar en la incapacidad de impartir justicia siguiendo la legislación vigente. Atrapado, desde hace más de un año, y con casi otro por delante, con la amenaza de que la administración me prive de lo mío, mientras el defraudador, que tiene nombre, apellidos, y una cara más dura que el cemento armado, se mueve entre los ciudadanos pavoneándose de su hazaña.
Pues eso, atrapado, por la ineficacia, por la injusticia, por la indiferencia, por la nula capacidad de conocer la realidad de los legisladores y por la falta de ética de un sinvergüenza. Víctima y reo en un solo acto. Atrapado en la red de incompetencia y populismo de una caterva de mediocres, medradores y desahogados, elegidos al amparo de unas siglas tan mentirosas como ellos, que además presumen de solucionar los problemas que agravan, y que desconocen, salvo por el listado de problemas/votos que manejan desde unos despachos, cerrados a cal y canto para aislarlos de la realidad cotidiana; realidad que además pretenden contarle, imponerle, a los ciudadanos que la viven a diario. Vividores.
Pues eso, unos, vividores, mediocres, populistas, indiferentes al sufrimiento que causan, creo que se llaman políticos. Otros, contribuyentes, ni siquiera ciudadanos, peones anónimos depositarios de votos, compradores de mentiras y ansias de poder de los primeros, cla sumisa y manejable. Atrapados. Este es el sistema que al parecer se llama democracia, y que no garantiza otra igualdad de derechos que la de los que mandan, que pueden cambiar las leyes a su conveniencia y acomodo.