Lo he dicho varias veces, lo repito una más, y cuantas haga falta, yo no voy a hablar de la guerra, me niego a hablar de un hecho en el que, inevitablemente, habría de otorgar, o quitar, razones; razones que, por otra parte, se remontan a siglos, y desconozco profundamente; razones que me harían tomar partido, y empezar a hablar de muertos justificables y muertos injustificables, sobre todo teniendo en cuenta que la totalidad de los muertos que me parecerían justificables, están sentados en despachos de alto copete, ahora se dice estanding, disfrutando de los réditos de poder, y económicos, que la guerra les produce cada día.
Yo no voy a hablar de una guerra en la que los buenos y los malos están tan perfectamente definidos que crean una cierta sospecha, un regustillo de absolutos impropios en un razonamiento en el que se parte de la conciencia, de la consciencia, de que esos absolutos son imposibles. Incluso, allá por los años sesenta, el famoso tebeo Hazañas Bélicas, blanqueo franquista de su inicial posicionamiento anti aliado, de vez en cuando filtraba una historieta en la que los buenos eran alemanes, o japoneses. Hasta en el género del oeste, literario, cinematográfico, algunas veces los indios lograban ser los que tenían los caballos rápidos, o sea, los buenos.
No, ese imposible absoluto, esa improbable frontera entre la verdad y la justicia, y sus mancilladores, salvo en el género de piratas, género de propaganda histórica anti española, en el que los malos siempre son del mismo bando, y en la guerra entre Rusia y Ucrania, no puede darse. Pero se da, y lo compramos e incorporamos a nuestras verdades inquebrantables.
¿Quiere esto decir que yo justifico a los rusos? No, por favor, en absoluto. Nunca se puede justificar a un agresor, nunca se puede justificar a un iluminado que está masacrando a la población de ciudades, con la única excusa de haberlos designado unilateralmente sus enemigos, e intentar digerir la humillación de no haber sido capaz de lograr unos objetivos prefijados; unos objetivos iniciales prefijados, porque creo que hay otros no declarados, y esos si se están cumpliendo.
¿Qué estoy hablando de la guerra? No, que va. Estoy hablando de la retro guerra, estoy hablando de los sinvergüenzas que en la retaguardia se lucran, no solo económicamente; estoy hablando de una situación que, o han provocado, o han ayudado a provocar, actores que se mantienen en segundo plano; estoy hablando de China, de sus dirigentes, de sus intereses comerciales; estoy hablando de Europa, de las cuentas que su locomotora, Alemania, hizo mientras alimentaba al monstruo ruso, de sus intereses comerciales; estoy hablando de los Estados Unidos de América del Norte, de sus industrias armamentísticas, que han logrado un escenario para testar en real sus nuevos artefactos, sus avances, su I+D, de sus intereses comerciales; estoy hablando de Putin, un ser oscuro, maligno, arropado por una camarilla con las mismas características amorales, un desecho ético al frente de un país poderoso, que lo fue más que lo es, Rusia; al frente de una nación en absoluta decadencia, lastrada por la corrupción, bloqueada entre ensueños nacionalistas, sueños de grandeza y futuro, y ansias de integrarse en una modernidad, en un sistema de civilización, a la que es incapaz de unirse en una posición no preponderante, dado que llega tarde y los papeles ya están repartidos; estoy hablando de sus obsesiones, de sus ensueños, de sus intereses comerciales.
Y mientras tanto todos los días nos desayunamos, nos almorzamos, nos comemos, merendamos y cenamos, con videos de ataques y contraataques en los que se ve morir a soldados, como si de un video juego se tratara, que no dudo yo, que en muchos casos, las imágenes no sean más ficticias que las ilustraciones de la ya mencionada Hazañas Bélicas, ni otra cosa que montajes propagandísticos pertenecientes a esa famosa guerra híbrida, concepto que ya hemos aprendido a usar, sin llegar a aprender a horrorizarnos todo lo que debiéramos.
No voy a hablar de la guerra, ni de la híbrida, ni de la civil, ni de la militar, ni de la económica, ni de la geoestratégica, ni de la propagandística, ni de la comercial, ni de la informativa. O sea, no voy, como empecé diciendo, a hablar de la guerra, de los miles de cadáveres que aportan entre los dos bandos, de los miles, ya millones, de personas desplazadas de su vida cotidiana, de su hogar, de los alimentos necesarios para tantos habitantes del mundo al borde de la hambruna, de la miseria moral de los que la ordenan, de la incapacidad empática de los que la han empezado, del cautiverio del futuro de los que se han visto envueltos en ella sin otra opción que defenderse, de la miseria moral de los que alimentan el fuego de baja intensidad de un conflicto sin resolución a la vista, de la bajeza ética de los que pudiendo obligar a un final no lo buscan, por intereses propios.
Todo eso es tan miserable, tan incalificable, tan inhumano, que no merece ni una palabra, ni un momento de reflexión, ni un segundo de atención, aunque nuestra inmersión en un mundo global, híper-comunicado, sobre-informado, interesadamente sobre-informado, nos obligue a reflexionar, a atender, a comentar lo que nos asalta en nuestra intimidad, en nuestro hogar, en nuestro quehacer cotidiano.
No, no quiero, no me siento capacitado para hablar sobre la guerra que sigue, nueve años después, un año y pico después, varios siglos después, pero no puedo evitar, horrorizarme, sobre la masacre de una sociedad civil indefensa, sobre el genocidio perfectamente planificado y vengativo que un tirano sin empatía, sin ética y sin moral, está perpetrando a la vista de todo el planeta, sin que nadie parezca querer pararle los pies.
Un genocidio xenófobo, pero que como no está perpetrado contra judíos, negros, o alguna otra minoría étnica contemplada por los criterios ideológicos activistas, permite a una sociedad adocenada, decadente, interesada, mirar hacia otro lado y seguir con su día a día, sin otra excusa que decirse sin recato: “ya el gobierno se ocupa, ya se preocupa la OTAN, estamos mandando armas”, y aunque no se verbaliza, ni se va a reconocer en un ningún ámbito, también debemos convenir, con mucho alivio, y una pizca de vergüenza, pero una pizca, que nos decimos: los muertos los ponen otros.
Sí, la guerra sigue, aún no se ha dado la circunstancia definitiva que permita pararla. “Que se calle la guerra, que se está callando, porque no quedan niños, están soñando”.