Dice el dicho, o sea, eso que habitualmente se llama sabiduría popular, que el saber no ocupa lugar, y, aunque habitualmente suelo estar de acuerdo con esa parda forma de interpretar lo que nos rodea, siempre ha existido, y continuamente denuncio, que hasta la más sabia de las frases, usada sin tino, usada interesadamente, puede mentirnos, lo que, ya, así, de principio, pone en cuestión la frase inicial.
“El saber no ocupa lugar”, el conocimiento no es un bagaje pesado, no es un lastre, no estorba, para andar por la vida y crecer durante su transcurso. El saber, como conocimiento que enriquezca a la persona, no disputa su sitio a otras habilidades y necesidades, y nos preserva de errores y de insidias, y en ese sentido, no solo no importa si ocupa lugar o no, es fundamental para buscar nuestra libertad, nuestra plenitud.
Parece ser, basta con repasar las noticias, que hay diferentes inteligencias empeñadas en ocupar el lugar que el saber no ocupe, diversas inteligencias, yo les llamaría intereses, ocupadas en crear un mundo donde la verdad sea un ente impuesto, donde la libertad sea un muñón irreconocible, donde la discrepancia sea un acto terrorista. Inteligencias, intereses, técnicas, actitudes, posicionamientos, empeñados en sumirnos en un mundo donde, siguiendo con las frasecitas, “nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”, que ya sostenía don Ramón de Campoamor.
Llevamos años sumidos en discursos variables, posicionamientos cambiantes, principios evolutivos, verdades circunstanciales, relatos, lenguajes alambicados creados para una ocultación sistemática de la realidad, post verdades, post relatos, revisiones históricas y principios marxistas, de Groucho, y eso unido a los fanatismos, a los dogmatismos, a las ideologías, a los populismos y a los intereses de muchos, ha dejado a este mundo privado de unas referencias comunes imprescindibles para su evolución, de unos principios sólidos e inamovibles que nos sirvan de referencia cuando surge la controversia. Ni verdad, ni justicia, ni libertad, ni conocimiento.
Y por si el guirigay que tenemos montado, planes educativos impregnados de dogmatismo, medios de comunicación de parte, fanatismo político, intolerancia, xenofobia, frentismo, para mayor provecho de quienes lo provocan, no fuera suficiente, ahora vienen los gurús de la tecnología y nos avisan de que el mayor peligro de ese nuevo asombro de nuestra civilización, de nuestra ya decadente civilización, la inteligencia artificial, IA para vagos y expertos, es que nos ha salido tan mentirosa como sus creadores.
Nos previenen de la imposibilidad de distinguir las mentiras creadas por esa inteligencia, de las verdades verdaderas de toda la vida. Y, digo yo, ya metido en frases, para ese viaje no hacían falta esas alforjas, para mentirosos compulsivos, enredantes y descarados, ya teníamos a los políticos, ¿Qué necesidad teníamos de otros? ¿De otra?
En todo caso, y me parece evidente, solo es posible engañar a aquel que previamente no conoce la verdad, a aquel que, por desidia, o por incapacidad, o por interés, se conforma con la primera verdad que le llega a las manos.
Así que, aunque el peligro exista, aunque la verdad sea un bien cada vez más desconocido, aunque los memes, los memos, los bobos y los políticos, ahora acompañados de la IA, pretendan cosernos un mundo a su medida, siempre, para aquellos capaces de plantarse, para aquellos que realmente aprecien la verdad y el librepensamiento, siempre habrá unas herramientas imprescindibles: el rigor, la razón, el conocimiento y el discernimiento. Herramientas que deben de ser alimentadas con su uso permanente y que nunca están en manos de quienes comparten lo ajeno, siguen corrientes masivas, o aplauden las ocurrencias de otros por el único motivo de considerarlos “los suyos”.
No, el saber no ocupa lugar, y evita que otros lastres ocupen el mundo, al menos el más próximo, el más íntimo. Y, si el saber no ocupa lugar, eso no significa que debamos permitir que la ignorancia, los miedos, las intolerancias y la mentira ocupen ese espacio que debería de ocupar los sentimientos, las afinidades.