CARTAS SIN FRANQUEO (CLXXVII)- REFLEXIONES SOBRE LA IA, FILOSOFÍA Y CIENCIA

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Si intentamos, con una cierta perspectiva, atribuirle a la IA la posibilidad de que su función coincida con su formulación nominal, la de inteligencia creada por el hombre, aunque consideremos que el hecho en sí está aún lejano en el tiempo, podemos hacer una aproximación racional a lo que es, a lo que puede llegar a ser, y a lo que nos dicen que es, de forma errónea. ¿Cómo podemos hacer esta aproximación? Estableciendo el criterio por el que podemos marcar un hito determinante, cuyo cumplimiento nos permita reconocer la autonomía consciente de lo creado. O lo que es lo mismo, determinar cuál es la premisa básica, incuestionable, de la inteligencia.

Fuente: pixabay.com

Simbólicamente, podemos establecer el nacimiento de la inteligencia del hombre, su consciencia, en el mismo instante en que Eva, e inmediatamente Adán, muerden la manzana del árbol del conocimiento. En el mismo momento en el que toman una decisión inducida, la última, y en ese mismo instante son conscientes de sí mismos, como, una vez más simbólicamente, intentan tapar su desnudo, su vulnerabilidad, su alejamiento del principio creador, ante el resto de los seres vivos, animales, ángeles, y diablos. Y es entonces cuando se hacen la primera pregunta original, la primera pregunta consciente, no externa, propia, ¿qué hemos hecho?, ¿Qué hemos elegido?, ¿Qué consecuencias no deseadas tiene nuestra elección?, ¿Quiénes somos ahora?. Y se sienten lanzados a un entorno desconocido que tienen que dominar, que adaptar, que hacer suyo.

Hay una frase de la serpiente, fuera quién fuera la serpiente, fuera quién fuera Eva, fuera quién fuera el creador de la nueva inteligencia, que es esclarecedora, y que es la que usa para “tentar a Eva”, o para marcarle el camino que debe de emprender: “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. Seréis libres, seréis conscientes, seréis capaces de pensar por vosotros mismos, y tendréis la lacra del llamado pecado original, la mácula del apartamiento del creador para seguir vuestro propio camino.

Solo las frases sencillas son capaces de explicar lo inexplicable, de abarcar lo inconmensurable, y esta es una frase sencilla, “Seréis como dioses”. Y ¿cuáles son las características fundamentales de un dios?: autoconsciencia, capacidad de cuestionamiento,  y capacidad de creación, no de reproducción, no de réplica, no de conocimiento, no de comprensión. O sea, innovación creativa. ¿Y cuándo será eso? En eso estamos, y podríamos fantasear, y decir que seremos como dioses cuando seamos capaces de crear una inteligencia autoconsciente, una inteligencia equiparable a la nuestra: inquisitiva, consciente y con “inquietudes”, con preguntas, con necesidades de nuevo conocimiento.

La inteligencia se puede corroborar cuando una mente, sea neuronal, cuántica, electrónica o positrónica, sea capaz de formularse, de formular, una pregunta que exige una respuesta aún no hallada. Cuando es capaz de preguntarse algo que nunca ha sido preguntado, en busca de entender racionalmente su entorno, más allá del conocimiento adquirido previamente.

¿Este es el criterio único? Posiblemente no. Recuerdo un cuento leído hace años, en el que una raza extraterrestre recorría el espacio capturando especímenes para un zoo intergaláctico. Entre esos especímenes capturan a un hombre, que intenta hacer entender que es inteligente infructuosamente. Ya resignado, se entrega a la tarea de construir una trampa para capturar a un animalito que entra habitualmente en su jaula. Cuando al fin lo captura, un tripulante lo saca de la celda, y le hace saber que al construir la trampa han comprobado que era un ser inteligente. Tal vez un poco pillado por los pelos, tal vez, pero en todo caso establece un hito inconfundible, con el que podemos estar de acuerdo, o no, con el que determinar el nivel de inteligencia consciente de otro ser.

Porque siempre podrá alegarse que hay muchas inteligencias, muchas formas de medirla, pero solo hablamos de una, que de alguna forma las abarca a todas, que necesita de todas para configurarse, la inteligencia consciente, la inteligencia que reconoce el mundo, y se reconoce, y eso la lleva a plantearse las preguntas imprescindibles para entender lo que la rodea, y entenderse.

También hay quién utiliza el argumento de la belleza, y la busca en los logros estéticos  elaborados por un programa, siempre solicitados por una persona, siempre supervisados y ejecutadso bajo unas instrucciones externas. La belleza es la expresión máxima de la perfección a la que puede acceder un ser humano, una lucha creativa contra el progreso personal en busca de esa perfección, y eso, desde varios parámetros, no es accesible, hoy por hoy, y me temo que en bastante tiempo, para una máquina creada por el hombre.

La creación, la supuesta creación, de una obra por parte de una máquina, es, al final, perfectamente explicable por dos principios estadísticos básicos:

  • El segundo enunciado de Borel-Canteli, más conocido como “Teorema del Mono Infinito”, y cuyo enunciado formal dice: “Dada una cadena infinita donde cada carácter es elegido de manera aleatoria, cualquier cadena finita casi seguramente ocurre como subcadena de la primera en alguna posición (de hecho, en infinitas posiciones).”
  • La ley Cero-Uno de Kolmogórov dice que dada una serie infinita de sucesos independientes debe tener una probabilidad de 0 o 1. O, lo que es lo mismo, todo lo que no es imposible, puede suceder, o acaba sucediendo.

Traducido el segundo enunciado de Borel-Canteli a lenguaje no técnico, viene a decir que si ponemos a un mono a teclear en una máquina de escribir sin límite de tiempo, antes, o después, ese teclear aleatorio logrará reproducir alguna obra maestra de la literatura, incluso todos los libros escritos, y los no escritos. Por ese mismo principio, si ponemos a esa tarea a un número infinito de monos, durante un tiempo infinito, el logro se podrá producir antes, en un tiempo menor.

Es verdad que los tiempos que manejamos, estadísticamente hablando, son superiores a la edad del universo, pero tampoco es menos cierto que la ley Cero-Uno de Kolmogórov nos dice que todo aquello que no es imposible se acaba produciendo.

Nuestra IA no dispone de infinitos monos, pero si tiene recursos de información que le hacen superar las expectativas estadísticas de ese número de simios. Tampoco dispone de tiempo infinito, pero su velocidad de proceso, y su programación algorítimica la hacen disponer de unos atajos que le hacen la tarea mucho más accesible.

Tal vez sería conveniente, para una mayor comprensión de esta reflexión, aclarar que yo creo que somos inteligencias creadas, en camino de una convergencia con la inteligencia creadora, y que ese camino ni es el primero, ni será el último, y por tanto es el camino que habrá de recorrer una inteligencia, una verdadera inteligencia, que nosotros creemos.

La actual, no discrimina, no entiende, ni empatiza con el entorno, no comprende la necesidad de lo solicitado, ni sus consecuencias, no reflexiona, no genera por sí misma una necesidad, o sea carece de voluntad. No es inteligencia, es técnica, es compendio de técnicas, es una sofisticada, pero simple, herramienta.

Pero, por no hacer esta disquisición más larga, por no hacer un tratado, de lo que es una simple reflexión, la situación actual es que estamos bastante lejos, tal vez aún a siglos, de lograr que nuestras máquinas, nuestras programaciones, incluso nuestras fantasías electrónicas, alcancen el nivel mínimo de inteligencia necesaria para poder ser consideradas autoconscientes, para que la obra creada por el hombre, con su primer ¿qué? revele una duda, una inquietud, un cuestionamiento consciente de su entorno. Y solo entonces, solo planteada esa pregunta reflexiva, podremos atisbar la posibilidad de hablar de inteligencia.

No sabemos, a día de hoy, cuanto, y en qué, la introducción de lo cuántico en la tecnología, y en el pensamiento, van a cambiar el mundo. Cuanto nos va a acercar a la oferta de la serpiente. Sin duda será un hito tecnológico, un hito en todos los campos del saber, pero, de momento, esa es otra historia. Y esta continuará.

1 COMENTARIO

  1. Tremendo artículo, en el mejor de todos los sentidos posibles.
    Yo también estoy convencida de que el «Gran Libro» guarda muchas claves; y una de ellas, la que da en el clavo de la «semejanza», que jamás alcanzarán nuestras creaciones, por cuánticas e infinitas que sean, es es mordisco a «la manzana de la libertad».

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