Es tema de moda, y como tal, todos nos atrevemos a opinar, todos nos atrevemos a dejar nuestra perla sobre el tema. Sin duda la ciencia está proporcionando material en abundancia, e interés, para que el mundo empiece a preguntarse si habrá límites a su capacidad de ir desentrañando esa infinita materia que es la existencia, el universo, los universos, y su relación con los posibles orígenes de todo, y su desarrollo.

Hay muchas formas de enfocar la IA, la llamada inteligencia artificial, la científica, la técnica, la informática, la legal, la lógica, la filosófica, la histórica, e incluso la semántica. Sobre casi todas ellas han corrido “ríos de tinta”, o sea, que se ha escrito mucho, que se escribe mucho, y que se escribirá mucho, e incluso se habla. Y si hay muchos enfoques posibles, en cuanto a la forma de enfrentarla, hay tantos desarrollos como autores, o ponentes.
Yo no pretendo abarcar todos los aspectos, sería una osadía, pero sí que me siento capaz de aportar algunas reflexiones sobre el tema, que habitualmente se soslayan, o que, simplemente, ni se tienen en cuenta.
Mi primera reflexión es de tipo semántico. Recuerdo, y es perfectamente aplicable, aquella comedia de los años 90, “Por Qué Lo Llaman Amor Cuando Quieren Decir Sexo”, que, aparte de su trama principal, ponía sobre la mesa, su título, la mala costumbre de llamar a las cosas, a los sentimientos, a las situaciones, con nombres que, por inapropiados, provocan confusión sobre lo nombrado. Y eso me pasa con la Inteligencia Artificial, así escrita, como un título, y no cómo un sustantivo.
Y es que la llamada Inteligencia Artificial, que no inteligencia artificial, o IA, que no ia, es el título, la denominación comercial, de impacto general, con el que se ha puesto en conocimiento del gran público un grupo de programas, o aplicaciones, desarrollados por técnicos informáticos para un manejo más eficaz de la información, y su uso en cualquier ámbito de las necesidades humanas. Insisto, para un manejo más eficaz de la información, y esto es fundamental, porque, en términos básicos, lo que tenemos, de lo que hablamos, es de una base de datos de una amplitud excepcional, sobre todo por su capacidad de interconexión, que dispone, y esta es la gran novedad, de unas herramientas de explotación excepcionales. Pero, al fin y al cabo, una base de datos.
Pero vamos a lo importante, el nombre.
Le llaman Inteligencia, lo que presupone una capacidad de raciocinio, e innovación, una capacidad de reflexión, y búsqueda, que en la realidad no existen. La denominada IA no es capaz de pensar en el sentido autónomo y avanzado del término, la IA no reflexiona, se limita a analizar toda la información de la que dispone sobre un tema, la ordena, y simula conclusiones, que en realidad están basadas en probabilidades y criterios previamente programados. No busca, salvo que alguien le dé la orden de buscar, ya que disponiendo de toda la información, depende de una orden externa para que esa información pueda tener una utilidad. No innova, ya que para innovar se depende de una búsqueda de resultados, que, como ya hemos dicho, no tiene, aunque se le puede simular mediante instrucciones programadas. Y no tiene raciocinio. No se cuestiona los resultados a los que llega, no se cuestiona la calidad de la información de la que dispone, no se plantea preguntas que no hayan sido inducidas desde su exterior.
Imagínese que llega usted a un restaurante interconectado con un sistema de comunicaciones con los demás restaurantes, y absolutamente automatizado. El sistema de recepción lo identifica mediante la imagen, o por cualquier otro medio, hay una gran cantidad, y con ese simple acto, al tiempo que lo saluda por su nombre, pasa toda la información sobre sus gustos, y últimas consumiciones realizadas, incluso situaciones médicas que puedan afectar a su alimentación, selecciona los pedidos constantes, y analiza si es usted más propenso a la carne, y de qué tipo, o al pescado, y de qué tipo. El robot maitre, le acomoda en la mesa adecuada, y, ya en ese momento le sugiere las preparaciones que más se adecúan a su gusto, y le pregunta si, “como de costumbre”, tomará sus pedidos constantes en restaurantes anteriores. Y, con su respuesta, habrá generado automáticamente la comanda a la cocina, que, en los sistemas más avanzados, tal vez ya habría podido empezar a actuar incluso antes de su confirmación, en bases de cocina comunes a sus gustos contrastados. Y, por supuesto, sus constantes estarán en su mesa en el mismo momento en que usted lo confirma, ya que han sido preparadas para servir según fue identificado en la recepción.
No hay nada inteligente en todo lo descrito. Ninguna de las máquinas toma ninguna decisión real, ninguna tiene iniciativa, simplemente, y de forma estadística, anticipa unas decisiones probables, y actúa conforme a ello. Esto es lo que hace la IA. Analiza lo que usted quiere, lo filtra mediante algoritmos, y le presenta una solución, o resultado. A una velocidad inalcanzable para un ser humano, analizando una cantidad de datos inaccesible para un ser humano, pero con una capacidad de análisis sobre la certeza de la información manejada igual a la de su programador, y sin la iniciativa de un ser humano.
Es cierto que algunos relatos de Fantasía Científica del siglo pasado consideraban que la inteligencia podía producirse espontáneamente alcanzado un límite crítico de información, y conexión, pero, a día de hoy, o ese límite es muy superior a lo que esos autores concebían, o simplemente, la inteligencia, la consciencia, es otra cosa.
Y en cuanto al término Artificial, yo diría que es más rimbombante que adecuado. Evidentemente es artificial ya que es un producto del hombre, no de la naturaleza, pero, precisamente por ello, es superfluo, prescindible, obvio. Es, una vez más, un término puramente comercial, un término que hace más impactante la definición de Inteligencia, una muleta interesada.
Semánticamente poco queda por reseñar, por desmontar. No estamos ante una inteligencia, si no ante una técnica, ante un desarrollo de técnicas de optimización para la explotación de una base de datos. No es más inteligente que la carta de un bar, o que el catálogo de una biblioteca, pero sí es mucho más eficaz, en su uso de la información. Y por supuesto, como toda creación del hombre, es artificial.
Tal vez el nombre correcto de estas técnicas, debería de ser TA (EI), Técnica Avanzada (de Explotación de la Información). Daría menos temor, menos pié a disparates especulativos. Haría correr menos ríos de tinta. Pero aún hay muchas más cosas que comentar, que explicar, que especular. Proximamente.
Interesante y oportuno comentario, con precisiones semánticas sobre la IA Generativa, que es la denominación que se ha generalizado, me temo, sobre la cuestión. También escribo sobre ese tema y sobre Periodismo en mi web http://www.media-tics.com. Un abrazo colega.
Un abrazo, y muchas gracias. Visitaré tu web.
Brillante artículo, con el que coincido plenamente.
Yo suelo decir, cuando hablo de la IA, que jamás podrá hacerse una sola pregunta por propia voluntad. También suelo añadir que no será capaz de albergar ningún tipo de sentimiento.
Al ser humano le gusta jugar a ser Dios y, aunque lo lleva dentro, nunca podrá crear a su imagen y semejanza.
Gracias, Catalina, No estoy seguro de que los sentimientos esten directamente ligados a la inteligencia, aunque puede ser, y respecto a lo de jugar a ser dios, en el próximo artículo lo comento. Repito, gracias por tu comentario
EN POCAS PALABRAS, MAGNIFICO. SUSCRIBO INTEGRAMENTE EL ANÁLISIS Y CONSIDERACIONES REALIZADAS.