Sin duda la teoría cuántica, que determina que es el observador el que modifica, o crea, su entorno, puede ponernos sobre la pista de varias curiosidades que afectan de una forma determinante a nuestra cuestionada realidad diaria. De alguna manera ese cuestionamiento cuántico viene a poner en valor la desprestigiada sabiduría popular. Frases como: “Nada es verdad, ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”, “cada uno habla de la feria según le va en ella”, y tantas otras, estaban anticipando el enunciado cuántico, sin que, tal vez, ni sus creadores lo supieran.

Los principios, o finales, todo dependerá del observador, cuánticos, son cada día más atrevidos, y sorprendentes. Ahora resulta que hay partículas capaces de estar en dos lugares al mismo tiempo, por lo que empezamos a sospechar que imposibilidades físicas tan impropias de la realidad, pero propias de milagros y fantasías, como la ubicuidad, o la teleportación, están al alcance de la ciencia.
Y según uno va escarbando en la literatura con vocación de divulgación científica, hablo, por ejemplo de Liu Cixin, resulta que la muerte es un estado cuántico, y, como consecuencia, los fantasmas son una manifestación de un estado cuántico de los cuánticamente muertos, al alcance del observador que sepa manejar la teoría. La cuántica, claro.
Es verdad, me declaro culpable, de que hace ya muchos años que intento explicar, pocas veces con éxito, la mayor parte de las veces recibiendo miradas con una cierta carga de conmiseración hacia mi estado mental, que nosotros solo sabemos lo que vemos nosotros mismos, y, ni siquiera cuando estamos de acuerdo con otra persona en lo que vemos, podemos estar seguros de que estemos viendo lo mismo. Me explico, cuando aprendí a hablar, me educaron para interpretar un color, uno cualquiera, pongamos rojo, y asociarlo a un nombre. Y eso pasó con todos nosotros. Pero nadie puede asegurarme que lo que otro ve como color rojo, si lo vieran mis ojos sería, por ejemplo, amarillo, o verde, o rojo. Al fin y al cabo, si es en otro idioma se llama red, o rouge, o… Solo el observador puede tener una cierta certeza de que es lo que contempla y tiene la etiqueta “rojo”
Esto permitiría explicar esa misteriosa capacidad, misteriosa para los hombres, que tienen las mujeres de encontrar matices imposibles en la gama de colores, para el observador masculino.
Solo hay una cosa que me preocupa especialmente en esta forma de pensar. Si la realidad depende del observador, y el observador de mis palabras empieza a pensar que estoy loco, no quiero ni pensarlo, aunque siempre me quede el remedio de ser mi propio observador, y verme cuerdo.
Claro que, a todo esto, ¿quién de ustedes vio el otro día, el penalti anulado al Atlético de Madrid? ¿Cómo es posible, salvo por la teoría cuántica, que según el equipo al que se pertenezca, se vea una cosa, o la contraria? ¿Es posible, parece que sí, que el balón se moviera, o no, en función del observador? Tal vez, tal vez, pero en ese caso habría que empezar a elaborar un reglamento cuántico de los deportes, aunque no tengo claro cómo podría hacerse.
Al final, tendremos que llegar a la conclusión de que somos animales cuánticos, que deforman, científicamente, por supuesto, la realidad según su propia observación. Y esta posibilidad, la verdad, me tranquiliza
Y me tranquiliza porque, según esta posibilidad, no existe la mentira, si no una observación diferente de la realidad. No existe la maledicencia, si no una observación diferente de los hechos ajenos. No existe el robo, si no un cambio de estado cuántico del bien sustraído, distraído, según el observador que se lo apropia. Incluso el bien podría estar, al mismo tiempo, en poder del sujeto 1, y del sujeto 2, pero uno de ellos ha dejado de observarlo.
Un sinfín de posibilidades que permiten explicar cualquier acontecimiento, incluso, ahora que lo pienso, a partir de ahora, cuando un político cambie de criterio, no podré decir que miente, y tendré que pensar que, simplemente, ha cambiado el estado cuántico de su observación de la realidad. No. No sé si esto último me tranquiliza. Definitivamente, cuanto más lo pienso, más me intranquiliza.
Pero, lo confieso, sigo sin saber si el balón, se movió, o no se movió. Y, al final, realmente eso es lo que importa. Y además, ahora empezamos a hablar de la IA, pero ese es otro artículo.
Ah¡ para los que aún tengan dudas, el balón no se movió; diciseis horas dan para editar un video; yo, como observador, espectador, del partido, soy, cuantica, y no cuanticamente, atlético. Ahí lo quedo.





