Hay crónicas que necesitan del tiempo, del que transcurre, fundamentalmente, para alcanzar el punto en el que son más evidentes, crónicas que escritas antes de tiempo, del que transcurre, no llegan a ese punto en el que todo lo que se narra ha alcanzado la fetidez imprescindible para intentar conmover a una opinión pública, que parece inconmovible, indiferente ante el dolor, la miseria y el fracaso institucional, sepultado en el olvido, en la más que cruel indiferencia, cuando el impacto brutal del primer momento ha pasado, cuando los medios de incomunicación han abandonado el terreno, cuando las palabras populistas, más válidas para forofos que para víctimas, sustituyen a las sinceras de apoyo, a las necesarias para paliar el abandono.
Sí, esta es la crónica de una ignominia. Sí, de una afrenta pública, de una vergüenza, de un deshonor, de una ofensa, de un oprobio, de un agravio, de una injuria, de un denuesto, de un ultraje, de un baldón, de una deshonra, de una infamia, de un insulto, de una bajeza, de un descrédito, de un vilipendio, de una denostación, de un zaherimiento, de una jugada. Porque todos estos vocablos están contenidos, definen, una ignominia, incluso para la RAE, y, aunque parezcan muchos, son sin duda menos que los muertos, doscientos veintidós, que los miles y miles de víctimas en vida, que todavía soportan la inacción, el abandono, la afrenta de los políticos indignos y vergonzantes que nos gobiernan.
Porque ignominioso es que más de un mes después de los acontecimientos, aún haya gente pidiendo ayuda, ayuda de la de pico y pala, de la de manos y riñones, de la que se paga con abrazos y un bocadillo, mientras hay quién se dedica a hablar de las ayudas, también necesarias, económicas y fiscales, que ahora, aún, y en este tiempo transcurrido, no tocaban, no eran las más urgentes, que han pretendido vincularse, en un acto bochornoso, a la aprobación de los presupuestos del Estado. Y que parecen ofrecerse más como una dádiva, como una limosna, que como una compensación justa a los damnificados. Más como un favor personal, del figurón de turno, que como un socorro institucional y justo.
Porque ignominioso resulta que, transcurrido más de un mes desde lo sucedido, no se haya producido ni una sola dimisión reparadora entre todos los responsables políticos, autonómicos y nacionales, ni entre los responsables de entidades implicadas en el control, prevención y análisis, de los datos para evitar la catástrofe, ni entre ningún estamento de los que directa, o indirectamente, tienen responsabilidad en los errores de gestión cometidos.
Ignominiosa la intervención del Sr. Mazón, al no ir acompañada de la dimisión inmediata, ya que dada su responsabilidad política, independientemente de que su actuación dependiera de datos ajenos, que es algo a dirimir en otros ámbitos, porque con los muertos delante, pedir perdón no es suficiente, salvo que se haga con un mutis instantáneo.
Ignominioso el Presidente del gobierno, fatuo, mentiroso, cobarde y populista, como máximo responsable de cualquier cosa que suceda en el país, y que, coartadas aparte, tiene los resortes y recursos suficientes para tomar el control y actuar en consecuencia, pero prefirió instalarse en la dejación de funciones y delegar la responsabilidad, no sé, aunque lo parece, si con interés político en contemplar el fracaso de un rival, y abandonar a su suerte a la población durante la catástrofe, y hasta hoy en día. Su huida, abandonando a sus compañeros de paseo, y buscando luego a los que, ya suficientemente castigados por lo vivido, lo persiguieron, para escarmentarlos, es cobarde, e ignominioso. Por supuesto, nadie podía esperar que dimitiese, verbo que ha sido arrancado de todos los textos que pueda tener a su alcance, pero era de esperar, de un presidente de gobierno de un país que se considera importante, un mínimo de dignidad y decoro. Valga como botón de muestra, su empecinamiento en una votación que solo era importante para él, en plena vorágine de imágenes dantescas y muertos.
Ignominioso el alineamiento de los partidos políticos con aquellos que fracasaron mortalmente en sus labores, teniendo sus siglas como único aval para ocupar el lugar que ocupan.
Ignominiosos los ministros, y consejeros, de todos aquellos ministerios, y consejerías, que deberían de haber intervenido y paliado, en parte, ojalá en todo, el sufrimiento que los valencianos, principalmente, pero también los manchegos, soportaron, y soportan, por la inacción de las instituciones.
Ignominioso el triunfalismo indecoroso del congreso del PSOE, mientras las víctimas siguen demandando una ayuda que podría, perfectamente, articularse, pero que está retenida en los cuarteles, en las comisarías, en los parques móviles y en tantos lugares en los que los miembros de los cuerpos militares y servicios civiles, desesperan de recibir una orden, un permiso, para ayudar. Por no hablar de las ayudas de tantos y tantos países -me hablaban el otro día de Portugal, de Marruecos, de países sudamericanos-, que han sido olímpicamente rechazadas por el ministro irresponsable.
Ignominiosas, torpes, vergonzosas, sin perdón posible, las palabras que una senadora del PP pronunció en su intervención en el senado, igualando las pérdidas de las víctimas, con la pérdida que suponía el cese de consejeros, y altos cargos, corresponsables en lo sucedido. Un dislate difícil de asumir, de digerir, de entender.
Y lo triste, es que ladramos, luego siguen cabalgando, amigo Sancho, y dándose palmaditas en la espalda, y glosándose, en medio del barro de las calles, de la vida de los muertos, de la miseria de los que aún viven, mientras intentan que compremos su falta de moral, de humanidad, de representatividad, de empatía.
Y, lo más triste aún, es que las víctimas, ya abandonadas, ya casi olvidadas, lo seguirán siendo durante mucho tiempo, algunos, los que han perdido a personas cercanas, lo serán por el resto de sus vidas.
Sí, esto es la crónica, indiferente a los que deberían estar sumidos en la vergüenza, y de los que los disculpan y apoyan, tan culpables como ellos, de una ignominia.