CARTAS SIN FRANQUEO (CLX)- NO ES TIEMPO DE PALABRAS

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Es complicado ofrecer palabras que nieguen la utilidad de las palabras en según qué ocasiones, pero ese es exactamente el ánimo con el que me pongo a la tarea de escribir estas. En esta ocasión las palabras no son consuelo, no son el juguete con el que eludir responsabilidades, no son suficientes para describir las situaciones. Hoy, ya cuarto día de la tragedia, no podemos ni siquiera, como reclamaba el poeta, invocar que nos queda la palabra.

Con el ánimo encogido, con el sentimiento lacerado por imágenes y vivencias, de las que solo puedo ser testigo, de las que solo puedo ser espectador, con la lejanía, con la asepsia, que ese papel proporciona, mis palabras “no pueden ser sin pecado un adorno”, pero tampoco pueden ser otra cosa desde el dolor de los que están a pie de sufrimiento, a pie de barro, a pie de tragedia.

No, no puedo hurtar, a pesar de que sé que no son solución, ni consuelo, ni siquiera ayuda, mis palabras de solidaridad, porque son lejanas, ni de consuelo, porque solo son deseos, ni de indignación, porque no están manchadas con el barro inmediato del sufrimiento, que, hoy por hoy, es el único marchamo de autenticidad del desastre.

Hablo del desastre climático, es evidente, qué duda cabe, pero me refiero, principalmente, al desastre organizativo de los políticos, más preocupados de cómo sacar rédito emocional contra sus contrincantes, que de cómo utilizar los recursos para la función a la que se supone que deben de estar dedicados, servir a los que lo necesitan; hablo del desastre moral de aquellos que se dedican a la rapiña y el latrocinio aprovechando el dolor y el desamparo de los que, permítaseme expresarlo, no son más semejantes suyos que en la semejanza de la figura humanoide que presentan; del desastre ético de los que se aprovechan del dolor ajeno, para camuflarse como voluntarios y alimentar el rencor institucional de los que están indefensos ante la desolación, el abandono y el estupor ,de unos servidores públicos incapaces en todo lo que no sea servirse a sí mismos.

Todos esos buitres, carroñeros, indignos, sobrevuelan un escenario dantesco, un espacio hasta hace cuatro días vital, hoy una fosa de barro, en el que las palabras solo son palabras, ya sean de consuelo, ya sean de solidaridad, ya sean, espantosamente malsonantes, de banalidad política destinada a complacer a los que siempre las aplauden.

No, efectivamente, no es tiempo de palabras, no es tiempo de deseos, no es tiempo de consuelos, ni de solidaridades, es tiempo de recursos, es tiempo de eficacias, es tiempo de no hacer más daño, con muestras vacías de cercanía, es tiempo de actos y trabajo. Luego, más tarde, cuando el dolor de unos se vaya mitigando, cuando las indignaciones y las solidaridades ya no ocupen espacio en las noticias, llegará el tiempo de comprobar que no existen responsables, de que todos han hecho lo correcto, y de que los muertos han sido un tributo inevitable a los hados del clima, a la mala suerte de estar en el sitio inconveniente, aunque fuera su casa, y a la mala gestión de los otros, de esos otros que siempre están para justificar la incapacidad de los unos.

No, es verdad, no es tiempo de palabras, pero, aún reconociéndolo, no tengo otra cosa que ofrecerles, no tengo otra forma de ofrecerme, de hacer llegar mi indignación, mi rabia, mi frustración, mi asco, por lo sucedido, y por lo que está sucediendo. Mi dolor por los muertos, seguramente, muchos de ellos evitables, mi incapacidad para lograr ser más útil, mi rencor a los que se permiten intentar sacar provecho, económico, político, emocional, de una situación donde la transparencia de las intenciones debería de ser un valor incuestionable.

Hoy, las imágenes de un presidente a la carrera, de un servidor público huyendo del público, me parecen cobardes, lamentables, el retrato de un personaje acostumbrado a usar las palabras para que digan lo que necesita, y no lo que se necesita. El haber aguantado, como hizo el resto de la comitiva institucional, no hace a los otros más eficaces, más válidos, pero sí más dignos, más capaces de enfrentarse a una realidad adversa. Creo que cada uno se retrata en las situaciones difíciles, y el paseo de hoy lo ha sido, muy difícil, muy doloroso, muy inútil, pero, seguramente, muy necesario.

Es difícil ensalzar a Mazón, inmerso en una gestión cuya ineficacia, de momento, alcanza el grado 211 en la escala de mortalidad, porque simplemente haya aguantado el clamor popular, la presión popular, el miedo inevitable a enfrentarse a una gente indignada, cuya indignación se retroalimentaba de sus propios gritos, y, según las imágenes, parecía también ser alimentada por elementos ajenos. Es inevitable indultar a los reyes, cuya labor institucional han cubierto con una actitud profesional, y cercana. Es difícil exculpar una huida indigna, temerosa, abandonando al resto de la comitiva, de un Sánchez acostumbrado a las balandronadas parlamentarias, a arrogarse la representación de un pueblo del que ha huido perseguido por sus miembros.

No, no es tiempo de palabras. NI siquiera de estas, aún calientes, aún rebosando emociones y sentimientos, aún envueltas en el fango del desastre, pero son lo único que tengo.

Al menos, las mías, estas, no tienen el regusto indigno de la justificación, no tienen el resabor putrefacto del rédito político, no tienen la ponzoña medida del descrédito ajeno. Solo son palabras, expresión de sentimientos que me nacen dentro, buenas voluntades que, sin poder curar, intentan no hacer daño.

Amunt valencianos, adelante españoles, incluso los lorquinos que siguen esperando indemnizaciones, incluso los palmeños que siguen esperando casas y ayudas, incluso los damnificados por incendios y catástrofes que, años más tarde, siguen enfrentándose a una burocracia, a una gestión, a una casta política, a las que las necesidades reales de la gente les pillan lejanas, en realidad les importan un pito, preocupadas como están en la detentación del poder, y la pérfida implantación de las ideologías.

Y sobre todo, no lo recordaremos, falta tanto tiempo, llegará el tiempo de las elecciones, y votareis a alguno de los que hoy ha estado en el paseo, y olvidareis votar al único que puede representaros, el voto en blanco. Y después, aunque no sea ya tiempo de palabras, nos quejaremos.

1 COMENTARIO

  1. Desde luego que no es tiempo de palabras, porque las imágenes hablan por sí solas, en los medios independientes. Es tiempo de acción, pero sólo las personas, de forma individual, están haciendo lo que pueden y más.

    Por desgracia las instituciones no están haciendo lo que deben.

    Es más que horrible, es la injusticia criminal más grande que yo he conocido.

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