Pues sí, esto se está poniendo difícil, cada día más. Desde hace algo más de un año, en que me tomaron una decisión, todo el mundo a mi alrededor parece sentirse capacitado para decirme, quién soy, qué soy, cuanto soy, y hasta para decirme, quién debería de ser, qué debería de ser, y cuanto debería de ser, en un ridículo ejercicio de pretender conocer de mí más que nadie, incluso que yo mismo. Válgame dios que tortura; y que prepotencia.
Es siempre sano y saludable, incluso conveniente, que aquellos que te conocen te enfrenten a aquellas cuestiones de ti que, conocidas, o no, puedan necesitar de un mayor trabajo, de un mayor esfuerzo de perfeccionamiento, siempre de una forma fraternal y constructiva, siempre intentando aportar una intención evolutiva del problema, siempre como aportación, y jamás, jamás, jamás de los jamases como calificación, descalificación, insulto, intento de presión, amenaza, o intento de cualificación.
Abstenerse predicadores, abstenerse apóstoles y seres perfectos. Abstenerse consejeros y gentes de buena fe universal. Abstenerse iluminados.
Hay una ley universal, tan universal, que todo el mundo la ignora: el que se dedica a decirle a los demás como son, pierde un tiempo precioso para conocerse a sí mismo. Y este conocerse a sí mismo, sí que es el primer mandato de la inteligencia.
Pero lo peor es cuando te critican utilizando fuentes externas, un conocimiento intermitente e incompleto de tus valores y tus decisiones, y pretender, en un “yoyeo” intolerable, aplicarte su regla para sentenciarte, porque en estos casos no hay juicio, ni siquiera la formalidad de la defensa, eres sentenciado desde el mismo momento en que han decidido juzgarte, y, por supuesto, no podía ser de otra forma, considerado reo y culpable de cargos que solo ellos tienen a bien conocer, también por supuesto, mejor que tú, que los vives o los has vivido. Creo que se llama soberbia.
En el mundo de los valores, que se supone que todos pretendemos vivir, la frase “dime de qué presumes, y te diré de qué careces” es una burda, grosera, percepción de una actitud que, a nada que se piense es incuestionable: dime de qué acusas a otro y te diré en qué puedes mejorar.
Se puede poner a alguien ante sus hechos consumados y sugerirle que los revise. Se puede poner a otro ante sus palabras, y preguntarle si se reafirma, y esperar una explicación. Se pueden poner ante terceros hechos y palabras vertidos por unos contra otros, y solicitar que se juzguen. Siempre independientemente, siempre asumiendo que el error puede estar en nosotros. Pero nunca se puede acusar a otro por el simple hecho de no actuar conforme a nuestros criterios, a nuestros deseos, a nuestras limitadas percepciones, que si se basan, además, en percepciones de terceros, pueden ser intencionadamente deformadas.
A mí, supongo que casi a cualquiera, me resulta intolerable que me presionen, que me amenacen, que me rebatan lo que digo sin otro argumento que un conocimiento ajeno a mí de hechos y circunstancias que solo yo he vivido, que me insulten, que me etiqueten, que me descalifiquen, sin otro argumento o razón que un “yoyeo” intolerable, intolerante, destructivo, por parte de quién lo hace, y en esos casos mi respuesta es compulsiva, irracional y absoluta, hago justo lo contrario.
No, no me siento especialmente orgulloso de ello, la verdad, porque habitualmente lo contrario a cualquier tema no es lo que yo pienso, lo que quiero hacer, o la norma de conducta que espero de mí, y ese camino cansino, innecesario, doloroso, de sacar los pies del barro del bosque, para volver al camino elegido, lleva un tiempo que hubiera podido emplear en labores más constructivas.
Tal vez alguien piense que, siguiendo mi mismo razonamiento, mi misma escala de valores, debería de hacer un intento de diálogo, pero la experiencia me dice que ante una actitud irracional, sea de tipo frentista, o fanático, cualquier intento de diálogo se acaba convirtiendo en una discusión, en un intercambio de agravios que seguramente dañará más tu propia autoestima, inmersa en un proceso creciente de irracionalidad, para el que no estoy ni dispuesto, ni preparado. Yo no discuto.
Recuerdo que hace algunos años, ante unas elecciones, empecé a recibir mensajes de odio hacia los candidatos, de personas a las que apreciaba, y que esperaba que me apreciaran. Ante esa situación escribí un ruego, publicado en mi blog, que se llamaba: “A Mí, No”, y que lo único que decía era que rogaba a todos que no me enviaran mensajes de ese tipo, que me perturbaban, y con los que nunca iba a estar de acuerdo. No personalicé, no hablé de bandos, siglas o partidos, no señalé a nadie en concreto, ni a nada en concreto, pero casi de inmediato, sin tiempo para analizar mis palabras, hubo personas, de ambos bandos, que me consideraron indigno de su aprecio, e, incluso, hubo una persona que me llamó para ponerme verde, porque se consideró, unilateralmente, directamente señalado por mis palabras.
Muchas, demasiadas de aquellas personas, hoy son pasado. Nunca tuve la oportunidad, ni me la dieron, ni la busqué, de explicarles que si se sentían aludidos era porque seguramente lo habían hecho. Tampoco lo hubieran admitido, o habrían considerado, como es habitual, que lo que ellos hacían estaba justificado, y no como lo de los otros. Todo lo que argumente en esta cuestión ya es sobradamente conocido por los lectores. Sobradamente conocido, que no aceptado. Yo, no discuto.
También en este artículo, como en el anterior, como en cualquiera escrito en el que aporte mi opinión sobre actitudes y comportamientos, sobre ideas o ideologías, intentando racionalizar situaciones que considero contrarias a los valores, habrá quién se arrogue el protagonismo. Ojalá lo que digo tuviera protagonista, desgraciadamente, hoy por hoy, y en mi entorno, tengo toda una colección de protagonistas, toda una cantidad de gente que se permite opinar sobre mí, sobre mis actos, sobre mis decisiones, basándose en indicios, en cuitas personales, y en insidias creadas en mi contra que no se ajustan a ninguna realidad demostrable, ni indemostrable. Pero la realidad es que mi caso no es más que uno más en una sociedad cada vez más perdida, cada vez más inclinada al rencor y al frentismo, cada vez más ávida de odios y afrentas que de los valores que se invocan con la voz, y se revocan con los actos: el respeto, la fraternidad.
Suelo decir que solo hay que dar tiempo a que la verdad, la cuota de verdad a la que los humanos tenemos acceso, se cuente a sí misma, pero tampoco eso es totalmente cierto. Los sentimientos negativos son tan profundos, tan celosamente defendidos, que cuando la verdad se revela, no es aceptada, porque eso significaría reconocer un fracaso personal de tales dimensiones que es inaceptable para los que han trabajado al margen de la prudencia, de la tolerancia y de la verdad, de la exigua verdad con la que podemos manejarnos.
Parece que el autor está juzgando a los demás, al mundo que le rodea, con lo cual estaría incurriendo en lo que crítica, lo cual es una falacia. No?
Efectivamente, estimado lector, eso es lo que hago y lo que pretendo denunciar, que nunca se puede criticar a los demás basándose en la regla propia. En realidad criticar algo externo a ti mismo es una falacia, siempre, lo haga yo, lo hagas tú, o lo haga quién lo haga. Yo puedo estar disconforme con algo que hace otro, pero no puedo juzgarlo según mi escala de valores, porque entonces estoy faltando a la justicia, a la fraternidad, y, posiblemente, a la verdad. Pero criticar es una de las más habituales actitudes del ser humano, incluso la mía, que no me estoy borrando. pero reflexiono sobre la perversidad de la actitud, porque desde mi imperfección identifico el problema, y pretendo luchar pos superarlo. Con desigual resultado, es verdad, pero lo intento.
Si es así no estaría de más utilizar la primera pesona del plural en vez de la segunda del singular. Sólo es una sugerencia, porque tal y como se escribe al final es como se entiende.
Mi elección no es inocente, si utilizo la primera del plural haré una denuncia plana, sin fuerza, retórica, si utilizo la segunda del singular estoy provocando la falacia que denuncio, y algún lector avispado, la detecta. Ya ha cumplido su función.
Esta última respuesta a mi anterior comentario, hace que me reitere aún más en mi comentario inicial. Saludos y ehorabuena por este magazine