Pues sí, aunque hablemos de cosas de letras, necesitamos recurrir a las matemáticas para poder enunciar una verdad de esas que son incuestionables. Llamémosle, para darle un carácter formal y sesudo, Principio Incontrovertible de las Historias (PIH), aunque si alguien quiere ponerle mí nombre, yo, humildemente, con toda la falsa humildad que sea capaz de fingir, aceptaré esa denominación.
El enunciado es sencillo, básico, casi todos lo habrán pensado en algún momento, pero nadie lo había planteado como un Principio incuestionable. Y vendría a decir: Toda historia tiene tantas versiones como protagonistas, más una. De cara a conseguir una notación que respalde científicamente el planteamiento del PIH convengamos que v representa el número de versiones de una historia, y n será el número de participantes en ella, y hablamos de participantes directos, porque si añadimos los indirectos, los que la recuentan, los que la versionan, v tiende sin remedio a infinito.
Siendo así que: v = n + 1
¿Por qué ese uno? Porque, por más que nadie sea capaz de contarla, al menos ninguno de los participantes, existe la historia que sucedió realmente, independientemente de las interpretaciones, retoques y adornos que los que la cuentan le añadan. Es más, y ya lanzados al terreno del formalismo científico, si consideramos que V es la verdadera historia, podremos convenir en que: v = n + V, teniendo siempre por cierto que el valor de V es 1, lo que nos llevaría, lo que nos lleva, a convenir que la verdad (V), es única (valor 1), axioma que, como todos ellos, no necesita demostración.
Tal vez, hasta aquí, resulte un poco farragoso, sobre todo para los legos en ciencias y matemáticas, pero imprescindible para entender por qué llevamos miles de años contando la misma historia de diferentes maneras, y sin que nadie llegue a atinar con la verdadera.`
Pero si nos apartamos de la grandilocuencia de las ciencias, del ámbito engañoso de la historia, de la demoledora inmensidad de los habitantes del mundo que han contado, cuentan y contarán, una historia de la que están convencidos, o tal vez no tanto, y nos circunscribimos a la realidad inmediata del círculo familiar, el de los amigos, o el laboral, los más habituales, veremos que el PIH sigue mostrando la misma eficacia enumeradora.
Hubo un tiempo, hace ya tiempo, mucho tiempo, en el que yo viajaba en metro cuatro veces al día, dos para ir al colegio, dos para volver del colegio, aunque estas últimas a veces eran una, para ahorrarme el billete y tener materia prima con la que jugar en los billares. Pero, a lo que íbamos, viajaba asiduamente en el metro, medio de transporte colectivo donde cada uno mira para donde puede, sin perder ni ripio de lo que dicen los de alrededor, y el que diga que no, miente.
Pues el caso es que oyendo historias de estructura intercambio de opiniones, con apabullamiento del oponente, siempre ausente, por supuesto, yo llegué a la cándida convicción, precursora del PIH, de que en el metro siempre viajaban los que tenían la razón. Tal cual. Y tardé algunos años, bastantes estudios, y un porrón de experiencia, en comprender que no, que no era que en el metro siempre viajaran los detentadores de la razón, lo que sucedía era que, fuera en el metro, en el autobús, o en cualquier otro ámbito imaginable, solo se contaban las historias, en realidad las versiones de las historias, en las que el narrador acababa teniendo la razón. Lo que es muy distinto.
Unas veces el narrador omite la parte de la historia que no le favorece, otras incluye lo que le habría gustado decir, y no dijo, casi siempre idiotiza, o sataniza, al oponente, y casi siempre lo remata como nunca sucedió.
Hay narradores profesionales, los que escriben, los que hacen guiones, o los que utilizan medios de comunicación para contar su historia. Otros simplemente divulgan su versión entre los cercanos, que ávidos de supuesto conocimiento, compran cualquier opción que favorezca a su favorito. Pocos escuchan con tención a todas las partes implicadas (la mayoría de las veces dos, Y nadie, nadie, absolutamente nadie, se preocupa de acercarse a la Verdad. Salvo los jueces, y tampoco siempre.
Sí, señores, nunca reconoceremos que cuando contamos una historia la modificamos a nuestra conveniencia. Nunca reconoceremos que otro puede tener más razón que nosotros. Nunca, jamás de los jamases, llegaremos a sospechar que puede haber una verdad que desmienta nuestra versión. Pero, a partir de hoy, cuando ignoremos esa elemental cuestión, la Verdad, el fantasma del PIH rondará nuestra conciencia.
Sí, hay novelas, relatos, poemas, cuentos, historias, e historietas, y todas ellas son letras, muchas letras, para tapar nuestro error, nuestra incapacidad de empatía, nuestra soberbia, nuestra necesidad de humillar a quién se nos ha opuesto, una verdad a medias, una verdad sin demasiado valor.
Es muy original ese principio incontrovertible de las historias, llevado a la formulación matemática.
En cuanto a la verdad de las cosas; esa que se presume absoluta: “Que sabemos allá”, decía mi abuela…
He disfrutado leyendo este artículo.