¿Qué es la realidad? ¿Cuál es la más real de las realidades? Me preguntabas, y, como tantas veces, la respuesta surge cuando esas preguntas ya pertenecen a la irrealidad de un pasado que, no por cercano, resulta más asequible.
Tal vez lo más urgente sería ponerse de acuerdo en qué es la realidad, pero incluso algo tan básico, tan elemental, a la hora de ponerse a reflexionar sobre ello, queda superado por una cuestión previa, por una reflexión anterior que puede invalidar cualquier disquisición posterior.
¿Existe la realidad? Y sí existe, ¿es accesible para los individuos? Claro que, ¿cómo cuestionar algo que una vez puesto en duda, afecta a la credibilidad de la existencia misma? Así, que partamos de una aseveración que no pasa de ser un axioma, y pone en cuestión cualquier conclusión posterior: la realidad existe.
Puestos en esta tesitura podríamos convenir que la realidad es todo aquello que podemos percibir sensorial, o empíricamente. Pero esta es una realidad bastante corta, bastante restrictiva para quién considera que hay elementos de la realidad que no son constatables, pero se tienen por ciertos mediante herramientas tan dispersas y diferentes, como la fe, la intuición, o la interacción, que aunque, esta última, puede ser considerada dentro del empirismo, no lo es exactamente. Porque, si solo podemos aceptar como realidad lo que nuestros sentidos perciben, o lo que se puede demostrar, de alguna forma estamos negando que pueda ser real cualquier descubrimiento futuro, estaremos poniendo en cuestión la existencia de una lejana estrella que no podemos ver, ni siquiera con los más modernos medios, o podríamos negar que exista nada cuando cerramos los ojos.
Creamos o no creamos en dios, creamos o no creamos en el interior de los agujeros negros, creamos o no creamos en la eternidad, lo infinito, o los multiversos, la realidad también se alimenta de su acepatación, o de su rechazo, de la postura del individuo sobre cuestiones discutidas, discutibles, porque su negación también configura la realidad, la efímera realidad, que parece envolvernos.
Pero, si esto es la realidad, ¿son la misma cosa la realidad y el presente? ¿No son acaso los dos lo mismo en diferentes planos? La realidad es la percepción del tiempo, del transcurso, el presente es la percepción instantánea del entorno. El presente es la imagen de ese poste que pasa sin que podamos percibir sus detalles cuando nos desplazamos a gran velocidad, la realidad es el poste, los detalles de ese poste que no podemos percibir, porque ya estamos viendo otro poste.
En definitiva, puede que la realidad exista, en tanto en cuanto nosotros existimos, pero es tan efímera, tan voluble, tan inaprensible, que podemos convenir en que, que exista, o que no exista, no va a variar nuestra percepción del entorno o de lo que sucede, porque la realidad, como el tiempo, solo podemos percibirla, defenderla, o negarla, cuando ya es pasado.
No sé, no me alcanza la vida, para saber si la realidad es algo más que una fabulación del intelecto para dotarse de un entorno físico e intelectual. No sé, no me alcanza mi conocimiento, para saber si la realidad es una percepción individual, o una fabulación colectiva. No sé, no me alcanza la imaginación, para saber si la realidad es la existencia, o la realidad es solo un sueño, una quimera, un escenario en un teatro de una vida irreal. No lo sé, pero sí tengo una cosa clara, si existe, premisa con la que iniciamos esta reflexión, el tejido de la realidad, la sustancia con la que se elabora, sus compuestos básicos, son tan cuestionables como la realidad misma: el tiempo y la memoria. Pero eso ya es otro artículo.
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