Te quejabas, el otro día, de las muchas consecuencias, casi todas negativas, que el uso de la tecnología está teniendo en las relaciones humanas, del trastoque de habilidades y valores que está suponiendo para el hombre de la calle, para su día a día, y, sin quitarte algo de razón, discrepo profundamente.
Asistí, el pasado lunes, a una conferencia en el Ateneo sobre el sueño del humanismo, de la que me dio noticias Ana Maestro, impartida por el Doctor Ángel Valastro -siempre me ha llamado la atención esa simbiosis entre el humanismo y los nacidos en Italia-. La brillantez de la exposición, y su forma de exponer, más centrada en apuntar los conceptos y sus posibles consecuencias, que en abrumar con conclusiones no necesariamente compartidas, me hizo, como me sucede con mis conversaciones contigo, o con personas realmente interesantes, que me planteara mis propias reflexiones sobre el tema, no por legas, sobre todo en cuanto al humanismo, menos dignas de ser expuestas.
Se mencionó una frase de Ernesto Sábato, creo que de “La Resistencia”, sobre la utilidad de la incorporación de la tecnología en el mundo de la empresa, de los negocios, planteada de tal forma que suponía una suerte de disyuntiva, de enfrentamiento, entre el humanismo y la tecnología. Mostré entonces mi desacuerdo, como te mostré a ti mi desacuerdo sobre el tema el otro día, y quiero explicarme.
Es habitual, lo oigo casi todos los días, en muchas personas, quejarse del empobrecimiento intelectual que el abuso de internet, de los móviles, está produciendo en el uso cotidiano de las capacidades mentales, la memoria, principalmente. Era habitual que las personas memorizaran números de teléfono, poemas, nombres de obras y autores, como demostración palmaria de una capacidad intelectual superior, relegando a los que tenemos memorias más débiles, o con unas formas de actuar diferentes, a un grado inferior del pensamiento. Los sistemas educativos que, en muchas épocas, para muchos educandos, se basaba en una suerte de memorización inclemente de fórmulas, hechos y nombres que se guardaban en sistemas mnemotécnicos, que no garantizaban la utilidad de su acopio, seguía este criterio.
Esta adoración a la memoria, elemento imprescindible de la inteligencia, ya que si no conseguimos retener lo aprendido, difícilmente podremos evolucionar, nos lleva a escenarios tan absurdos como crear verdaderas enciclopedias parlantes, rebosantes de datos, incapaces de extraer ni una sola comprensión de todos ellos. Imagínate a un médico que aprueba brillantemente su carrera gracias a una memoria portentosa, pero ni tiene vocación, ni capacidad de investigación, ni empatía con el paciente; para mí, sería un fracaso como médico, y jamás pondría mi salud en sus manos. Hay otras formas constructivas de usar la memoria, que la tecnología potencia; por ejemplo la memoria como índice, la memoria que no pretende recordar una integridad, al estilo de los hombres libro de “Farenheit 451”, si no recordar la existencia de esos libros, de su trama, algún concepto brillante, que en un momento determinado provocará la búsqueda de la obra y su utilización. La memoria índice, no tiene por qué ser menos brillante, o menos creativa, o menos útil que la memoria integral, cuando existe la posibilidad de transportar casi todo el conocimiento humano en un artilugio de mano. Lo que sí exige esta memoria, como cualquier otra, o cualquier posibilidad de conocimiento, es un interés previo que alimente el índice de búsqueda, ya que, dada la inabarcable cantidad de datos que existe, muchos de ellos falsos, si no se tiene una referencia previa, si no se ha adquirido un conocimiento previo de la materia y del hito, difícilmente se podrá acceder a esa información, a la versión verdadera de esa información.
Pongamos un ejemplo: es difícil que encuentre una frase interesante de Dante, o de Platón, o de cualquier pensador o literato, si previamente no sé que quienes son y cuál ha sido su trayectoria, al menos es improbable que la encuentre intencionadamente.
No, la tecnología no suplanta los valores principales del humanismo, el estudio humano del ser humano, la búsqueda de la perfección, sea la estética, la ética, o la social, y el hallazgo y valoración de la belleza como hito máximo en nuestra búsqueda de esa perfección inalcanzable. La tecnología ni se plantea esos valores, aunque en su búsqueda, y aquí está la principal diferencia, de la perfecta imitación de su creador, pueda encontrarse con una belleza que no podría explicar porque carece de los parámetros necesarios para evaluarla, los sentimientos, y depende de la apreciación de otros para poder contrastar su obra, su hallazgo, como carece de la iniciativa creadora que ponga en marcha la búsqueda sin una orden externa, sea implícita o explícita. La máquina, sea en el grado que sea, carece de la posibilidad, hoy por hoy, en un futuro cercano, e incluso medio, es mi convencimiento, de la capacidad principal de la inteligencia natural: hacerse preguntas.
Hay dos caminos imprescindibles que debemos de seguir en este desafío que se ha planteado hace apenas tres décadas: la convivencia con una tecnología capaz de imitarnos, de generar una aparente superioridad, y que creemos que querrá suplantarnos, y son dos caminos que las nuevas generaciones recorrerán de forma natural, pero que en parte depende de nosotros, educados en un mundo sin esa convivencia, que el camino elegido sea correcto, o, al menos, que, si el camino es erróneo, haya suficientes testimonios creíbles, constructivos, para enmendarlo.
Un camino, bastante avanzado, bastante conocido, es la búsqueda de un “humanismo tecnológico”; la búsqueda de esa utilización de la tecnología que nos permite acceder a museos, bibliotecas, espectáculos, conocimientos de todo tipo sin movernos de casa; la utilización que nos permite compartir nuestros pensamientos sin necesidad de filtros de capacidad, o contenido, y ponerlos en forma de creación, o en forma de idea, al alcance de nuestros semejantes. Como toda potencia, como todo camino, y en la inevitable dualidad humana, existe el reverso, el uso inclemente, lesivo de esas herramientas (basta con asomarse a las redes sociales), pero, incluso en este supuesto, la perversión está en el hombre, no en la tecnología, en el uso que el hombre, incluso el hombre de a pie, no seamos fariseos, hace de una herramienta que resulta inocente de su utilización.
La otra vía, recién iniciada, pero seguramente más importante para el hombre, y cuyo uso puede ser más peligroso para su libertad, es el camino de la “tecnología humanística”, el recurso de suplantar al hombre en aquellas tareas más lesivas, más impropias, más abrumadoras. La IA, tan de moda en este momento, que tanto nos asombra, es apenas un primer paso, un umbral, en ese posible discurrir. Pero si algo debemos de tener en cuenta, si algo debe de estar claro, con una claridad meridiana, es que, aunque sea ciertamente artificial, no es inteligencia: no hay emoción, no hay sentimiento y no hay autoconsciencia, y lo único que hay detrás son: una capacidad ilimitada de acceso a datos y una portentosa velocidad, inaccesible para nosotros, para procesar esa información. El resto, el resto mecánico, el resto lógico, solo es una reproducción empobrecida de nuestras propias capacidades.
Pero, al mismo tiempo que una increíble expectativa de futuro, al margen de que sea una oportunidad insospechada para que el hombre se deshaga de las maldiciones bíblicas, al margen de que el hombre encuentre en ella una ampliación de sus potencialidades y la posibilidad de legar sus obligaciones más frustrantes, al margen de lograr esa fuerza ajena que ha buscado a lo largo de la historia con el sometimiento y esclavitud de otros semejantes, al margen de la posibilidad que le brinda de acceder a una civilización del ocio, donde no haya más obligación que el propio afán, la propia superación, el uso incorrecto, parcial, interesado, propietario, de esa tecnología nos puede conducir a la realización de las distopías más aberrantes, a una condena casi definitiva de la libertad individual, del pensamiento, y, por tanto, a la muerte del humanismo y de su sueño.
Yo soñé, allá por los años sesenta, setenta, con ser Susan Calvin, aquél personaje del “Yo Robot” de Isaac Asimov que analizaba, desde la lógica, desde la robopsicología, los comportamientos inadecuados de los robots más avanzados, los de cerebros positrónicos, que hoy serían cuánticos. Lógica, pensamiento, interés, esfuerzo humano para comprenderse a sí mismo. No pude. Las posibilidades de la España de aquel tiempo no daba ni para estudiar informática, pero acabé estudiando programación y disfrutando de la labor de enseñar a una mente en blanco como llegar a la resolución de ciertos problemas. Me convertí en un formador de máquinas, aunque fuera en labores tan básicas, tan poco humanistas, como la gestión de empresas. Una labor que, aunque fuera de forma tangencial, buscaba un humanismo tecnológico que incidiera en la formación, porque el estudio de las máquinas, de su comportamiento y evolución, puede enseñar al hombre a conocerse a sí mismo, a comprender su evolución, a entenderse, y a liberarse.
Dice la Biblia, sobre los hombres, que llegaran a ser como dioses, y solo en la capacidad de crear otros seres puede intuirse un acercamiento a esa profecía. El día que los hombres sean capaces de dotar de consciencia a sus creaciones, ya no serán como dioses, serán dioses, y el humanismo dejará de ser un sueño, solo será un recuerdo del pasado, el estudio de unos seres superados.
Pero, con los pies en la tierra, patria de todos, hoy por hoy, el humanismo es el arma que nos separa de la esclavitud, y la tecnología es la más esperanzadora herramienta para que el arma sea efectiva.
Quizá los dioses sean aquellos seres capaces de generar con(s)ciencia en aquellos otros seres cuyas respectivas capacidades son potenciales al inicio de su desarrollo. Quizá los dioses sean aquellos seres que desde la sabiduría y la paciencia guíen a aquellos otros seres a la hora de crecer y experimentar la vida misma. Quizá los dioses lleven entre nosotros desde hace milenios, solo que quizá jamás los hayamos reconocido, ni venerado, como tales.
Sí, desde luego, la IA, algún día dirá : “Dudo luego existo”; eso nos convertirá en semidioses.
Después dirá: ” Siento luego soy ” ; ahí ya seremos como Dios. Habremos creado un ser a imagen y semejanza…
Tal vez, y dependerá mucho de nuestra propia ética, algún día la IA, siga los mismos pasos que sus creadores, que , tal vez, están siguiendo los pasos de los suyos, que, tal vez, hayan seguido, a su vez, los pasos de los suyos, infinitamente.
Mientras utilicemos la palabra ‘artificial’ de qué inteligencia estamos hablando? Estoy en pro de la evolución, del avance científico y tecnológico pero dudo que siendo escéptica pueda existir una inteligencia divina. Todo estará a millones de veces a merced de la inteligencia humana ya que es la que fabrica la artificial. natural (universo) artificial (dirigida, inferior)
Tal vez si sustituimos el concepto dios, por aquello que no tenemos capacidad para explicar; si sustituimos divino por superior, anterior, más avanzado o generador; si dejamos de empeñarnos en tratar literalmente ciertas fuentes y las interpretamos simbólicamente, nos encontraremos con una posibilidad de entender el mansaje que nos han hecho llegar envuelto en una narrativa apropiada para una civilización que apenas empezaba a ser consciente de si misma. El Génesis, a cada paso que da la ciencia, a cada paso que la ciencia nos desvela sobre lo que nos rodea, parece más el más bonito y comprensible cuento sobre el origen del universo y su evolución, que se podía contar a unos pastores nómadas que apenas eran capaces de entender que existían.