CARTAS SIN FRANQUEO (CII)- SURCANDO EL INFINITO

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Tal vez lo más dañino que existe para el espíritu humano, es la banalización que produce lo cotidiano, esa fea tendencia a no apreciar lo que tenemos a nuestro lado. Y eso sucede con el paisaje, con las palabras, e, incluso, con los conceptos ¿acaso se aprecia lo mismo la belleza de un lugar si se llega a él, que si se habita en él? No, claramente el impacto es diferente.

Eso mismo acontece casi siempre con las frases, con esas frases que resumen ideas brillantes pero que, utilizadas en exceso, sin paladear profundamente el mensaje, acaban siendo como muletillas para mediocres, como tics útiles solo para encubrir un pensamiento plano. Y también con los conceptos, como no, con los conceptos principalmente.

Estamos rodeados de conceptos sorprendentes, de planteamientos brillantes que deberían de iluminar nuestras vidas, pero nos limitamos a constatar que los conocemos, mientras llevamos a cabo un demoledor ejercicio de desinterés.

¿Un ejemplo? El infinito. Estamos tan acostumbrados, a su concepto, a la facilidad de su uso, tanto en las matemáticas, como en los sentimientos, que no nos paramos a sumergirnos en la reflexión sobre un concepto tan espectacular que es, a la vez, inaprensible y cotidiano.

El concepto de infinito es uno de los primeros y más amplios conceptos trascendentes que maneja el hombre, uno de los primeros conceptos, junto con cierto tipo de divinidades, que el hombre incorpora para explicar lo que está fuera de su alcance, de su finitud. Tanto es así que su representación, y como consecuencia su banalización, es habitual en todas las culturas, desde las más remotas.

Es inevitable, en el momento en el que generamos una representación, que tendamos a confundir el concepto con el símbolo, que tendamos a pensar, en un ejercicio de comodidad, que el infinito es la lemniscata, o Ouroboros, o la letra omega, que a lo largo de los siglos lo han representado. El uso matemático del infinito, desde el cálculo matricial, integral, o la teoría de conjuntos, nos pone al alcance su manejo, de tal forma que acabamos pensando que el infinito es perfectamente aprehensible. “Una línea es un conjunto de infinitos puntos”, hemos estudiado, y cuando vemos una recta estamos contemplando un infinito, un infinito perfectamente finito, nos parece, en nuestra incomprensión de lo evidente, que estamos contemplando una representación finita de un infinito que ni podemos contemplar, ni podemos abarcar.

Moebius, con su cinta, o las creaciones artísticas de Escher, nos permitieron asomarnos a alguna posibilidad de la contemplación de lo infinito, que por otra parte ya nos proporcionaban el círculo o la esfera, pero seguían siendo, siguen siendo, infinitos con trampa, infinitos abarcables, finitos, solo su recorrido es infinito, pero no su dimensión.

Hasta podemos crearnos en casa, sin grandes medios, nuestro propio infinito. Si cogemos dos espejos y los enfrentamos, generamos dos infinitos, dos cadenas infinitas de reflejos del uno en el otro que se multiplican más allá de lo que nuestros sentidos nos permiten percibir. Y ese simple infinito, si realmente lo es, nos enseña dos propiedades escalofriantes: la primera, que son infinitos instantáneos, la segunda, que a pesar de producirse en superficies diferentes son un único infinito, de tal forma que, si pudiéramos sumergirnos en ellas, al estilo de Alicia, y surcar su secuencia, acabaríamos volviendo al punto de origen por la otra superficie ¿Recuerdan el planeta de los simios? ¿La nave que recorre el universo para volver al mismo punto? Claro que, en nuestro experimento casero, en esa navegación infinita, nunca podríamos percibir, suponiendo que dispusiéramos de un tiempo infinito, si en algún momento pasábamos por la imagen original, ni siquiera podríamos asegurar que la tal imagen existiera fuera de nuestra percepción.

Decía Paul Èluard que hay otros mundos pero están en este. Proclo asevera, en un comentario sobre la obra de Platón, que el hombre es un micro cosmos. Hermes, por boca de cabalistas y herméticos, sienta el principio de que “como es arriba, es abajo. Como es dentro, es fuera”. Y todos ellos hablan del infinito. Todos ellos nos pretenden explicar que el ser humano es una representación finita del infinito, como una recta, como una esfera, como las espirales, o los fractales, como lo son la cinta de Moebius o la doble hélice de nuestro ADN.

Al final, la conclusión más probable, es que, permítaseme aportar mi propia frase, contenemos todo lo que nos contiene, somos solo un punto del infinito, igual al siguiente, e idéntico al anterior.

Imaginemos, y no seríamos originales, que podemos, como en “Viaje Fantástico”, como en “Cariño, He Encogido a los Niños”, o “El Increíble Hombre Menguante”, embarcarnos en un viaje escalar, en un desplazamiento microscópico o macroscópico, no solo visual, de tamaño, de escala; si el infinito es tal como lo concibo, creceríamos hasta volver a nuestro propio tamaño, o, por el contrario, nos reduciríamos hasta alcanzar de nuevo nuestras dimensiones originales.

Efectivamente, convivimos con el infinito, vivimos un infinito cotidiano desde el punto y hora en que nosotros mismos somos el infinito, los infinitos, una finita parte de todos los infinitos, pero solo percibimos nuestra finita representación de una identidad inabarcable.

La conclusión a la que podemos llegar, a nada que apliquemos algo de lo dicho, es que hay una vía láctea en cada una de las células de nuestro cuerpo -¿infinitas vías lácteas?-, o que, si buscamos el macro camino, la vía láctea que nosotros contemplamos puede que no sea más que una partícula elemental de un universo contenido en nuestro cuerpo. A elegir. En todo caso, posiblemente ese viaje por el infinito hace una infinitud que lo emprendimos, pero es tan amplio, tan inaprensible, que no somos capaces de percibir el movimiento. Si es que el movimiento existe.

¿Me preguntas que si además somos eternos? Esa sí que es otra historia.

3 COMENTARIOS

  1. ” Contenemos todo lo que nos contiene, somos sólo un punto en el infinito…”
    Jolines, en tu frase está contenida toda nuestra sincrónica coincidencia reflexiva:
    – Principio hermético, “Como es adentro es…”
    – Fractales y espejos contrapuestos
    – Y, sobre todo, el punto adimensional que somos.

    Sorprendente coincidencia.
    A mi también me gustaría saber tu opinión con respecto a la eternidad humana.

    Magistral disertación.
    Muchas gracias.

    • Esto lo escribí ya hace unos años:

      La vida del hombre será infinita cuando pueda alcanzar a pie el centro de una galaxia, comer con dios y volver a su casa en una única jornada.
      La vida del hombre será eterna cuando dios le devuelva la visita.

  2. Me pregunto:
    – Nos engulliría el agujero del centro de esa galaxia?
    – Qué comeríamos al lado de Dios?
    – Qué le pasaría a Dios para que tuviese la necesidad de devolvernos la visita?

    Y, sí, cuando Dios vuelva se completará el círculo de la eternidad.

    Genial lo que escribiste.
    Muchas gracias.

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