Me he sentado hoy a escribirte, a escribiros, con la intención poco clara sobre cuál de la multitud de disparates públicos quería tratar, y, de repente, me he dado cuenta de que esta era una carta centenaria, la número cien de las cartas que empezaron el veinticinco de noviembre del 2020, hablando sobre un cierto miedo personal a cualquier cosa que no controlemos, ese tema en el que Escrutopo sentaba cátedra en una carta a su sobrino, y que hoy alcanzan un número de esos que, los humanos en nuestra infinita necesidad de medir y contar todo lo que nos rodea, consideramos redondos. Un hito, una efemérides, un punto significativo del camino.
Hemos recorrido, desde aquel ya lejano día en que te mandé esa primera misiva, con el sobre limpio que supone este maravilloso magazine, y sin otro franqueo que su cabecera, que llegaría a tus manos a través de ese imperceptible cartero que siempre entrega sus cartas, y que, como los entes mágicos, como los entes superiores, ni siquiera somos capaces de percibir cuando depositan nuestros mensajes en ese buzón inaprensible del que nos hemos dotado las gentes para recibir cartas, publicidad y basura, también basura, a cualquier hora del día y de la noche, aunque no estemos. Hemos recorrido, decía, cien reflexiones sobre la política, sobre el pensamiento, sobre los sentimientos y sobre nuestros afanes. Hemos hablado de lo divino, de lo humano, y de lo mundano, o cotidiano, que no sé exactamente lo que es, pero me suele parecer una infracategoría de lo humano.
Y hoy, una vez que he empezado a escribir, traicionando una vez más, como casi siempre, el tema que tenía más o menos en mente, he descubierto que mis manos, de acuerdo con el órgano intermedio de la creación, habían decidido introducirse en la senda recurrente, recursiva, recurrible, de la añoranza. Una añoranza sin voluntad de retroceso, con voluntad de doscientos, de mil, pero que inevitablemente gira levemente la cara para echar un vistazo a un pasado que ha pretendido retratar.
Que dados somos a estas cosas, las semblanzas, las añoranzas, las efemérides. Cuanto nos gusta hurgarnos la memoria, entresacar glorias y miserias en las que recrear nuestro orgullo, nuestro dolor, nuestra capacidad de considerar perdido lo que simplemente ha quedado atrás.
A decir verdad, y tal como ya he apuntado, no era esta mi intención cuando me he puesto al teclado. No tenía claro si retorcer un poco más la eternidad, el cuello de nuestros políticos, o el disparate económico que están viviendo las empresitas que el gobierno, sus leyes y recaudaciones, ignora. Lo único claro era lo de retorcer, exprimir, liberar la frustración que siento cada día al encontrarme con las novedades, en realidad noticias repetidas, refritas y recompuestas para ocupar el espacio imprescindible en los espacios reservados, que el fanatismo imperante, ese que repetidamente trato de forofismo, populismo o simple frentismo, hace llegar a mis ojos, a mis oídos, a mis manos, por cualquier medio a su alcance, y al mío, sobre todo al mío.
Pero el escritor propone y su cerebro, sus manos, su órgano intermedio de la creación, disponen, y aquí estoy, esclavo de mis propios elementos, haciendo esta reflexión, recuerdo, añoranza, de un camino compartido con los lectores durante años. Bien está. Como bien está el que por una vez no hable de mis villanos máximos de la democracia; no he mencionado a Solbes, a Gallardón, a Tezanos o a Pere Navarro, porque en un escrito de recuerdos, lo que menos apetece es recordar lo peor de cada casa, y estos los son. Sí, es verdad, Solbes ha muerto recientemente, y eso debería de llamarme a la clemencia, pero siento por él la misma clemencia que el sintió por todos los españoles en aquel debate mentiroso con el que nos metió de cabeza en lo más profundo de la crisis de 2008. Y al final, burla, burlando, no he podido evitarlo.
Bueno, querido amigo, queridos amigos, no es necesario alargarme mucho más para deciros, desde este centenariazo que yo solito me he montado, que es un verdadero placer compartir un espacio con todos vosotros, todos, y, hasta donde mi torpe visión de un futuro entrevisto me lo permita, anunciaros que espero, en breve, en cuanto mi capacidad y vuestra paciencia lo permitan, pensar, escribir y enviaros mi misiva ciento uno, y las que caigan.
Un fuerte abrazo