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o hay nada peor, al menos en este país, o tal vez tenga que decir todo lo contrario, que prohibir algo para que todo el mundo tienda a saltarse la prohibición, lo cual no deja de estar, en cierto modo, bien máxime en la piel de un ácrata como el que escribe estas líneas, entre otras cosas, porque la libertad del individuo es uno de los valores supremos que deben regir su vida.
Ahora bien, si quienes incumplen la prohibición no tiene otro fundamento que el empeño de oponerse al sentir mayoritario basado en una aparente legalidad, sólo aparente, el resultado que puede obtener es un auténtico caos, porque para ser libre y, por lo tanto, pretender el autogobierno, hay que tener, entre otras cosas la suficiente información y formación como para tender a un juicio justo y a una conducta respetable, incluso por lo que no piensan igual.
Por otra parte, resulta patético que quien demanda libertad suele ser el que menos respeta esta libertad, queriendo imponer su criterio por encima de todo y de todos, incluso utilizando armas no legítimas como son el insulto, la descalificación gratuita y la violencia, a veces física, y muchas veces verbal, como supremos jueces, pero sobre todo como verdugos de ideologías opuestas, pero no por ello válidas, siempre que se mueven en el contexto del respeto a la libertad de pensamiento que, no es otra cosa que el pensar, comunicar y difundir libremente nuestras ideas y opiniones de palabra o por escrito en cualquier medio y, sobre todo, sin atentar contra el derecho al honor y a la dignidad de la persona, así como a su propia imagen e intimidad personal.
Resulta obvio, y también legítimo, que el individuo defina su propia personalidad en la forma que estime oportuno, como una autodeterminación de los valores y principios que rigen su vida, repito, “valores y principios”, de la misma manera que la de los grupos sociales y políticos en los que se integra, como una decisión consensuada de los habitantes de un territorio o unidad territorial sobre su futuro estatuto político; pero ello dentro de un orden y con el respeto al que se ha aludido anteriormente, sino queremos desembocar en un estado de confusión y desorden; siendo por ello necesario movernos en algunas de las siguientes líneas de actuación que, aunque contradictorias, tienden al mismo fin. La primera consistente en el desenvolvimiento dentro de un orden superior ya establecido con respeto a las normas que rigen la toma de decisiones que hacen posible una convivencia pacífica; y la segunda, estableciendo un orden diferente resultado del consenso con ese otro orden con el que se pretende romper, porque si no hay acuerdo de voluntades la confrontación es inevitable y la fractura social será tan grande como sean los cimientos que se tratan de remover.
Sentadas las anteriores bases, analizando la independencia pretendida de Cataluña no deja de ser un despropósito de consecuencias que, ni los que la pretenden como los que se oponen a ella, han calibrado; originando una falla en el terreno político y social, incluso judicial, de tales proporciones que cualquiera que sean los pilares en la que una y otra posición se sustente están abocados a un colapso donde resultaría imposible la construcción de un sistema diferente, así como el mantenimiento del existente y opuesto, en tanto en cuanto también es fruto de la autodeterminación aunque esta sea histórica, fruto de guerras, conquistas, fueros y acuerdos entre territorios separados e incluso enfrentados en guerras de épocas pasadas, algunas no muy lejanas.
“la independencia pretendida de Cataluña no deja de ser un despropósito de consecuencias que, ni los que la pretenden como los que se oponen a ella, han calibrado;”
Así pues, la solución solamente puede ser una, el acuerdo de voluntades tanto por parte de los independentistas como del gobierno del que se pretenden sustraer, sin imponer por parte de unos y sin oponerse por parte de los otros, porque tanto una como la otra al estar basadas en la fuerza hacen que pierdan la razón, para dejar paso a actitudes violentas que, inevitablemente, a medida que vayan caminando van a generar más violencia, soterrando la razón a profundidades de las que cada vez va a resultas más difícil desenterrar.
Dicho de otra manera, el gobierno estatal, debería ser consciente de que el estado de las autonomías tal y como se concibió en una Constitución del 78, que hoy resulta obsoleta, está abocado al fracaso por moverse en el terreno de las medias tintas, de autogobiernos que no lo son y de competencias controladas que hacen imposible dicho autogobierno sin entrar no sólo en la confrontación entre el Estado y las Comunidades Autónomas, sino también de éstas entre si, al basarse en un nivel competencial y de financiación que a lo largo de los cuarenta años que llevamos de “pseudo democracia” hemos comprobado que no se han basado en un principio de solidaridad de reparto de los fondos de compensación territorial.
No sirve de nada judicializar lo que debe resolverse en el terreno de la política, y mucho menos pretender hacer valer un Estado de Derecho utilizando las porras y armas de las fuerzas y cuerpos de seguridad del país, deteniendo a diestro y siniestro a quienes pretenden una consulta legitima acerca de la autodeterminación, ni tampoco la fuerza de la calle y la provocación basada en adoctrinamientos políticos que, ni siquiera, aportan una información suficiente para que los ciudadanos, en este caso de Cataluña, puedan votar libremente, porque la libertad como se ha dejado claro anteriormente no consiste en hacer lo que uno quiere y menos por la fuerza y el insulto. Pero, esto es España y así somos los españoles, incluso los de Cataluña aunque no se sientan como tales, pues como dijo el hijo de un carpintero hace dos mil años: “por sus hechos los conoceréis”… y todos pagaremos las consecuencias.
Suscribo las palabras del autor. Tengo por norma no hablar de política ni de religión, pero en este caso en el que el País está inmerso en una situación peligrosa voy a permitirme opinar.
En el fondo de nosotros mismos todos y cada uno de los españoles hemos visto venir de lejos el desbordamiento de dicha situación. Está cundiendo la alarma social, lo cuál no es de extrañar, ni es para menos.
Lo que no alcanzo a entender es que si en una gran mayoría, independientemente de las ideas ideológicas que mantenga cada individuo, estamos de acuerdo en el hecho de evitar la eclosión de un desastre, de magnitud desconocida, de consecuencias imprevisibles, entonces: ¿Por qué no actuamos como un País serio, manifestándonos un día detrás de otro, los que sean necesarios, pacífica pero firmemente, exigiendo a todos los políticos un consenso y la altitud de miras ante este dislate?
Los hombres y las mujeres de bien no podemos presumir de ello, mientras no actuemos, repito, pacíficamente, para evitar que lo que está mal siga prosperando.
No somos conscientes de que la ciudadanía tiene este poder.
Recordemos que en Islandia el primer ministro Gunnlaugsson después de asegurar que no iba a dimitir, a causa de una sociedad offshore, lo hacía tan sólo 45 horas más tarde obligado por los miles de islandeses que se lo exigieron en las calles.
Nuestros antepasados lucharon, se sacrificaron por conseguir unos derechos para las generaciones venideras y a día de hoy se están cercenando. Miremos hacía atrás, aprendamos de los errores y construyamos juntos un buen futuro. Si no lo hacemos por nosotros, hagámoslo por nuestras hijas e hijos. Merecen un mundo mejor.