Aquellas fueron las nueve horas más maravillosas en la vida de Alberto, acostumbrado a la soledad de su cama vacía y a la colección cada vez más grandes de Dvds porno.
Aún en la cama, Alberto le confesó su amor a Laura y esperó la respuesta de ella, arrobado de gilipollez.
– Soy ninfómana. Mañana me estaré tirando a otro y después a otro y a otro…anda vístete y vete, que tengo que ir al trabajo. Además nunca follo más de una vez con el mismo chico.
…pero lejos de arredrarse, Alberto se propuso romper aquellas últimas palabras de Laura.
En los días siguientes, Alberto, se tiñó el pelo de rubio, tomó rayos uva aún más que Julio Iglesias, se inyectó botox en los labios y se tatuó una cobra de anteojos en el brazo derecho.
Con su nuevo aspecto, regresó al Paradise y volvió a ver a Laura.
Y de nuevo, en cinco minutos, Laura supo que aquella noche se acostaría con aquel macizo.
Así fue, como Alberto volvió a acostarse con Laura por segunda vez.
Durante meses, Alberto, cambió de aspecto tantas veces como polvos echó con Laura. Había conseguido que su adorada ninfómana tuviera una relación estable con un sólo hombre.
Pero el día en que descubrió que Laura tenía una cicatriz en el vientre, que nunca antes había visto, supo que llevaba tiempo follando con mujeres diferentes durante todo el tiempo.
En aquellas reuniones, alguien más utilizó el cambio de aspecto;
En realidad, ni siquiera sé si en la segunda ocasión, mi adorada Laura, era una rubia ninfómana con un pubis delicadamente depilado, o un «shemale» fingiendo una feminidad anal que no tenía.
Regresé al lúgubre mundo de las camas vacías, la mano y la empatía propia del porno.
Pasado el tiempo, una de aquellas Lauras, llegó a mi casa. ¿La verdadera? Quien sabe. El caso es que mi extraño amor aún perduraba.
Hicimos lo de siempre; conjugar subjuntivos.
En realidad, siempre había sido el inicio de una hermosa relación.