No recuerdo cómo supe de ella. Y no sabría decir qué me resulta más fascinante, si la obra o la vida de Baya Mahieddine. باية محي الدين.
Baya, una niña artista nacida en un pueblo de Argelia, país que tuve el privilegio de conocer y en el que mi hija ha desarrollado una etapa de su vida profesional. Fatma Haddad, una niña huérfana y pobre que pintaba mujeres poderosas en escenarios fantásticos llenos de color. Una adolescente a la que la Galería Maeght dedicó una exposición en París en 1947, que se codeaba con André Breton, Henry Matisse y Pablo Picasso. Seducida por una historia tan fascinante y desconocida, investigué; busqué y rebusqué el pequeño tesoro escondido hasta dar con un ejemplar de la revista Derrière le Miroir dedicado a aquella icónica exposición y que ahora, desde mi librería, me invita a escribir esta entrada.
Nacida en 1931 en un pueblo costero cerca de Argel, Baya fue criada fuera de su núcleo familiar. Huérfana de padre y madre, fue trasladada con 5 años a la casa de su abuela en una aldea remota de la paupérrima región de Kabylia. De vuelta a Argel, la abuela de Baya comienza a trabajar como sirvienta en casa de un magistrado argelino casado con una intelectual francesa, Marguerite Camina Benhoura, coleccionista de arte y estrechamente vinculada a la vanguardia. Baya moldeaba figuritas en barro que fascinaban a la pareja. Especialmente a Marguerite, que supo valorar su talento –una niña salvaje y descalza que hace fascinantes animalitos y extrañas figuras de mujeres en barro– y se convirtió en su maestra y mentora. Comencé a pintar porque Marguerite pintaba, contaba Baya.
La historia continúa y el matrimonio Benhoura, después de adoptar oficialmente a Baya, abre su potencial y su trabajo a los círculos artísticos franceses y magrebíes. En 1945, el marchante francés André Maeght, de viaje en Argel, descubre entusiasmado el trabajo de Baya y lo da rápidamente a conocer en el círculo de los surrealistas. En 1947 incluyen su obra en la Exposition Internationale du Surréalisme y se dedica a la artista una exposición en la Galería Maeght de París, junto a un número monográfico de su revista asociada -la que adorna hoy mi librería-. Baya tenía 16 años y apenas podía leer ni escribir; nunca había ido a la escuela. La exposición tuvo enorme éxito y atrajo la atención de la élite intelectual y artística: escritores como Albert Camus o Francois Mauriac, y artistas como Jean Dubuffet o George Braque elogiaron su obra, la adquirieron y llegaron a compartir con Baya sus estudios de trabajo.
Poco tiempo después, Baya fue invitada como artista residente al taller de cerámica de Madoura en Vallauris, donde trabajó junto a Pablo Picasso durante meses. Ambos se profesaban una admiración mutua: Pasamos una época deliciosa trabajando juntos –contaba Baya-. Nuestros estudios estaban pared con pared. Nos encantaba charlar. A veces comíamos couscous. Picasso reconocería este tiempo con Baya en Madoura como una de sus inspiraciones para Les Femmes d’Alger (1954–55).
Nadie sabe lo que sucedió para que Baya, a los 20 años, decidiera abandonar ese mundo y regresara a la turbulenta Argelia. Convertida en la segunda esposa del músico El Hadj Mahfound Mahieddine, Baya abandonó los pinceles durante un periodo de 10 años, en los que se dedicó a la crianza de sus 6 hijos y desarrolló un cierto activismo político durante la Guerra de la Independencia de Argelia. Hasta 1963, año en que retoma su actividad creativa hasta su muerte en 1998.
La pintura figurativa de Baya habla de la mujer y representa encantadoras escenas de encuentro con la naturaleza. Mujeres de grandes ojos rasgados que transpiran fortaleza y libertad, ataviadas con vestidos deslumbrantes, rodeadas de peces, flores, pájaros, árboles, vasijas o instrumentos musicales, confundiéndose con ellos. Mantiene a todo lo largo de su carrera su estilo personal sin apenas variaciones; una constancia formal que la aleja de otros pintores contemporáneos argelinos que, influenciados por un efecto de colonización artística, habían asumido la estética occidental y se inclinaban hacia la abstracción y el fauvismo.
Los estudios sobre la pintura de Baya se repiten unos a otros, con un eco de orientalismo suscitado por los artistas y la crítica de su tiempo, interesados, tras la debacle de la segunda guerra mundial y la crisis del colonialismo, en el arte y la artesanía fuera de Europa. Su arte ha sido vinculado al surrealismo y al modernismo, al primitivismo y al arte naïve como una justificación occidental del estilo personal de Baya, el llamado bayaísmo. Sólo uno, de Sana` Makhouln, considera lúcidamente su obra como una adaptación espontánea de sus propia tradición artística nativa, árabo-bereber, influida por la transculturalidad -bereber, árabe, otomano, francesa-, entre lo místico y lo pagano, lo convencional y lo transgresor, lo puritano y lo sensual. Un arte repetitivo y detallado, lleno de color, emparentado con los motivos propios de las alfombras, telas, jardines y arquitectura orientales; similar a las pinturas murales con que las mujeres adornan las casas en el norte de África.
Es un misterio la obra de Baya. Enigmática su firma, una mezcla inventada de caracteres medio-árabes, medio-latinos que no se corresponden con sistema gráfico alguno. Es un misterio su vida: ¿por qué Baya, a pesar de haber sido adoptada, nunca fue a la escuela? ¿por qué fue exotizada por los artistas de su época en lugar de ser incorporada realmente a su entorno?¿fue su vuelta a Argelia una forma de exilio?¿su matrimonio una cárcel?¿fue un espíritu libre o una víctima sucesiva de diferentes formas de patriarcado? Poco sabemos en el fondo de ella. Solo que su arte está lleno de luz y que, como escribía André Breton en 1947:
Baya est reine