ÁVILA Y EL PRINCIPIO DE PETER

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Hay ocasiones en las que, inopinadamente, uno se encuentra con una clave universal, que sin embargo ha llegado a sus manos sin pretensiones, sin recomendaciones, sin grandes recomendaciones de crítica o público. Eso me pasó a mí, teniendo veintitantos, con el principio de Peter, que, una vez conocido, he podido comprobar que su enunciado se corresponde indefectiblemente con la realidad.

Dice el tal principio, formulado por Laurence J. Peter: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia”. Es verdad que, como casi todo en este mundo, este principio parece tener un antecedente español: “Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”, que parece ser que dijo Ortega y Gasset allá por 1910, casi sesenta años antes.

Y si la incompetencia es universal, la competencia, el ámbito competencial, parece que eleva a grados insospechados esa incompetencia que alcanzan aquellos que ascienden por el tiempo transcurrido en una escala, u organización, y por méritos desconocidos, lo que es bastante habitual.

Quiero compartir con mis lectores, suponiendo que los tenga y al hilo del tema, una historia terrible de competencias e incompetencia. Una historia que intentaré trasladar tal como me fue contada por uno de los protagonistas y cuyas devastadoras consecuencias son del dominio público. La historia se refiere al reciente y catastrófico incendio sucedido en Ávila, y quién me lo contó es uno de los bomberos que intervino en la dantesca batalla contra el fuego. Así que, en seguimiento de Bertrand du Guesclin, ni quito, ni pongo veracidad, me limito a repetir.

De todas formas, sea la historia cierta, y por tal la tengo, o inexacta, tal como está contada supone una parábola sobre la competencia, la incompetencia  y la incompetencia de los competentes, y con ese ánimo la cuento, para enseñanza de aquellos que ocultan sus carencias personales en títulos, ámbitos, prebendas, nacionalismos, cargos u otras formas de justificar lo injustificable.

El origen del fuego de Ávila fue el incendio de un vehículo que circulaba por la N-502. Al parecer, y según me cuentan, dada la alarma, los primeros en llegar fueron unos bomberos rurales helitransportados de la Junta de Castilla La Mancha, que al comprobar que el fuego era de un vehículo consideraron que el siniestro no era de su competencia, si no de la competencia de los bomberos de la diputación, y abandonaron el lugar sin tomar ningún tipo de precaución.

Según me comentaba la persona que me lo contó, insisto, bombero que intervino en la extinción del incendio, los primeros bomberos que llegaron, aunque no fueran competentes para apagar el fuego, que, convendrán conmigo en que el fuego no le iba a pedir acreditación para apagarse, fueron altamente incompetentes al no esperar la llegada de los bomberos competentes, vigilando la evolución del siniestro, y refrescando las zonas adyacentes, cunetas, y campo, que sí eran de su competencia, lo que hubiera evitado la propagación del fuego y que este alcanzara los devastadores efectos y la dantesca proporción que alcanzó. Cuando por fin llegaron los bomberos de la diputación, y volvieron los bomberos rurales, porque el fuego se había extendido, ya estaba fuera de control y nada pudieron hacer por apagarlo hasta veintiuna mil hectáreas más tarde.

Insisto, lo cuento como me lo contaron, y como me lo contaron me parece interesante compartirlo porque, desgraciadamente, refleja una forma de actuar que se repite incesantemente en lo público, en lo privado, en lo político y en lo social, en la empresa y en las instituciones, y más allá de verdades, incompetencias y responsabilidades –estamos en España, responsable el último- lo que me gustaría denunciar es el exceso de Pilatos, de “lavamanistas”, que, desde posiciones de responsabilidad, utilizan su puesto de privilegio para escaquearse de labores que estén en límites de competencia, o, lo que es peor, que esconden su incompetencia para tomar decisiones y responsabilidades en competencias administrativas, sin reparar en los daños que su dejación  pueda llegar a provocar.

Sin duda la dedocracia al uso y el ascenso por constancia, son dos grandes lacras en una sociedad con una capacidad de mediocrizarse que se adivina inabarcable. Pero, incluso en ese panorama, un hecho como el que se narra debería de tener consecuencias y responsables, o irresponsables, escríbase como mejor acomode, que asumieran las responsabilidades del desatino.

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