He perdido el Norte. En el quinto día de la construcción del conejo de plástico, la vibración se ha vuelto insoportable.
Mirad, sólo son pareidolias de mierda; no me hablan, no me escuchan; cuelgan como testículos, como los elásticos pechos de una oronda jubilada sometida a gravedad cero.
Ilusos vendidos a la depilación laser, juran y perjuran que el conejo de plástico es real; que vive en los pasillos del “Chino Antonio”, en los estantes desolados del “Hiper Asia” y en la bucólica línea recta que une el tiempo y el espacio.
Ahora lo tengo cerca. Rojo y replicado por mi mano, cobra vida en el sexto día. Se abandona a mis ojos con esa luz curvada que se clava en sus pupilas, en sus inmortales incisivos de vida devorada.
Pero no hay miedo, pues él es el camino, la verdad y la vida: aunque sólo sea por los instantes en los que el Génesis sigue con baterías.
He terminado, y puedo decir con seguridad, que la creación no produce erecciones.