La tasa de suicidios en España es más del doble que la de víctimas de accidente de tráfico y unas diez veces mayor que la de asesinatos. Y es la principal causa de muerte no natural entre nosotros, si bien en una proporción muy inferior a la de Lituania, Rusia, Hungría o Japón. Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se suicidan en todo el mundo entre ochocientas mil y un millón de personas. Cada una de estas muertes afecta directamente a un mínimo de seis u ocho supervivientes.
La editorial Gedisa ha lanzado dos libros que abordan esta realidad que no se puede ocultar. Son ‘Resiliencia en procesos de duelo’, de Ana Cristina Ruiz y María de las Olas Palma (psicólogas y trabajadoras sociales) y ‘Cuando un niño se da muerte’, de Boris Cyrulnik (eminente psiquiatra francés, introductor del concepto de resiliencia). Éste resalta la decisiva importancia de tomar conciencia de tan grave problema. Hay en todo el mundo unos veinte millones de tentativas anuales. Y resalta que un niño puede suicidarse sin conciencia de lo irreparable.
En todo caso, conviene vivir sin miedo y verter vínculos y apegos familiares múltiples y, sobre todo, auténticos. Siempre se ha de tener presente el efecto balsámico de las palabras afectuosas y cariñosas, que ayudan a vivir respaldados y a poder expresar las diferentes emociones: incrementar la confianza en uno mismo y potenciar lo mejor de todos. Cyrulnik advierte que “el cúmulo de acontecimientos que desencadenan el acto suicida resulta de una cadena de desgarros invisibles”. La protección más eficaz contra el deseo de morir: “compromiso afectivo, familiar y cultural”, de ahí la importancia decisiva de combatir el rechazo externo que muchos cultivan sobre sus víctimas; la exclusión y el acoso en todas sus formas.
¿Se mide el daño que ocasiona el cúmulo de humillaciones y vejaciones que sufren tantas personas? En este libro, Boris Cyrulnik se ciñe a niños y jóvenes y apunta a las condiciones adversas de socialización en que están instaladas muchas criaturas, una privación afectiva de la que habría que salir con relaciones y proyectos sencillos y sentidos.
Ante una crisis suicida, un mensaje protector al doliente es: “Deseas darte muerte, es un momento terrible en tu existencia. Es una crisis a la que habrá que encontrar una salida”. Para esto se necesita que algunas personas arrimen el hombro.
Por su parte, Ana Cristina Ruiz y María de las Olas Palma buscan las claves de intervención social tras la pérdida de un ser querido. Ofrecen un texto útil para cualquier lector, aunque en buena medida está orientado a los profesionales. Hay duelo no sólo por una muerte, sino por la separación de alguien irreemplazable. Hay pérdidas de seres queridos, pero también pérdidas de libertad, de salud, de empleo y de poder adquisitivo, o de vivienda.
Disponer de alguien que te escuche en esas situaciones y a quien puedas contar tu historia, sabiendo que respeta tu tiempo de dolor, permite dar con otras interpretaciones y tener así nuevos recursos ante el significado que se da a un acto traumático. Se trata, pues, de confeccionar una red de apoyo, un espacio seguro de respeto y comprensión que no juzgue ni estigmatice, sino dignifique. Para todo esto hay que huir de detalles morbosos e irrelevantes, cultivar la flexibilidad y la adaptación.
La ayuda terapéutica reclama hacer algo con lo escuchado, ahí está la posibilidad de su eficacia. Las autoras hacen hincapié en que odiar es permanecer prisionero del pasado, y es profundamente insano. No hay duda.
Hay una resiliencia que se llama familiar y que consiste en la capacidad que desarrolla una familia, sacudida profundamente por una desgracia, para sostener y ayudar a uno varios de sus miembros. Ahí tenemos una responsabilidad que asumir.