¿Qué habrá sido de las mujeres de Tracey Moffatt?
Había oído hablar de ellas, claro. Eran las mujeres del momento. Incluso había visto imágenes suyas en revistas especializadas, en internet,… Sin duda ya gozaban de fama, prestigio, eran deseadas y codiciadas. Por fin, venían a mi ciudad. Debo reconocer que estaba excitado. También un poco cohibido. Por primera vez las iba a tener delante. No estaríamos solos, seguro, pero nos encontraríamos a una hora en la que no habría demasiada gente. Era martes, la última semana de mayo de 1999. Han pasado 20 años.
La cita fue en el Passeig de Sant Joan 108, en el Centro Cultural de la Fundación “la Caixa”.[1]A dos de ellas pude verlas ya desde lejos. Su imagen estaba a la entrada del edificio. Eran las más conocidas. Una, morena, vestía un traje rojo estampado (un tipo de vestido chino; creo que los llaman quipaos o cheongsam), elegante aunque un tanto envejecido por el uso. No era nuevo, eso seguro. Su mirada elevada tenía algo místico, similar a la de esas santas y vírgenes que habitan las iglesias y museos de nuestro país. Había algo de mártir en ese estado de contemplación, como previo al sacrificio. Me angustié un poco. Tenía que entrar inmediatamente.
Ya en las salas seguí las indicaciones y llegué hasta el cartel que anunciaba ‘Something More’, 1989 (‘Algo más’)[2]. Me contuve para no correr pero aceleré mis pasos hasta situarme delante. Por el momento no había más personas allí, de manera que lo había conseguido, ¡estábamos solos!.
Durante un buen rato no conseguí que ninguna de ellas me mirase. Ambas estaban como en trance. Su pensamiento muy, muy lejos. Si la una agarraba una gafas de sol –al igual que cogemos un rosario entre nuestros dedos para pedir que los deseos se hagan realidad-, la otra (rubia -¿mal teñida?-) vestía un camisón sucio claro del que asomaba una ropa interior oscura. Apoyada en el quicio de la puerta, descalza, su rostro enmascarado por un maquillaje desgastado, se dirigía hacia el suelo. Con el cigarrillo medio consumido, colgando entre sus rojísimos labios, me recuerda a todas las Marilyn a las que la vida (¿los hombres?, seguro o… también… aunque no sólo)ha traicionado. Los ojos tapados por unas pestañas enormes (¿postizas?), la mano apoyada entre la cadera y su vientre.
La primera parecía estar a punto de salir del marco y marchar hacia un lugar soñado, mejor, quizás en el futuro.
La segunda, con una desidia resignada, parecía haber renunciado hace mucho tiempo a toda esperanza de mejora. Su ilusión, pasada, había muerto, el mortecino presente se antojaba eterno.
Sólo entonces me percato de la presencia de cuatro personajes masculinos. Un hombre me observa mientras bebe (hay otra botella en la mesa) con una examen entre inquisitivo y amenazante. ¡Me entran ganas de decir en voz alta que he venido con buenas intenciones!
Otro se asoma desde detrás de la cabaña. Parece surgir de repente y viste como lo hacen los chinos. Su atención está puesta en la bella muchacha morena.
Finalmente dos chavales totalmente desenfocados. Descalzos. ¿Son white trash?[3]. No sé. Todo se ha vuelto extraño, irreal. Las nubes parecen pintadas, al igual que las colinas y el campo.
En realidad, cada una de las imágenes salidas de la imaginación de Tracey Moffatt[4](cine o fotografía) está minuciosamente elaborada. No son «capturas de la realidad», sino que, se han concebido y pensado para ser realizadas en un estudio o en decorados simulados, se han preparado con bocetos y un auténtico storyboard[5]y ha sido objeto de un casting y de un estudio técnico. Por otro lado, buena parte de los artistas de aquellos días trabajaban así (Jeff Wall o Cindy Sherman).
Sorprendido, siento que la situación es diferente de lo que me esperaba, todo se ha vuelto de un pictorialismo[6] siniestro. Decido seguir adelante con la serie, un tanto perturbado –lo reconozco- como si fuesen fotogramas de un film antiguo (los periódicos que ‘empapelan’ la pared del fondo parecen de los años cuarenta o cincuenta), de un viejo melodrama donde intuyo que a las mujeres no les va nada bien, se percibe una hostilidad creciente (la situación no ha cambiado demasiado -para ellas, para todas- a pesar del transcurso de tres décadas). Pero aún no estoy seguro de lo que estoy viendo: ¡con una enorme precisión en los detalles y dudo de lo que tengo delante!. ¿Son mujeres reales, son icónicas? ¿A qué tiempo pertenecen, a que sociedad? ¡Hay tanta ambigüedad entre esta enorme concreción!
Me detengo ahora en lo que parece el momento más tierno de la historia. El joven asiático se agarra ensoñado, con un punto de desesperación, a la pierna de ella. Otra vez los ojos cerrados. No sabemos lo que están pensando, pero la mano consoladora no acaba de acariciar la cabeza del muchacho. El momento se detiene ahí, justo donde la vida puede llenarse de esperanza, de cariño, de calor. ¡Yo quisiera ser él!, pero el sentimiento sólo dura unos segundos. El tiempo en que las manos imponen su frustrante presencia. Él se aferra impotente…Y de ella se desprende más compasión que amor. ¡Nunca he querido estar al lado de alguien que no desee estar conmigo!
Las escenas, los cuerpos de Tracy Moffatt tienen siempre un carácter enigmático. Especialmente en las series fotográficas, lo que se desea enseñar no siempre es apreciable de inmediato. En «Algo más», por ejemplo, parece que se quiera contar una «historia» pero el enmarque de algunas acciones provoca que se mantenga lagunar, problemática.
Tanto que en la siguiente escena en la que me detengo los cuerpos apenas existen[7], borrosos, desenfocados, a punto de dejar de ser[8]. ¿Acaso era todo una alucinación? No, la tremenda fisicidad de un cuchillo clavado en la mesa, en un primer plano abrumador, me advierte de que algo grave puede suceder. El mango rústico, de madera, fijado por cuatro clavos (pasadores) al metal gastado pero aún con punta y afilado. En un segundo plano un tenedor. No resulta menos amenazante. Los objetos han substituido todo lo demás.
Hasta ahora predominaba un color irreal, imponente, rojo (premonitorio) en la inocente muchacha. Pero los dramas y las tragedias deben concluir forzosamente. Intuimos una huida, una marcha, quizás precipitada, urgente, acaso obligada.
Nunca sabremos si su sueño consistía en un futuro con el joven asiático. Una vida de pasión con un ser amado. Tampoco tenemos datos como para suponer que en realidad imaginaba un futuro lejos del entorno rural alienante, asfixiante, sofocante.
Ya sólo me queda llegar al final de la serie… Y la rabia y la frustración se desata. Todos hemos sentido esa furia cuando las tramas (las novelas, las películas, la vida misma si esta es ilustrada por biografías de personas a las que queremos) acaban mal. Y esta finaliza de la peor manera posible. Sintiéndome totalmente desdichado (tanto anhelo, tanto deseo no podía acabar así) me alejo de la pared, donde ellas habitan. Deambulo sin saber muy bien hacia dónde ir. Había llegado hasta allí para verla acabar así. Lo se… es una más, una de tantas y tantas… también hoy.
No tengo muy claro còmo llegó el catálogo hasta mis manos. Supongo que acabé sentado en una de esas mesas de consulta que, a veces, hay en las salas. Sí recuerdo las palabras escritas de uno de los comisarios de la muestra (Régis Durand):
“Ahora bien, cuando hay un enigma del sentido, cuando una escena no es convertible de inmediato y queda por resolver, dos elementos de lectura saltan a primer plano: la materialidad de lo que se muestra, de su referente en el mundo, y el estilo o estilos. En Tracy Moffatt, el contenido referencial está a la vez presente y ausente. Ausente porque las imágenes no están construidas claramente y no pretenden reflejar ninguna realidad exterior. Presente porque, a pesar de ello, evocan determinadas situaciones precisas. Una geografía, el outback australiano. Pero su verdadero referente es imaginario: es el recuerdo que tenemos de otras imágenes que nos han llegado a través del cine, la televisión, los álbumes de fotos o incluso (y ésta no es la fuente menos importante) a través de los sueños y sus producciones híbridas. Por lo tanto, se trata de una «realidad» mediatizada, deformada y «ficcionalizada», una realidad totalmente trabajada por estilos narrativos e iconográficos (la estética del cine neorrealista tardío, el de Pasolini de Accatone, por ejemplo, o incluso una cierta forma de romanza exótica en boga desde los años 40 hasta los 60)”.
Así que había tomado a la actriz (la propia Tracey Moffatt) por el personaje. ¡Vaya! Sin embargo, mientras repasaba la escena del cuerpo tirado en el asfalto, mancillado, agredido, aún lejos de la ciudad (Brisbane) –no se si anhelada, símbolo de futuro, o causante de su muerte, como todos esos insectos que se queman al acercarse a la luz de las llamas- percibo claramente que la mitad de la acción está patentemente pintada –casi de manera burda-. ¿Cómo no me había dado cuenta? Todo era un gran decorado pero tremendamente intimidador, fantasmal, aterrador. ¡Funcionaba! Pero a pesar del entorno aborigen, de la presencia de inmigrantes asiáticos y de blancos pobres ¿estaba ante una historia exclusivamente local, es decir, circunscrita a la Australia rural? ¿Si era así, porqué tenía en mente un aluvión de mujeres concretas de nuestro país? También me sentía un poco miserable ¿por ser hombre? Quizás.
Quería irme. Antes, decidí dar una vuelta rápida por el resto de la exposición. Aún impactado por lo que acababa de ver me topé con un vinilo que anunciaba ‘Laudanum’[9], 1998 (‘Láudano’)[10].
Si la serie anterior me había causado una enorme impresión esta me dejó completamente en shock. Conocía a esa mujer. Estaba convencido. Me había cruzado muchas veces con ella… tantas. Es posible que cambiase un poco sus rasgos cada vez que nos veíamos (el color del pelo en un club, la forma de su peinado en otro, siempre de noche, invariablemente impredecible en su comportamiento, perpetuamente insatisfecha, eternamente fascinante, nunca supe que quería realmente –sigo sin saberlo- y constantemente a la búsqueda de algo… pero eso sí lo sabía). También es posible que yo estuviese equivocado y fuesen varias las mujeres que como aquella, presas de una ira infinita y de una insatisfacción perenne, cruzasen –nocturnas- mi vida. Adorables en su exquisita belleza… terribles en su crueldad cuando los demonios interiores que todos alojamos tomaban las riendas y reclamaban la dosis que cada vez debía ser mayor para cubrir el resto de carencias (hay vacíos que nada pueden colmar).
Rápidamente acudieron a mis labios los primeros versos de Fuga de la muerte, de Paul Celan[11]:
Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él […]
Era consciente de que habían sido escritos para otro contexto, indescriptible con palabras, inenarrable, y aún así,… los tuve que pronunciar. Pues hay pulsiones en el ser humano que todo lo arrasan… La de muerte[12] quizás sea la más poderosa. ¡Y estos retratos teatralmente irresistibles!
«Láudano», impreso como fotograbado, parecía una fotografía de principios de siglo (o de los principios de la fotografía) incluso tenía el aire sofocante de los espiritualistas. La propia Tracey Moffatt en una entrevista con Marta Gili se remite a películas –The servant [El sirviente], de 1963, dirigida por Joseph Losey- o a libros –La historia de O (1954), de Pauline Reage (“el primer libro obsceno «Poético» que leí). Me intrigaba el ensayo del prefacio de la novela, titulado «Felicidad en la esclavitud», de Jean Paulhan. ¡Menudo título!”- como fuentes de inspiración.[13]
Pero ver Laudanum era como consolidar recuerdos (inventados o no, quién sabe). Memoria recreada de algo que posiblemente nunca ocurrió… así (y que por tanto era una mentira que rebasaba el tiempo). Escenas imaginadas, ¡tan reales!. Eran sombras que se acababan imponiendo. Que hacían imposible el olvido ¿De verdad queremos olvidar?
Esa mujer sin nombre, sustantivaba a todas las Evas, las Lilit, a todas aquellas que por una razón u otra han hecho de su vida una huida. Entre todos hemos conseguido que no se soporten. A pesar de su inteligencia, su bondad o su belleza… o por todo ello, son castigadas una y otra vez. Hay sustancias que ayudan. También te cambian para siempre.
Tras un tiempo de evasión ya no sabremos si el monstruo estaba dentro o llegó con esas esencias. Poco después ya no importará.
A pesar de que Tracey Moffat afirma que sus trabajos no efectúan grandes declaraciones sobre asuntos sociales “porque mucho del arte «político» es espantoso”, y que tampoco es “didáctico o sermoneador” lo que desde luego no hace es esconderse.
Quizás todo lo que vi ese día fue un sueño (mío o de la artista). Una alucinación llena de decorados y fantasmas, de decadencia gótica, de ocaso colonial. Una visión inquietante llena de quimeras, de erotismo y de violencia, de convenciones morales y éticas (destrozadas). De poseedores y poseídos (hombres y mujeres). De perversión refinada, aunque un tanto anacrónica en su estética (y sin embargo, hoy, veinte años después, sigue demostrando su fuerza y vigencia en su temática). De enigma siempre a punto de ser desvelado… pero nunca completamente. Quizás…
Pero toda esta fantasía no sólo me embelesó a mí. Ya lo había hecho con el “muy elitista mundo del arte”.[14]
Y es que, como afirmaba Jana Leo, “¿Cuántas veces una palabra, una fotografía han cambiado nuestro sentido del mundo, nuestro rumbo, nuestro destino, nuestra felicidad? La fotografía es una llave que abre los poros de nuestras emociones, una voz que sin hablar dice lo que quiere ser oído, que nos sume en una cercanía profunda y descabellada con lo que representa, pues habla sobre las cosas que no enseña, a las que alude. Las fotografías son importantes por lo que no está. Por lo que sugieren y por lo que estimulan. Sus letras no tienen sentido, por eso pueden tenerlos todos, por eso son sus rasgos los que nos cautivan”.[15]
En realidad ante cualquier fotografía (ante cualquier obra) los espectadores proyectamos algo de nosotros mismos.
Dos semanas más tarde volví. Vi la exposición al completo y me despedí de aquellas maravillosas y terribles mujeres. ¿Qué habrá sido de las mujeres de Tracey Moffatt? Espero que estén bien y que, algún día, me permitan tener noticias suyas.
Cualquiera puede hacerte un comentario, una insinuación, aparentemente intrascendente y cambiarte la vida por completo. Quizás sea bueno…quizás te la arruine para siempre. O te convierta en alguien diferente.
Quería hablar de arte. Quizás lo he hecho. No mucho. Hoy me importa más querer estar vivo.
“Ganas un día más / de un día más estar vivo/ pero no sin lamentar/ haber un día nacido”. [16]
* Mientras escribía sonaba una y otra vez, desesperada y obsesivamente, Are You Still Dying, Darling? (1988), de Siouxsie & The Banshees. (Podéis hacer lo mismo… o no)
Are you still dying darling?
Are you still in pain?
Are you still crying
Despite the morphine in your veins?
[1] Tracey Moffatt. Centre Cultural de la Fundación “la Caixa”. Del 20 mayo al 18 de julio de 1999.
[2] «Something More», 1989. Cibachrome y fotografías en blanco y negro. 9 piezas de 98×125 cm.
[3]Los «basura blanca» son percibidos como pobres de origen caucásico, de modales brutos, con estándares morales por debajo de lo normal, y carentes de comportamiento y educación.
[4]Nacida en Australia (Brisbane, 1960) de padres aborígenes (posteriormente confiada a unos padres adoptivos blancos) y residente desde hace años en Estados Unidos, Moffatt ha sabido crear una obra perturbadora, hecha de ensoñaciones y fantasías diurnas, de identidades inventadas y apropiadas y de recuerdos y fantasmas personales, que no se agota en una primera lectura y que se presenta ante el espectador como un enigma. Tanto en sus fotografías como en sus películas.
[5] Esquema audiovisual del argumento.
[6]Man Ray dijo: “Fotografío lo que no quiero pintar, y pinto lo que no puedo fotografiar”.
[7] “¿Existe el cuerpo? ¿No será que se trata tan sólo de una metáfora, de una abstracción, de un objeto saturado, cubierto, velado, tatuado de signos y símbolos contradictorios y excluyentes? Cuerpo opaco, refractario, enigmático. Algo más se oculta en ese rostro, en esa piel, en esos labios, algo que se escapa como una serpiente debajo de una piedra. Algo más, una interrogación, una pregunta. (…) La fotografía tiene un doble juego: mostrar y ocultar. El objeto real, paradójicamente, al ser capturado por el fotógrafo, deviene metáfora y símbolo. El estupor, el asombro que produce la imagen de un cuerpo encierra una doble significación: por un lado presenta al cuerpo en sí, por el otro nos presenta a su doble convertido en signo”. Mauricio Molina, El cuerpo y sus dobles. En La certeza vulnerable. Cuerpo y fotografía en el siglo XXI. David Pérez (ed.). Editorial Gustavo Gili, S.A. Barcelona, 2004. p. 200
[8]“El cuerpo, pues, se evapora, la mirada sólo encuentra unas huellas luminosas del cuerpo que desea y que sin embargo ha sido escamoteado […] He aquí, pues, un fenómeno de aún poco valoradas dimensiones antropológicas: el espectáculo como apoteosis del cuerpo en el instante singular cede su lugar a un nuevo espectáculo descorporeizado, sólo habitado por imágenes atemporales y sustitutas de cuerpos denegados». Jesús González Requena, El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad, Cátedra, 1988, p. 80.
[9] «Laudanum», 1998. Fotograbados. 19 piezas de 57×76 cm.
[10]El láudano era una preparación farmacéutica compuesta de opio, azafrán, vino blanco y otras sustancias que se utilizaba como analgésico.Era una droga legal que las mujeres de la clase alta tomaban para «calmar sus nervios».
[11]Paul Celan. «Amapola y memoria», 1952. Su primer libro de poemas, “Amapola y memoria”, de 1952, incluye su poema más famoso: “Todesfuge”, traducido como “Muerte en fuga” o “Fuga de la muerte”, escrito en 1948, en el que hace una descripción del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau y en el que calca la estructura musical de la fuga.Murió en las aguas del río Sena, después de arrojarse desde el Puente de Bir Hakeim de París, la madrugada del 19 al 20 de abril de 1970.
[12] “Sin embargo, no es (me parece) a través de la Pintura como la Fotografía entronca con el arte, es a través del Teatro. En el origen de la Foto se sitúa siempre a Niepce y a Daguerre (aunque el segundo ha usurpado un poco el sitio al primero); Daguerre, cuando se apropió del invento de Niepce, explotaba en la Plaza del Château (Plaza de la República) un teatro de panoramas animados por movimientos y juegos de luz. La camera obscura, en definitiva, ha dado a la vez el cuadro perspectivo, la Fotografía y el Diorama, siendo los tres artes de la escena; pero si la Foto me parece estar más próxima al Teatro, es gracias a un mediador singular (quizá yo sea el único en verlo así): la Muerte. Es conocida la relación original del Teatro con el culto de los Muertos: los primeros actores se destacaban de la sociedad representando el papel de Muertos: maquillarse suponía designarse como un cuerpo vivo y muerto al mismo tiempo: busto blanqueado del teatro totémico, hombre con el rostro pintado del teatro chino, maquillaje a base de pasta de arroz del Katha Kali indio, máscara del Nô japonés. Y esta misma relación es la que encuentro en la Foto; por viviente que nos esforcemos en concebirla (y esta pasión por «sacar vivo» no puede ser más que la denegación mítica de un malestar de muerte), la Foto es como un teatro primitivo, como un Cuadro Viviente, la figuración del aspecto inmóvil y pintarrajeado bajo el cual vemos a los muertos”.Roland Barthes. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Paidós, Barcelona, 1980. p. 42
[13] “A propósito del tema, se me ocurre que también ahí hay algo de Lorca. La casa de Bernarda Alba. En «Láudano» las mujeres están encerradas en la casa. Podría tratarse de una colonia mítica; las contraventanas están cerradas para guardarse del calor. Pero, cuando miras las fotografías, puedes ver que, de hecho, las cosas «se calientan», tiene lugar un drama privado y tenemos que «atisbar»”. Marta Gili. Entrevista a Tracey Moffat.Tracey Moffatt. Centre Cultural de la Fundación “la Caixa”. Del 20 mayo al 18 de julio de 1999.
[14]“Hoy en día, me encanta que el muy elitista mundo artístico (no finjamos que no es elitista: uno no «entra» en él hasta que el mundo artístico no decide que puedes «entrar»; PERFECTO, así debería ser: no estoy amargada) me haya encumbrado y que lo que hago sea comprado por connisseurs artísticos que no se han tomado el más mínimo interés por mi corrección política”.Declaraciones de Tracey Moffatt en catálogo de exposición. Op. cit
[15]Jana Leo. La piel seca. La fotografía, la realidad, el cuerpo, el amor y la muerte. EnLa certeza vulnerable. Cuerpo y fotografía en el siglo XXI. David Pérez (ed.). Editorial Gustavo Gili, S.A. Barcelona, 2004. p. 209
[16]Samuel Becket, Quiebros y poemas, Árdora, Madrid, 1998, p. 27.