ÁRBOLES DE CIUDAD

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Los dioses no hacen nada
y los humanos les ayudan a ello.

Lloran los sauces
y los cipreses señalan al cielo,
acusándole de la lluvia indisciplinada.

Todos los árboles sueñan con tormentas y pajarillos.
Pero los bípedos no los entienden
y los plantan haciendo líneas y círculos ridículos.

En otoño suelen pasar vergüenza,
por esa formación casi marcial
que les obliga a mantener esa posición de firmes.

Esa terrible manía que tienen los humanos
de enderezar los arboles
y tirar piedras al rio.

Nunca entenderán que mil árboles no hacen un bosque,
al igual que mil personas no hacen un grupo.

Siempre dibujan el edén como un jardín exuberante,
puta manía de querer domar la naturaleza.

Pero al final llega la tormenta y lo borra todo,
los paseítos marcados con setos de formas,
los arcos cursis, floreados,
y parterres con juego de plantas de colores.

Yo, algunos días, los abrazo
Y les pido perdón por las estupideces
que hacen mis semejantes.

Ellos, comprensivos, nos siguen dando sombra y oxigeno
Pero las palomas no nos perdonan
la cursilería de los parques
y se nos cagan encima.

Los árboles urbanitas
desconocen lo que es la noche de techo negro.

Todas las noches las tienen que compartir
con esos árboles de hierro que sólo tiene una flor
que se encienden todas las noches,
todas las noches del año.

Cada día desaparecen más pájaros
los árboles se quedan huérfanos,
con nidos secos y abandonados,
que se llevan los vientos del otoño.

Bajo los escombros ya no salen hierbitas
sólo sirven de bunker para las ratas viajeras.

Muchos árboles estirados y estiloso lloran,
quiere ver un cielo llenito de estrellas,
pero el humo de los coches tapa las hojas
y el cielo, siempre blanquecino de gases y farolas,
los encarcelan para siempre,
condenados a cadena perpetua,
en ese parquecito que se llena de hojas
sin saber si es ya otoño.

El tiempo se para en las ciudades,
sólo algunos árboles llevan reloj,
los demás saben del tiempo de oídas,
de las hojas que se dejan caer para volar,
y les importa una mierda la estación en la que estemos.

Para ellas sólo existen estaciones de metro y de autobús
las hojas urbanitas vuelan entre la contaminación
y el aire que se cuela por las rendijas de la ciudad.

Un viejo olmo espera una primavera desde hace setenta años;
un viejo miliciano, que se sienta en el banco que da su sombra,
espera esa primavera desde hace más años.

Las esperas se juntan con los que quieren tomar el 113.
Quieren llegar a un memorial para recordar a los que lucharon
por la libertad y la cultura
y se encontraron con que los fascistas lo taparon
para que nadie lo vea.

Yo le pido a los árboles de alrededor
que les hablen sobre lo mucho que les echamos de menos.
Sus luchas, sus decencias, su valentía.

En una ciudad tomada por fascistas y cobardes,
a la mayoría de ellos, yo los maldigo.
A sus dioses, también.

© De la obra del autor IMÁGENES Y VERSOS PARA UNA REVOLUCIÓN

OBRA DE ANTOLÍN PULIDO

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