¿Qué nos está pasando a las personas?, aunque quizá debería referirme a una especie indeterminada en involución que en su momento fue denomina humana, pero que hoy, por mucho que nos empeñemos ni siquiera estamos en el momento inmediatamente anterior al homo sapiens.
Esta mañana al cruzar por el paso de peatones no pude superar los apenas 10 metros que separaban uno y otro lado de la calle al haberme arriesgado a iniciar de forma imprudente tan rutinaria tarea en el momento en que el muñequito verde empezaba a parpadear anunciando el cambio a rojo, cuando me vi sorprendido por un vehículo que apretando el acelerador parecía que su intención era arrollarme para hacerme expiar por mi grave imprudencia. Un salto seguido de un quiebro a modo de los recortes taurinos tuve que dar para no ser arrollado por quien pretendía ser mi juez y verdugo, salvando mi pellejo por apenas unos centímetros.
Sobra continuar con el segundo capítulo de esta macabra historia, donde predominaron los insultos del fitipaldi con actitud sumamente violenta, para demostrarles nuestra incapacidad de empatía con nuestros semejantes, nuestra intolerancia, soberbia y falta de valores que nos convierte cada día más en seres más inhumanos, en camicaces del día a día.
No se como nos recordarán los nietos de nuestros nietos, si es que llegamos a perpetuarnos hasta ese momento, debido a que la bomba de relojería sobre la que, desgraciadamente se asienta nuestra vida, se ha puesto en marcha por nuestra inconsciencia, acelerando su deflagración las continuas confrontaciones con nuestros congéneres basadas en ideologías de saldo que compramos en mercados de cuarta o quinta mano, de políticos, medios de comunicación y falsos profetas, cuyo único fin es atraer y acaparar a imbéciles que no saben dirigir su vida por haber cambiado ideales y valores por dioses de cartón que les prometen un futuro próspero a cambio de una suscripción o afiliación gratis a sus ideas, que con el tiempo por su inconsistencia se evaporan como el humo, en ese intercambio falaz donde la rentabilidad económica y el materialismo devoran el poco alma que nos queda.
“ideologías de saldo que compramos en mercados de cuarta o quinta mano, de políticos, medios de comunicación y falsos profetas, cuyo único fin es atraer y acaparar a imbéciles”
Muchos dirán que soy un pesimista y que el paso de un semáforo a riesgo de ser atropellado por el macarra de turno no es lo suficientemente trascendental como para globalizar una experiencia personal, elevándola a un comportamiento social; pero, queramos o no, la vida y nuestra catalogación como humanos, depende de pequeñas cosas, de pequeñas actitudes, como ceder el paso a nuestros mayores, dejar el asiento del bus para una embarazada o discapacitado, ayudar a cruzar la calle a un invidente, dar las gracias cuando alguien nos sujeta la puerta del ascensor, y un largo etcétera; que no solamente nos hace ser mejores, sino, también, más felices.
No soy pesimista, porque, aunque es cierto que hay grandes personas que convierten su vida en un servicio a los demás con la única intención de redimir al mundo de una destrucción casi segura, también las hay, por desgracia mayor en número, que enarbolando banderas de diferentes colores se nos presentan como salva patrias o elegidos por la divinidad, sin ni siquiera preguntarnos si queremos que ellos nos salven, apropiándose no sólo del tesoro de nuestra libertad, sino que, además se creen los únicos y mejores que el resto, o al menos se nos presentan como tales; buscando encima que les demos las gracias por una redención que no les hemos pedido, que no la necesitamos y menos con el envoltorio con la que quieren vendérnosla, pero sobre todo, con tanta soberbia que cuando les hacemos frente nos acusan de traidores por no pensar igual que ellos, aunque se auto denominan demócratas.
También habrá quien piense o se pregunte qué ofrezco o que hago yo por cambiar las cosas, qué quién soy para juzgar a los demás y, aunque no necesito dar explicaciones, justo es que lo haga cuando hago público mis pensamientos. Es por ello, no queriendo pecar de falsa humildad, decidles que sólo soy un peón, o si me apuran un aprendiz de la vida, de un mundo que cada vez entiendo menos, y que mi intención no es juzgar sino describir lo que veo que, ojalá sólo sea una distorsión de la realidad provocada por una miopía egocéntrica.
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