La amígdala es la culpable de que los seres humanos seamos criaturas emocionales y, por lo tanto, que nuestras vidas están marcadas por un constante flujo de sensaciones que influyen en nuestras decisiones, relaciones y en nuestra propia percepción del mundo. En definitiva, son las causantes de nuestros sentimientos y emociones, conceptos diferentes que habitualmente utilizamos de forma indistinta, cuando en realidad existe una marcada diferencia entre ambos.
Así es, mientras las emociones son reacciones psicofisiológicas que ocurren en respuesta a estímulos específicos, los sentimientos, sin embargo, son experiencias subjetivas que derivan de nuestras emociones. Son el resultado de la interpretación consciente de esas reacciones emocionales que tienden a ser más duraderos que la respuesta emocional.
Mientras que una emoción, como la alegría, puede surgir rápidamente en respuesta a una buena noticia, el sentimiento de felicidad puede perdurar mientras reflexionamos sobre el evento que nos causó alegría.
Así mismo, las emociones, son universales y automáticas, diseñadas para ayudarnos a enfrentar situaciones que pueden afectar a nuestra supervivencia y bienestar. Por ejemplo, la emoción del miedo puede desencadenarse al encontrarnos ante una situación de peligro, preparándonos para una respuesta de lucha o huida. Los sentimientos, por otro lado, son experiencias subjetivas que derivan de nuestras emociones.
Las emociones también son esenciales en nuestras relaciones interpersonales. Nos permiten empatizar con los demás, comunicarnos de manera efectiva y construir vínculos profundos. La empatía, la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otra persona, es fundamental para la cooperación y la convivencia social.Las emociones como el amor, la gratitud y la compasión fortalecen nuestras conexiones sociales y fomentan el bienestar tanto individual como colectivo. Sin embargo, emociones negativas como la ira, la envidia y el resentimiento pueden deteriorar nuestras relaciones si no se gestionan adecuadamente. De ahi, la importancia de la inteligencia emocional, que implica la habilidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones y las de los demás, resultando crucial para mantener relaciones saludables y satisfactorias.
Valga está amplia introducción para plantear una pregunta, sobre la que vale la pena reflexionar durante unos minutos antes de seguir leyendo; ¿es la felicidad una emoción o un sentimiento?.
¿Cuál es tu respuesta y por qué?.
Aunque muchas personas piensan que la felicidad es una emoción, lamento decir que no es así. La felicidad es una racionalización de uno o varios estados de ánimo. Podemos decir que incluye un acto cognitivo: la acción de pensar. Y por esto, la felicidad es un sentimiento.
Si nos paramos a pensar, de nuevo, hablamos normalmente de «ser feliz» como si fuera algo permanente que se alcanza, y una vez alcanzado ya no se deja, o que, si se alcanza, durará muchos años y no es así; derivando de ello un frustración o un estado continuo de insatisfacción por no encontrar o conseguir esa felicidad duradera.
Es aquí donde radica el problema, en la búsqueda de una emoción de continúa complacencia en vez de un estado de bienestar subjetivo; o lo que es lo mismo, en la búsqueda de un estado de ánimo y no de la respuesta a una evaluación de satisfacción con la propia vida, esto es, con las diferentes áreas que envuelven nuestra existencia, como son las relaciones intersubjetivas, laborales, logros y otras aspectos que han forjado nuestra existencia actual, nuestro yo presente, tanto de lo positivo como de lo negativo, porque sólo tomando consciencia de nuestra existencia seremos capaces de notar y responder a las emociones cuando surgen, conduciéndolas, aumentándolas o disminuyéndolas de una manera amable con nosotros mismo, lejos de ese fascismo emocional del que he hablando en otra ocasión, pero sobre todo de una manera honesta y sabia.
Conozco a personas, y yo mismo también lo he experimentado, como alguna veces, al empezar el día, una especie de niebla inunda nuestro estado de ánimo sintiendo una tristeza inexplicable, una emoción que provoca cierta desesperanza que, en mi caso logro solventar atribuyéndolo a esa búsqueda absurda de esa felicidad-complacencia, en vez de satisfacción existencial, llegando a un estado más consciente y real de lo que he sido, soy y podré ser, evitando al menos, no estar sumergido en un estado de ficción emocional.
La felicidad implica esfuerzo, de manera que debe resultar vital encauzar nuestra energía en gestionar nuestras emociones, nuestro bienestar psicológico y físico, analizando nuestro grado de satisfacción ante la vida mediante una restructuración cognitiva que nos lleve a ser más objetivos e indulgentes con nosotros mismos y que nos permita una percepción real de los que somos y lo que buscamos. Ello evitará ese impacto emocional negativo que nos puede llegar a sumergir en una continúa emoción negativa de tristeza. De manera que, si no somos capaces de conseguirlo por nosotros mismos, se hace necesario acudir a un terapeuta, ello sin perjuicio de determinadas técnicas que nos lleven a combatir ese estrés emocional al que nos lleva la vorágine de sentimientos desesperados provocados por un mundo que se mueve a una velocidad vertiginosa, como puede ser la meditación.
En definitiva, los sentimientos y las emociones son una parte integral de la experiencia humana. Nos conectan con el mundo y con los demás, influyen en nuestras decisiones y son fundamentales para nuestro bienestar.
En cualquier caso, y en última instancia, debemos esforzarnos por abrazar nuestras emociones, positivas y negativas, porque aprendiendo de ellas conseguiremos vivir de manera más plena y auténtica, reconociendo que sentir, en todas sus formas, es lo que nos hace humanos.
Hermoso artículo, que corrobora lo dicho por:
Agustín de Hipona: ” De la cabeza al corazón, del corazón a la cabeza”.
Unamuno: ” Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”.
Como bien expresas, la felicidad es algo de lo que darnos cuenta, algo que debemos razonar.
Aunque tanta razón a veces agobie, pasando la batuta al corazón.