Ha muerto Marcos Mundstock, componente de Les Luthiers, un tipo genial y entrañable. Ha muerto y se ha llevado consigo una parte importante de los recuerdo de mi vida.
Trabé relación con mi desconocido amigo Marcos allá por los años 70, a punto de asomarme a mi veintena, y me lo presentó Thales, el del teorema, del que Marcos y su grupo habían tomado la base geométrica para hacer una versión erótico festiva: “Cuando estamos horizontales y paralelos las transversales de nuestro amor son maravillosamente proporcionales”, que además dio lugar a una canción.
Esa relación entrañable, de la que él nunca fue consciente, se prolongó a lo largo de los años y la despedimos, él no sabía que era la última vez, ¡como lo iba a saber si ni siquiera supo que había habido una primera!, y yo tampoco, el año pasado viendo “Los Cuentos de la Comadreja”. Fue una relación llena de admiración y de desencuentros, que hoy ya son irreparables; nunca conseguí ir a ver una actuación suya en directo, y a pesar de que siempre me prometía que a la siguiente iba la vencida, la única vencida ha sido la muerte de mi querido amigo Marcos.
La visión del lenguaje y del humor que Marcos nos ha dejado para disfrutar y para aprender, algunos de sus textos deberían de figurar en las clases de lengua, solo podía provenir de un argentino inteligente. Ese fino uso del léxico para vivir en el límite del equívoco cómplice hasta el punto de arrastrar varias historias sin llegar a contar ninguna, le era tan característico que nunca, seguramente, habló tan en serio como cuando hacía humor, un humor soterrado, coloquial, socialmente corrosivo, pero tan directo e inocente que nos hacía reír a los mismos de los que se reía, con los que se reía, para los que se reía, contra los que se reía.
Marcos Mundstock prestaba a una voz imponente, un tempo de dicción tan personal como inimitable, un tempo que le permitía explicitar en cada coma toda una secuencia de implícitos comentarios que jamás se harían palabra. Una coma, una pausa asomada a lo que tocaba decir pero se iba a callar, y una frase vulgar, apenas descriptiva, se convertía en un apunte genial. Recuerdo siempre una en especial, en medio de una presentación de una canción, entre un texto de presentación de su compositor favorito, que si uno rellena conveniente la pausa, revela toda esa intencionalidad aparentemente casual; “El músico de color, negro, Johan Sebastian Mastropiero…”. Esas pausas que marcan la pausa de las comas dan tiempo a que salte la imaginación del oyente y se llenen de consideraciones y reflexiones profundas inducidas por un texto aparentemente inocuo.
Gracias a Marcos, y a sus compañeros de grupo, he disfrutado de tardes magníficas, de música de buena calidad y de textos que desde la hilaridad profundizaban en problema de gran calado. Una de mis favoritas, “Ya el Sol Asomaba En El Poniente”, puede ser un buen ejemplo; un himno de corte militar que describa una batalla en términos épicos, con una clara atmósfera de ese militarismo que se vive en tantos países sudamericanos, y no sudamericanos, con llamadas a la defensa de la patria, a la gloria del combate, al heroísmo del soldado, y que se remata con una frase magistral: “Perdimos, perdimos, perdimos otra vez”.
En fin, que ha muerto Marcos Mundstock, que ha muerto una forma inteligente de contar el mundo, que ha muerto un amigo de mucha gente que no lo conocía y a la que él no conocía, pero nos deja a todos sus deudos, a sus millones de deudos, la herencia impagable de sus canciones, de sus intervenciones, libros y conciertos, y, la recomiendo, esa película en la que hace un personaje absolutamente acorde con su persona, en la que casi se puede decir que hace se sí mismo, y que ya he mencionado, y recomiendo encarecidamente, al principio de estas letras.
Ha muertos Marcos, y con su muerte me provoca una última reflexión: la genialidad es sin duda eterna, pero no es inmortal.
Parafraseando a Marcos, a Les Luthiers: “Morimos, morimos, morimos otra vez”